BARCELONEANDO

Los viejos y las viejas

Muchos mayores de 80 se van e Barcelona porque ya no pueden vivir en su casa

Casal en Cardedeu.

Casal en Cardedeu. / ANNA MAS

Javier Pérez Andújar

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Nos estamos quedando sin viejos. Y sin viejas. Lo dijeron el otro día en la radio. Anualmente, más de mil personas mayores de 80 años tienen que irse de Barcelona ciudad porque no pueden seguir en su casa. Las razones principales, falta de accesibilidad y escasez de residencias de ancianos. Sobre todo se piran a otros lugares del área metropolitana.

En este ámbito, hay dos tipos de ciencia ficción: la que augura un mundo sin viejos y la que anuncia un mundo de viejos. Por ejemplo, la de 'Cuando el futuro nos alcance', la peli donde hacen papilla a los ancianos para alimentar la sobrepoblación mundial, y la de 'Los pajaritos', que es de ciencia ficción a la española, es decir, pesimista y realista a tope; aquí es donde Pepe Orjas y Julia Caba Alba son dos viejos en un Madrid triste, sucio y contaminado, que pretenden salvar el mundo y salvarse ellos protegiendo a los pajaritos, angustiadamente a uno en concreto. No están solos pero viven solos en una ciudad en la que los pájaros caen como chinches envenenados por la polución.

La mejor película de zombis española (disculpen esta unilateralidad), 'No profanar el sueño de los muertos', de Jorge Grau, es del mismo año, el 74, y empieza igual, con un pájaro que cae frito por la contaminación atmosférica. Ahora los pájaros de nuestras ciudades nos importan un higo. Ya no vivimos con ellos. Pero de lo que también nos advierte este cine es de que detrás de los pájaros vienen los viejos, y del mismo modo van a desaparecer del mapa, y asimismo eso nos importará un rábano. A lo peor ya está pasando.

Hemos construido un mundo que no espera nada de sus mayores

Creo que recuerdo el preciso instante en que cambió el mundo, en que el eje de la Tierra se volvió hacia el otro lado. Lo sé por dos frases de mi madre, por cómo dejó de decir una y empezó a decir otra. Sucedió así. Por ejemplo, siempre soltaba: “más sabe el diablo por viejo que por diablo”, pero esto no era lo decisivo; en términos marxistas, digamos que era superestructural. (Ahora hay muchas familias desestructuradas, pero yo tuve una familia superestructural, es decir, que capeaba el naufragio diario a lomos del lenguaje popular). Lo definitivo, la infraestructura, era cuando me animaba una y otra vez a acercarme a los viejos de la familia, del barrio, porque sabían mucho y contaban muchas cosas, y siempre se aprendía algo de ellos.

¿Cuándo dejaron nuestras viejas y nuestros viejos de contarnos lo que sabían? Quienes vamos rumbo a la vejez a corto y medio plazo (si no se tuerce la cosa), ¿tendremos algo que contar a los demás que no sean temporadas de teleseries? Era una confianza ciega en los viejos, que se transformaba en respeto y se manifestaba en cariño. Los viejos que me tocó conocer eran gente que había hecho la guerra de joven. Unos la perdieron y otros la ganaron, y de ambos surgía la misma mueca de decepción y un peso de arrepentimiento (en común, pero no compartido). Al principio no explicaban nada de eso. Medias palabras: si tú supieras, si yo te contara... Y muerto Franco, tampoco explicaban demasiado. No les gustaba lo que vieron o lo que hicieron. Y sin embargo todo lo que aquí llamo “eso”, cuando su nombre verdadero es biografía, historia, impregnaba cada una de sus otras cosas, de sus pequeñas anécdotas, de su recuerdos previos y posteriores, de su manera de ser.

¿Cuándo dejaron nuestros viejos y viejas de contarnos lo que sabían?

Me viene a la memoria Fernández de la Mina, que iba con muletas y había estado con la quinta del biberón. O Gamero, extremeño, que vivía cerca del bar Anduriñas. Iba con visera y chaqueta y criaba tórtolas y también estuvo en el frente. Era socialista. Sus mujeres preferían guardar silencio al respecto. De aquellos viejos, lo he pensado muchas veces, había que aprender la entereza de no contar lo que tampoco se pudo hacer. Vivimos tiempos de decir tonterías. Todo lo que se dice se convierte en una tontería, porque nunca hay nadie para dar la cara por lo dicho. Al revés también ocurre. Todo, y no digamos la política, está lleno de gente que da la cara porque solo tiene eso, cara, y nada que decir, y cuando habla lo único que se ve es una cara muy grande gesticulando.

Pero un día mi madre dejó de mandarme a que me pegara a los viejos, y lo que decía era: no te fíes de nadie que se te acerque y no le conozcas, si te dan algo no lo cojas. Fue cuando cambiamos la confianza por el miedo. Hemos construido un mundo que no espera nada de sus mayores. Es preciso ver cómics como el clásico 'Arrugas', de Paco Roca, para caer en la cuenta de que existen. Pero a este llamado se acude por un prurito de Auxilio Social, porque están enfermos, porque son débiles... No por ellos mismos, no porque ser viejo sea una razón de peso para conocer a alguien. Nadie ha hecho de viejo en el cine como Fernando Fernán Gómez. No pienso en 'El abuelo', sino en 'Stico', o en 'La lengua de las mariposas'. En 'Stico' era un profesor de derecho romano que se vendía como esclavo a un antiguo alumno suyo. Qué desesperación. No se dirá que no lo han intentado todo los viejos y las viejas antes de tirar la toalla y salir disparados a donde no se les vea.