BARCELONEANDO

Recordando a Filstrup

El Cercle Artístic Sant Lluc presentó el jueves un libro dedicado al editor Josep Toutain

libro sobre toutain

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Ramón de España

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Filstrup no se llamaba Filstrup: ése fue el alias que le puso el dibujante Carlos Giménez en su serie de historietas Los profesionales, ambientada en la época en que Filstrup dirigía -con mano de hierro en guante de seda- la agencia Selecciones Ilustradas, por la que pasó lo más granado de la profesión (lo canónico es decir que lo mejor de Giménez es la tenebrosa saga de posguerra Paracuellos, pero uno siempre ha preferido Los profesionales, pese/gracias al tono autorreferencial). Filstrup se llamaba Josep Toutain (Barcelona, 1932-1997) y dedicó toda su vida a los cómics. Primero como dibujante, oficio que abandonó cuando se dio cuenta de que era un artista meramente correcto que nunca le llegaría a la suela de los zapatos a sus ídolos; luego como guionista, durante una etapa más breve que la anterior; de ahí pasó a agente y editor, y hasta tuvo el detalle de ofrecer apoyo económico y moral a Josep Maria Berenguer, vecino suyo en La Floresta, cuando a este le dio por publicar una revista underground que se iba a llamar Goma 3 y que acabó titulándose El Víbora.

El pasado jueves, en el Cercle Artístic Sant Lluc de la calle de los Mercaders, se presentó un libro dedicado a Filstrup, Josep Toutain. Un editor adelantado a su tiempo, escrito por el joven cineasta Aitor Marcet y editado de manera impecable por Trilita, tras la que se halla el veterano librero Albert Mestres, a quien puede encontrarse cada día (o casi) tras el mostrador de la tienda de tebeos Continuará, en la Vía Laietana. El libro incluye un documental realizado por el propio Marcet -el hombre, que estudió cine en la difunta escuela que dirigió Héctor Fáver, intentó colocarlo en la 2 de TVE, pero no encontró muy buena disposición, y a TV-3 no se ha acercado porque está en castellano-, que nos fue proyectado a los asistentes al acto y que resume muy bien la ajetreada vida del amigo Toutain, un hombre que, como agente, se lanzó al ataque de Francia, Inglaterra y hasta Estados Unidos con resultados más que notables para sus representados.

Amigos del difunto

Presentaron el libro dos viejos amigos del difunto, quien les confió en su momento sus primeros trabajos relacionados con los tebeos: Joan Navarro, creador de Cairo en 1982, que se estrenó como crítico en una revista de Toutain, y Josep Maria Beà, que a los 14 años fue admitido en la agencia de Filstrup, Selecciones Ilustradas. Hay que decir que una gran parte de las historias de Los profesionales proceden de la sorprendente memoria de Beà, que es, además, un narrador oral de primera magnitud, como hemos podido comprobar los que nos hemos tronchado con sus descacharrantes relatos de su época en Selecciones Ilustradas. Por lo que cuenta Beá, enriquecido por todo tipo de gestos y muecas, aquello era una mezcla del colegio y la mili: se organizaban fiestas de disfraces, se bebía y se fumaba, se gastaban unas bromas pesadísimas y, de vez en cuando, se encajaba alguna bronca de Filstrup, al que le encantaba interpretar el papel del padre severo, pero justo. En Selecciones Ilustradas había que copiar a los ídolos del jefe, que eran Alex Raymond y Harold Foster, y estaba prohibido, so pena de expulsión, imitar a Milton Cannif o a Frank Robbins, demasiado especiales para los thrillers y los romances que el jefe vendía a Inglaterra a cascoporro.

Cuando Filstrup se aburrió de vigilar al ganado humano reunido en la sede de su agencia -cuatro pisos unidos de la planta más alta de un edificio en la esquina de la Diagonal con el paseo de Sant Joan, con vistas al monumento a Mosén Cinto-, se puso a editar revistas como 1984, Comix Internacional o Zona 84. También se instaló en EEUU -de donde sacó a Richard Corben- con la empresa Catalan Communications. Cuando murió, el boom del tebeo español de los años 80 languidecía de mala manera y la situación cada vez pintaba peor. No creo que le hubiese gustado ver el mercado actual, dominado por los superhéroes norteamericanos y los tebeos japoneses. El libro y el documental de Aitor Marcet lo inmortalizan como lo que fue: un genuino creyente del cómic.