Barceloneando
Tiempos nuevos, tiempos salvajes
Lo de ahora con Vox supone el principio de una nueva época
Javier Pérez Andújar
Escritor.
Javier Pérez Andújar
Lo que antes fue el búnker se ha convertido ahora en un desembarco. A la vez que celebramos el 40 aniversario de la Constitución hemos visto que somos un país con ultraderecha parlamentaria. En diciembre no se gana para sustos. Por ejemplo, este viernes 14 de diciembre se cumplirán 30 años de la huelga general más sonada de nuestra democracia. No me la perdí. Me fui con los piquetes que chaparon el Pryca de Sant Adrià. ¿El motivo? Pues por lo que entonces se llamaba la lucha obrera, y por ajuste de cuentas. Acababan de despedirme aquel año de ese centro comercial (cuando los llamaban grandes superficies me venía a la cabeza un amigo que empezaba a quedarse calvo).
Digo que me habían dado el patadón (por usar un término de Tardi y Daniel Pennac, los tebeos dan mucho consuelo), después de un contrato basura y de unas semanas previas de prácticas, que consistían en llenarles los almacenes para la apertura, así, por la cara, sin cobrar un duro. Y con la connivencia del Inem. Nos hicieron más caso en la sección de cartas al director de la prensa que en los sindicatos. Ya se veía venir todo lo que pasaría en el mundo sindical. En la hemeroteca de este periódico debe estar la carta que nos publicaron contándolo. Encabezaba nuestras firmas el compañero, pero sobre todo éramos amigos desde el colegio, José Manuel Mayordomo. Nosotros le decíamos Rommel. Otro que acabó fuera del Pryca, y también formando parte de aquel piquete tumultuoso que se revolvía en el alquitrán del párquing.
Nos hicieron más caso en la sección de cartas al director que en los sindicatos
Pero aquel día solo estaban aparcados los carros, encajados uno tras otro en largas y sórdidas filas como columnas de tanquetas derrotadas. Los seguratas organizaron una barrera inútil y tras ella entraban cabizbajos los trabajadores que no se habían sumado a aquella movilización descomunal. No la considerábamos histórica (para nosotros transcender era de pijos), sino que más bien nos agarrábamos a ella como al fleco de una historia secuestrada, que sabíamos que había pasado en tantas partes pero no aquí, y que al fin podíamos rozar con los dedos. Estábamos ahí porque se lo debíamos a nuestros padres. En solidaridad con su vida de esclavos.
Nosotros éramos chavalotes, y el mundo parecía progresar y las cosas ya funcionaban de otra manera. Nos habían inoculado la esperanza de que podíamos librarnos de algún modo de la vieja explotación del hombre por el hombre, de que no teníamos por qué acabar vendiendo nuestra fuerza de trabajo lo mismo que animales, como había sido hasta entonces en nuestras familias y como veíamos que seguía siendo. Así que en realidad fue un doble ajuste de cuentas. Por decirlo como el profe de lengua, uno sincrónico y otro diacrónico. Sabíamos que aquello iba a ser el espejismo de solo un día, veinticuatro horas de creer que hacerlo tenía sentido, que se podía conseguir algo hermoso, de soñarlo en la calle y no en la habitación poniendo discos.
Creo que ahora se llama el Sot, pero entonces aún tenía ese nombre de clase de geometría, el polígono Arquímedes. Ese polígono industrial de Sant Adrià empezó a arder a las doce en punto de la noche en fogatas que en medio de las calles apilaban los obreros en huelga para calentarse. Gente dura de pelar frotándose las manos para entrar en calor. El invierno aún no lo daban por Netflix, y el frío de diciembre era de verdad y encogía a la peña cuando andaba por las aceras, cuando esperaba el autobús, cuando iba a comprar o en la cola del paro. Yo nunca había trabajado con mi padre, teníamos mundos diferentes; pero alguna vez de pequeño me llevó al taller de soldadura donde echaba horas, y a la hora de plegar me lavaba las manos con sus compañeros y con él, el grifo abierto sobre la pica rota, la caja de cartón con el jabón en polvos, y entonces me sentía como si hubiera trabajado, uno de ellos. Pero ahora iba a participar en la huelga con mi padre. Codo con codo. Nada más aristocrático, nada se lleva más en la sangre que la clase obrera.
Si en el Antiguo Testamento tienen a Malaquías, nosotros encontramos en los bares a Ilegales
Aquel diciembre, la Constitución celebraba su décimo aniversario. Aunque aún era joven, parecía que había estado ahí siempre. Hoy da la sensación de que lleva demasiado tiempo. O acaso, demasiado tiempo sin revisar. No es lo mismo cumplir diez años en medio de una huelga general, que cuarenta viendo entrar a la ultraderecha en los parlamentos. Son diferentes crisis de la edad. La huelga significaba el fin de una época, era una despedida como en los entierros de Nueva Orleans. De alguna manera, sabíamos que estábamos acompañando hasta la nada al cadáver nuestra vieja madre, la conciencia de clase. Le agradecíamos el calor que nos dio mientras pudo.
Lo de ahora con Vox supone el principio de una nueva época. La democracia acaba de pisar territorio inhóspito. Si en el Antiguo Testamento tienen a Malaquías, nosotros encontramos en los bares a Ilegales anunciando 'Tiempos nuevos, tiempos salvajes'. Creíamos que nos hablaban del momento, pues la noche es lo más inmediato que existe; pero éramos topos ciegos en un mundo subterráneo y no veíamos. Ya veremos.
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