Barcelona pone fin a siete siglos de exaltación de su mayor pogromo

La calle Sant Domènec del Call cae del nomenclátor por infame y cede su lugar al sabio rabino Salomó Ben Adret

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Carles Cols

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Barcelona ha puesto fin bajo la lluvia de este viernes a siete siglos de exaltación del más sanguinario pogromo ocurrido en la ciudad. Durante 627 años, una de las más medievales callecitas del centro histórico se ha llamado Sant Domènec del Call, lo cual, si se desconoce su historia, ha parecido siempre que era simplemente un beato homenaje al fundador de la orden de los dominicos, pero en realidad el nombre le viene de que la gran degollina de los judíos de Barcelona ocurrió el 5 de agosto del año 1391, que entonces era la festividad de Sant Domènec. Punto final a tan vergonzosa infamia. La calle luce ya las placas de su nuevo nombre, Salomó Ben Adret, rabino de Barcelona durante 40 años, a caballo de los siglos XIII y XIV, y sobre todo, parece ser, un hombre muy sensato a la hora de apuntalar la convivencia entre las distintas religiones.

Una parte de la comunidad judía de la ciudad había llamado varias veces en el pasado a las puertas del ayuntamiento para corregir esta ofensa, que el nombre de la calle fuera la celebración de una matanza. Siempre salieron decepcionados de las pocas ocasiones en que les recibieron, con el convencimiento de que la inacción respondía al deseo de no incordiar al clero. En diciembre del 2016 (y no es por presumir, sino por explicar bien la cadena de los acontecimientos), EL PERIÓDICO le dedicó una página al caso. La calle más infame de Barcelona, ese era el título. Había resurgido con fuerza por aquellos días el debate sobre la inconveniencia de que el marqués de Comillas, Antonio López, tuviera hasta una estatua con su mochila negrera a cuestas y el propósito de aquel artículo era subrayar que, puestos a corregir errores, el de Sant Domènec del Call hasta podía considerarse mayor. Parece que la idea no cayó en saco roto. Más de un grupo municipal lo apuntó en su agenda de tareas pendientes. El mérito finalmente se lo ha llevado, sobre todo, Gerardo Pissarello, que llevó el caso a la comisión que gestiona el nomenclátor. Él ha descubierto la placa y, después, no se ha olvidado de subrayar que fue precisamente un 9 de noviembre, como este viernes, que en 1938 tuvo lugar en Alemania la tristemente famosa noche de los cristales rotos, conocida en alemán como la kristallnacht o, también y muy acertadamente, la novemberpogrome.

Un tipo deplorable, el arcediano de Sevilla, desató una ola de persecuciones a los judíos que culminó en Barcelona en 1391

El recordatorio lo han agradecido las varias decenas de personas (bastantes de ellos judíos barceloneses) que han participado en el acto de estreno de la placa, para las que el 5 de agosto de 1391 es una fecha de ingrato recuerdo. Lo que aquel día sucedió en Barcelona fue el eco corregido y aumentado de una cadena de persecuciones que padecieron los judíos en los reinos de Castilla y Aragón a raíz de los incendiarios sermones que pronunció el arcediano de Sevilla, Ferrand Martínez, un tipo deplorable al que, eso sí, en su tiempo se veneró. Cuando los pogromos llegaron a Barcelona (entonces aún no se les llamaba así), se asaltó el call de la ciudad y se calcula que se asesinó a unos 300 judíos. La presencia de esta comunidad fue desde entonces entre residual e inexistente.

La calle es corta. El número de placas instaladas, consecuentemente, pocas. La que recuerda quién fue Salomó Ben Adret, que nació en 1235 y murió en 1301, está situada donde la calle confluye con la placita de Manuel Ribé, que también tiene su qué. Allí, por si alguien la visita, se instaló en mayo del 2015 otra placa, esta en recuerdo de las 16 personas que murieron el 30 de enero de 1938 durante un bombardeo aéreo franquista. La plaza existe porque la bombas demolieron toda un edificio. Lo que viene al caso, por si alguien la visita, es el juego de encontrar la placa del suelo. Es una de aquellas cosas que tan bien definen la Barcelona actual. La placa apenas se ve porque está debajo de las mesas de la terraza de un bar. El ayuntamiento terminó por colocar otra en la pared tras el fiasco de la primera.

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