BARCELONEANDO

No hablamos con nuestros muertos

Amadeu Carbó y Jordi Cubillos explican en 'Fins aquí hem arribat' cómo ha cambiado nuestra relación con la muerte

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Mauricio Bernal

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Según recuerdan Amadeu Carbó y Jordi Cubillos en el recién publicado ‘Fins aquí em arribat’ (Edicions Morera), antaño, cuando alguien moría, un preciso protocolo se ponía en marcha para difundir la noticia que no tiene nada que ver con las prácticas de hoy. Algún allegado del difunto se encargaba de informar a la parroquia, y entonces el campanero tocaba a muertos. El toque de muertos era "fácilmente reconocible por su solemnidad y cadencia –cuenta el libro–. En algunos lugares, y dependiendo del virtuosismo del campanero, el toque llegaba a informar si el muerto era un hombre o una mujer, o incluso un niño o una niña". Los vecinos que habían mantenido una relación más estrecha con el difunto pasaban por las casas informando de lo ocurrido. Si el muerto era un niño, igual. De la tarea se encargaban sus amigos.

El hedonismo y la falta de espiritualidad lo ha cambiado todo en las sociedades ricas

Así se hacían las cosas en los pueblos y vecindarios pequeños, pero la gran urbe no era ajena a estas expresiones funerarias en comunidad. "En la ciudad, donde las distancias eran más grandes, era costumbre que el anuncio lo hiciera el andador de la cofradía a la cual pertenecía el difunto", escriben los autores. El andador gritaba la muerte en cada esquina y acompañaba el anuncio con el toque de una campanilla denominada esquella. La costumbre es antigua pero no tanto: en Barcelona, los andadores gritaron la muerte hasta bien pasada la mitad del siglo XIX. La teoría que recorre el libro –presentado el lunes en el centro cultural La Violeta– es que esta clase de prácticas no solo pertenecen a una época pasada sino a una pasada manera de relacionarnos con la muerte. Está en la introducción: "Ya no se interactúa con los difuntos", se lee. "Ya no ‘convivimos’ con nuestros difuntos".

Un plato para el ausente

Es tiempo de hablar de los muertos. Como cada año, el 1 de noviembre se celebra el día de Todos los Santos, y al día siguiente el Día de los Difuntos, y como cada año miles de personas acudirán a los cementerios a visitar a sus muertos, orar –cada uno a su manera– y dejar un ramo de flores que con los días se pudrirá. "Las creencias populares –escriben los autores– explican que es precisamente en este momento del año cuando el mundo de los vivos y el mundo de los muertos se relacionan", pero luego subrayan que esa visita es un ritual desdibujado, poca cosa con respecto a lo que era costumbre en otros tiempos. Se dejaba el fuego del hogar encendido, se colgaban fotografías en honor del muerto más reciente de la familia, se dejaba un plato vacío en la mesa, se encendían velas para señalizar el camino de los difuntos. Se interactuaba con ellos. En cierto modo se convivía con ellos.

Muchas costumbres han desaparecido, cambiado o han perdido su significado

“Uno de los grandes motivos para hacer este libro –dice Carbó– es que en los últimos 50 años se ha producido un cambio muy grande en las costumbres funerarias, tan grande que hemos decidido delegarlo todo a terceros, empresas que lo hacen muy bien, sin duda, pero que no tienen ninguna relación emocional con el muerto. En los países ricos hemos renunciado a una serie de valores y los hemos cambiado por otros más vacíos. Somos sociedades hedonistas, con un culto exacerbado por el cuerpo vivo. Vivimos preocupados por comer bien, por hacer ejercicio, y hemos renunciado a la espiritualidad". En poco más de 80 páginas, los autores ilustran con ejemplos el postulado de que esta sociedad moderna decidida a fagocitar tabús ha apuntalado uno nuevo, el de la muerte. No puede con ello. 

Máscaras mortuorias

El nuevo paradigma no solamente ha convertido en obsoletas las antiguas costumbres sino que las ha vuelto impensables o de mal gusto, como la fotografía post mortem o las máscaras mortuorias. Hay otras que han perdido su significado, como la castañada –originalmente era una comida funeraria, y en algunos casos reunía a la familia en torno a una tumba–, y algunas simplemente han desaparecido, como el teatro de los difuntos. Carbó y Cubillos recuerdan "la larga tradición de representaciones teatrales que se acostumbraban a hacer por Todos los Santos", entre las que destacaba 'Don Juan Tenorio'. "En muchos teatros de Barcelona la programaban cada año". La obra de Zorrilla, añaden "era programación obligada en el espacio teatral Estudio 1 de TVE".

Todo eso es pasado. Hoy los muertos son enterrados y olvidados. Bueno: una vez al año se limpia esa lápida.