SUCESOS

Unos presuntos vigilantes de un narcopiso apedrean una finca de Riereta

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Guillem Sánchez / Carles Cols

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Una vuelta de tuerca más en el perenne problema de los narcopisos. Un grupo de jóvenes apedreó la madrugada del martes los balcones y el portal del número 8 de la calle de la Riereta. Desde la finca les habían recriminado el ruido que causaban. La discusión subió de tono. Desde una ventana les lanzaron primero una botella de agua. Poco después, un tiesto. Los vecinos dicen que ese grupo se instala en la esquina de Riereta con Aurora porque desde ahí vigilan las entradas y salidas de un narcopiso situado en los bajos del número 11. Cuando comenzó la discusión, sus sospechas se vieron confirmadas. Del local salieron precipitadamente un par de decenas de clientes. Los dueños del negocio no querían a nadie dentro del narcopiso si llegaba la policía. Esta llegó. Dos veces a lo largo de la madrugada. Primero, los Mossos d’Esquadra. Más tarde, la Guardia Urbana. Dos veces, tras cada aparición policial, el grupo apedreó el edificio y, tal y como se escucha en los videos grabados desde otros balcones de la calle, amenazaron directamente a los vecinos. “¿Tú vives ahí, en el segundo?”, se escucha perfectamente en un tono agresivo.

El narcopiso es bastante nuevo en la calle. Ocuparon los bajos un grupo de paquistanís hace un mes aproximadamente, pero, según una de las vecinas, la actividad comercial a pleno rendimiento no arrancó hasta el 29 de octubre, la fecha de la macrorredada contra la mafia dominicana de la droga. Aquel día, tras meses de investigación, los Mossos entraron simultáneamente en 26 narcopisos. El Belleza, el Guadaña, el Gordo y otros narcos también con alias que dificultaban la investigación a través de escuchas telefónicas se habían hecho dueños de la venta de droga al por menor en el Raval durante los dos últimos años.

Oferta y demanda

Los primeros narcopisos dominicanos estaban al otro lado del Paral·lel. Poco a poco, por la fuerza, desplazaron a la competencia. Se hicieron dueños del Raval sur y, sobre todo, crearon mercado. Ese es el problema de fondo. La detención de 58 personas en una sola jornada no corta la adicción. El boca-oreja funciona. Que en los bajos del número 11 de Riereta se ofrecía droga corrió como la pólvora. Que la tienda ya no fuera dominicana, sino paquistaní, a los consumidores no les importa. Y a los vecinos, vista la bronca de la madrugada del martes, tampoco. Lo que les preocupa es que la operación del 29 de octubre no puso punto final al sinvivir.

Lo sucedido la madrugada del martes es, según se mire, un nuevo peldaño en el conflicto que sufre el Raval desde hace tres años, explica uno de los testigos presenciales del lanzamiento de piedras. Primero porque confirma que la mejora tras la macrooperación policial es inapreciable más allá de las fincas directamente beneficiadas por la entrada de la policía, que no es poco. Los primeros días, la narcosala de Baluard atendió a más drogodependientes, pero pronto el negocio volvió a funcionar. El cierre de dos narcopisos esta misma semana en el Eixample más cercano al Raval es un indicio de que la demanda anda en busca de la oferta. Su existencia se sospechaba desde antes del verano. El pasado marzo, los vecinos de Sant Antoni ya vieron las primeras jeringuillas en la calle, señal inequívoca de que algo nuevo y necesariamente malo estaba sucediendo. Y, segundo, porque el hecho de que se amenace tan abiertamente a los vecinos y se apedreen sus fincas añade un plus de miedo en calles como Riereta.

A los vecinos del Raval hay que agradecerles que no se han conformado con ser espectadores pasivos de la degradación de sus calles. Se han implicado muy activamente en señalar dónde había narcopisos. Han facilitado parte de la investigación policial. El enfretamientod e la madrugada del martes en la calle de la Riereta, aunque la chispa inicial fuera el ruido, es un mal augurio.