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Barcelona, la Rosa de Fuego Inmobiliaria

Crónica de un día de lucha del Sindicat de Llogaters, atónito ante cómo los inversores se atreven con las mujeres mayores de la ciudad

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Carles Cols

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Enigma. O acertijo. Llámesele como se desee. Barcelona estuvo hasta mitad del siglo XIX amurallada. No había en Europa ciudad más densa e insanamente poblada. Tenía diez veces más habitantes por hectárea que el Londres de Dickens. Encontrar piso, se comprende, era entonces un problemón. Al otro lado de las murallas, en lo que hoy es el Eixample, estaba militarmente prohibido levantar un hogar. Un kilómetro con 200 metros era el margen que los generales querían libre de obstáculos por si había que bombardear la ciudad, cosa que ocurría a menudo. Barcelona no solo es una de las ciudades más bombardeadas de la historia, sino que (y que tome nota el libro Guinness) casi nunca lo ha sido por tropas extranjeras.

El reuma inmobiliario de Barcelona es crónico. Cayeron las murallas, se levantó el Eixample y, aún así, los alquileres estaban por la nubes

Ahora viene el enigma. Cayeron las murallas. Se edificó el Example. Era, tal y como lo concibió Ildefons Cerdà, un plan infinito, concebido para extenderse como el aceite, saciar el hambre de espacio. Lo lógico sería pensar que Barcelona había resuelto ya su crisis inmobiliaria. Pues no. En 1918 se debatió en el pleno municipal una propuesta de la oposición. Le pedía al alcalde Manuel Morales que bien pronto viajara a Madrid y le pidiera al Gobierno que, por ley, limitara el precio de los alquileres en la ciudad, que por decreto los retornara como mínimo a las cifras de mediados de 1914, antes de que comenzara la primera guerra mundial, porque entre tanto rico, espía y maleante que se había instalado en la ciudad el precio de la vivienda era otra vez un problemón. El de Barcelona es un jeroglífico sin solución.

Y aquí estamos, 100 años después, en la Rosa de Fuego Inmobiliaria. El miércoles hubo en Barcelona tres desahucios. La semana pasada, 29 familias fueron sacadas a la fuerza de sus hogares. Pasa en toda España, sí, donde se ejecutan 115 desahucios judiciales al día, cifras oficiales en mano, pero Barcelona suele ser siempre punta de lanza, un lugar donde la creatividad de Spectre no conoce fronteras. Lo cuenta Jaime Palomera, portavoz del Sindicat de Llogaters, que este jueves tenía anotado día de combate en su agenda para defender a Maricarmen (escrito todo junto, las cubanas son así), a la que un fondo de inversión quiere echar de su casa el próximo enero, porque paga 600 euros de alquiler y, una vez repintados y maqueados los pisos de esa finca, los sube 1.250 euros. Ya lo ha hecho con cinco familias del 178 de la calle de Còrsega. La próxima se supone que será Maricarmen. Este tipo de casos no suelen formar parte de las estadísticas. Son los desahucios invisibles. Gente que se rinde ante la subida del alquiler y se va con la vida a otra parte. Maricarmen dice que no se irá.

Lo nuevo de Spectre son los desahucios con fecha abierta, para que no haya opción de organizar una marimorena en la puerta de la finca

Lo que cuenta Palomera es tremendo. Como una parte de los vecinos de esta ciudad han decidido organizarse y actuar solidariamente para parar los desahucios previstos, los abogados de las los fondos buitre se las han ingeniado para conseguir que los juzgados concedan “desahucios con fecha abierta”, es decir, que no serán este lunes o aquel miércoles, lo cuál permite organizar grupos de resistencia para cerrar el paso a la comitiva judicial y policial, sino que se conceden dentro de un margen amplio de varios días. Pueden ser cualquier día y a cualquier hora.

Decía Diógenes que los ricos comen cuando quieren y los pobres, cuando pueden. Decía Manuel Vázquez Montalbán a finales de los 90 que Barcelona se podía por fin comer muy bien, eso sí, si se tenía dinero, porque había también la opción de casi no comer si no se tenía. “Yo he dejado de comer para poder pagar el alquiler”, dice Maricarmen, un caso paradigmático, según Palomera, de lo que de un tiempo a esta parte anda sucediendo en la ciudad, donde ser mujer y mayor te convierte en un blanco preferente de la violencia inmobiliaria.

Esa ha sido una de las más descorazonadoras sorpresas que se ha llevado el Sindicat de Llogaters desde que nació como plataforma en mayo del 2017. La mayoría de los dirigentes, en aquel parto sindical, eran gente joven, gente recién llegada a la edad adulta a la que se le negaba el acceso a una vivienda conforme a su sueldo. Se creían los más desafortunados de la ciudad y, eso sí, decidieron que no iban a adocenarse. Con el tiempo han descubierto que las maricármenes de la ciudad lo tienen aún peor.

Llegan dos 'mossas' al punto de reunión de los activistas. Las agentes les informan de que la ley prohíbe grupos de más de 20 personas en la calle. Dispérsense

La cuestión es que a media mañana de este 22 de noviembre, un grupo de activistas y simpatizantes del Sindicat de Llogaters han hecho lo que ya comienza a ser habitual, se han presentado en las oficinas del fondo buitre para avergonzar a sus responsables. Lo curioso, sin embargo, ha ocurrido unos minutos antes, en la confuencia de la Rambla de Catalunya con la calle de Aragó, punto de encuentro de la protesta. Eran una treintena de personas. No hacían nada fuera de lo común. Charlaban. Algunos llevaban camisetas del sindicato. De repente se han acercado dos mossas d’esquadra. Le han dicho a Palomera que la ley prohíbe reuniones en la calle de más de 20 personas si no se ha pedido previamente un permiso. Cosas que pasan en la Rosa de Fuego Inmobiliaria.