Barceloneando

El gabinete del doctor Obiols

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Ramón de España

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La figura del médico humanista, interesado en asuntos que desbordan sus competencias, como el arte, la literatura o la música, no pasa por sus mejores momentos en Barcelona. Yo solo cuento con uno de ellos entre mis amigos, el psiquiatra Jordi Obiols, al que llevaba tiempo sin ver cuando decidí llamarle para que me hiciera de cicerone de la exposición - comisariada por él mismo, ¿quién mejor?-, que la Fundació Joan Brossa ha dedicado a su padre, Joan Obiols i Vié (Granollers, 1919 – Port Lligat, 1980) y a su legado psiquiátrico y cultural. Nada más verle le pregunté por María, la mítica cocinera de la familia Obiols, la que le preparaba a Joan Brossa unas exquisiteces que el poeta solía despreciar para conformarse con una verdurita (en un viaje con ObiolsBrossa se negó a alojarse en el Negresco y no paró hasta que le encontraron una pensión churrosa): sigue viva, afortunadamente, pero jubilada, lamentablemente.

También nos pusimos a hablar del difunto Mariano de la Cruz, colega y amigo del alma de Obiols padre, al que tuve la dicha de conocer en el transcurso de algunas cenas en casa de Jordi Angie, un tipo facundo que, aunque nos doblaba la edad a todos, trasegaba más gin tonics que nadie y era el último en abandonar la reunión tras deleitarnos con pintorescas anécdotas y todo tipo de historias relacionadas con sus dos grandes pasiones, el teatro y la tauromaquia: ya no los fabrican así, pensábamos mientras salíamos a cuatro patas del domicilio de los Obiols Mariano seguía hablando para los pocos que quedaban en pie. Jordi es la única persona que conozco que heredó de su padre un amigo y le hizo un sitio entre los suyos.

Amor no correspondido

El resto de la herencia puede verse y disfrutarse estos días en la Fundació Joan Brossa (del que hay unos videos tronchantes haciendo el ganso en el hogar de los Obiols: ahora imita a un locutor franquista, luego protagoniza un estriptís… Los momentos serios no están grabados, como cuando se enamoró perdidamente de la actriz Julieta Serrano y no fue correspondido). Las fotos de enfermos mentales que Joan Obiols tomó a finales de los 50 y principios de los 60 son impresionantes: los modelos oscilan entre una aparente normalidad y el sufrimiento interior que asoma al exterior en unos rostros desencajados de mirada perdida. Pionero en la práctica de la psicoterapia artística, Obiols puso a dibujar a algunos de sus pacientes: por lo que se puede ver, uno de ellos era sensacional; Jordi no me facilita su nombre porque aún está vivo, pero sus dibujos son impresionantes: no se me va de la cabeza el de la mujer desnuda, rodeada de animales emparejados, que sostiene en una mano un mini hombre al que agarra de la cintura para impedir, digo yo, que se dé a la fuga.

En la gris Barcelona franquista de los años 50 y 60, la casa del doctor Obiols era un oasis de actividad intelectual. Brossa Mariano de la Cruz montaban sus funciones teatrales, pasaban por allí Néstor Luján o Camilo José Cela, y luminarias de la música contemporánea -una de las pasiones del anfitrión- como Liggetty Stockhausen también se dejaron ver. En ese entorno privilegiado creció mi amigo Jordi, lo cual siempre me ha causado cierta envidia, ya que con mi padre la principal actividad social consistía en acudir cada año al Desfile de la Victoria.

Joan Obiols i Vié tuvo como paciente a Salvador Dalí cuando el artista cayó en una profunda depresión a finales de los 70. Fue en su casa de Port Lligat donde el padre de mi amigo sufrió el infarto fatal que acabó con su vida y que tantas leyendas alumbró. “No es cierto que mi padre se desplomara sobre Gala y esta se lo quitara de encima horrorizada”, me comenta Jordi, “No sé de dónde han sacado semejante chorrada”.

El legado del doctor Obiols merece una visita. No solo por los cuadros de los amigos famosos y la memorabilia y las fotos con ilustres difuntos. Es la cápsula de una vida que era posible, con ciertas dificultades, en una ciudad de la España de Franco. Yo solo eché de menos un holograma de Mariano de la Cruz, puro en mano, monologando sobre Manolete.