VANDALISMO

TMB trata de ocultar sus joyas a los grafiteros

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Toni Sust

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Es un vagón histórico del metro de Barcelona, de la serie 100, fabricado en la empresa metalúrgica del Poblenou Can Girona. Pintado de amarillo y negro, empezó a circular en 1926. Es el número 126, el último que queda de esa serie, y el segundo más antiguo de Barcelona. Fue el más ancho de los coches de metro en servicio en el mundo hasta 1967. En los 80 aún se podía transitar en él en días festivos, en los que recorría la línea 1.

El coche es de Transports Metropolitans de Barcelona (TMB), que, según relata la empresa, guarda uno de cada serie. Según los críticos con la gestión que TMB hace de su patrimonio histórico, esta es una gestión que podría mejorarse sustancialmente. Las diferencias palidecen ante el enemigo común: el grafitero. Un personaje que hace tiempo que no resulta simpático en absoluto a la gente, no solo por el coste en dinero público que supone su actividad, sino porque últimamente han llegado a agredir a pasajeros del suburbano.

Una temporada nefasta

El pobre 126 lleva unas semanas como para no levantar cabeza. En menos de un mes ha sido objeto de no se sabe ya cuántos ataques de grafiteros. Hasta hace unas semanas estaba dentro de un hangar de las cocheras del metro de Can Boixeres, en L’Hospitalet, que compartía con un tranvía antiguo de caballos, que fue trasladado. También el vagón debía ser reubicado pero antes de que sucediera desapareció el hangar, que tuvo que ser desmontado, por lo que el 126 quedó a la intemperie. Por entonces, subraya TMB, ya estaba pintado. Al quedar al raso recibió otra visita de los sprays.

Este ataque, que indignó a los entusiastas del patrimonio ferroviario y encendió de nuevo las alarmas en TMB, obligó a la empresa a repintarlo y a reponer elementos, como adhesivos. Y en parte fue en vano. Porque una vez presentaba de nuevo su aspecto original, y mientras seguía esperando el traslado, recibió de nuevo la visita de los grafiteros. Sucedió el pasado jueves, cuando todo estaba previsto para el transporte inminente del vehículo. Dicen que no era una opción pasearlo por la ciudad con la huella de los sprays, así que el viernes fue repintado de nuevo.

Esa noche se reforzó la vigilancia del viejo coche, porque se entiende que vigilancia hay siempre. Más allá de que a uno le parezca mal o peor el papel de los grafiteros, está el coste que suponen sus acciones. Según TMB, reparar el daño hecho en un tren con cinco vagones cuesta unos 10.000 euros. El 24 de noviembre, es decir, el sábado pasado, el coche 126, repintado de nuevo, recorrió la ciudad, trasladado por una góndola. La empresa pide que no se informe de cuál ha sido su destino, para no excitar el interés de los grafiteros. Quizá ocultarlo no sirva para evitar una nueva visita del colectivo, pero no hacerlo llevará sin duda a un nuevo ataque.

Hace tiempo que los grafiteros subieron el listón, no se detienen ante las barreras físicas ni tampoco los amilana la presencia de empleados del metro: han agredido a muchos de ellos. TMB insta a los profesionales a no enfrentarse con los grafiteros, para quienes la mayor dificultad parece suponer un aliciente. Por suerte para él, al 126 no le ha pasado todavía lo que al coche más antiguo del metro de Madrid, que inauguró en 1919 el rey Alfonso XIII: los grafiteros han puesto precio a su cabeza y hace una semana se pagaban 22.000 euros al que lograra ser el primero en manchar el vehículo.