BARCELONEANDO

Cuando el río crece

Mirar obras ya no se lleva. Si antes el personal veía el trabajo en ellas, ahora solo encuentra especulación

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zentauroepp45473466 barcelona 15 10 2018 el rio bes s desbordado a su paso por181020110532 / JOAN COARTADELLAS

Javier Pérez Andújar

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Ver crecer el río, ver cómo salía el río, la lluvia era eso a la orilla del Besòs. Ahora nos lo mandamos en vídeo por Whatsapp. La crecida de este lunes la puso Jordi Hoyos (ha sido pastelero, pero hace mucho que repara y vende bicicletas), en nuestro grupo de amigos de Sant Adrià. El agua marrón de tierra, revuelta lo mismo que nuestra historia, subía las rampas por donde baja la gente para pasear en ese parque, y era un salir a la inversa como si fuese el río quien quisiera darse un garbeo por el pueblo. Asomarse a comprobar que la naturaleza siempre gana, y que parte de esto directamente nos toca, pues en algún momento de nuestra vida hemos sido naturales, sentir en las rayas de la mano, en las marcas del destino, el frío de las barandillas recién llovidas, éste era el espectáculo de la gente callada. Porque mirar obras ya no se lleva. También de eso hemos tenido sobredosis. Si antes el personal veía el trabajo en ellas, ahora sólo encuentra especulación. Hasta el respeto al tajo, a la brega, hemos perdido. El trabajo basura no dignifica. La explotación no nos hará libres. Y entonces lo más verdadero, lo único auténtico que queda, es dejarse hipnotizar por ese flujo que corre a borbotones, quedar hechizado ante esa sangre caliente de bloques y de fábricas en crisis que continúa derramándose, ver el barrio abierto en canal para desangrarse por su río, la mirada cautiva ante el agua turbulenta que no para de levantar una espuma de clase (las garzas reales, grises como el cielo, lo contemplan subidas a los juncos con una sabiduría superior a la nuestra). Arrojar los ojos y la biografía entera a esa riada repentina que viene vaya usted a saber de dónde, lo mismo que el pasado.

Cuando éramos jóvenes no llevábamos dinero, pero teníamos libros

–¿A dónde vas, pichita?-. Curro Gadella lo decía con dulzura extremeña. Es de Olivenza y para rimarlo con su propio pellejo tenía esa tez olivácea. Ya se jubiló de la brigada municipal de obras y ahora pasa mucho tiempo en el pueblo. Curro Gadella, su perilla de aristócrata de la hormigonera (en jirones de papel roto, arrancado de los sacos de cemento, escribía los versos que de pronto le venían a las venas, a la cabeza, mientras trabajaba, pues era poeta en todas partes y más aún en el trabajo, porque la alienación inspira, porque en la desesperación por escapar se agarra uno con más fuerza a los sueños). "¿A dónde vas, pichita?", preguntaba de verdad y no por el gusto inútil de preguntar. Quería saber, eso es lo primero que quiere un pobre: saber. Lo que aprendas no te lo quitará nadie, y oyendo esto aprendíamos que nos lo iban a quitar todo. Pero el saber, no. La cultura es todavía más fuerte que la libertad. Leer y escribir son los dos ríos que van a arrastrarnos imparablemente hasta que todo esto acabe. Son el Tigris y el Éufrates de los que brota el árbol de la ciencia. Yo llevaba en la mano 'El árbol de la ciencia', de Pío Baroja, y andaba siempre mirando arriba, a los balcones, para reconocerlo, con el deseo de que se me apareciera en cualquiera de ellos, vaya usted a saber, el tío Iturrioz de Andrés Hurtado, porque sí, porque la literatura existe fuera de los libros.

La mili literaria

Las lecturas obligatorias del instituto eran nuestro servicio militar obligatorio como gente de letras. Y para objetar a esas obligaciones me iba a otros libros que parecían llegarnos sin banderas. Y así, otros días, lo que llevaba en la mano era, por ejemplo, 'La metamorfosis', de Kafka, también en la colección de libro de bolsillo. No llevábamos dinero en los bolsillos, pero llevábamos libros. Salía yo a la calle para estar aún más cerca del río, para bebérmelo como un veneno socrático que te da la razón, y en un sitio que ni era acera ni era nada me encontraba con Curro Gadella cavando un hoyo, buscando una tubería, plantando los árboles que entonces no había, trabajando en alguna obra del ayuntamiento, con la ropa azul de los que han venido a vender su fuerza de trabajo, y me detenía para hablar con él un buen rato. El poeta era él. Quien se alzaba en pie, en la tarima armada sobre el suelo de tierra, entre la guardia civil del cuartel y la peña flamenca del bar Onubense, quien leía aquellos versos rimados de campo y rojerío (lo que le habían quitado y lo que quería ganar), era Curro. Yo llevaba en el bolsillo, la pelliza camel de Jim Morrison comprada en los encantes, los versos de Allen Ginsberg, pero el poeta al que conocía en carne y hueso, por quien salía a dar vueltas por las calles para ver si me lo encontraba, era Curro. Porque hablando los dos íbamos a liberarnos.

–¿Eso qué es, pichita? Huy, Kafka escribe unas cosas muy raras. Otro día que nos veamos te voy a dejar 'Años y leguas', de Gabriel Miró. ¿Tú sabes lo que es criar cerdos? ¿Sigüenza no te dice nada?

Y el compañero que estaba con Curro también dejaba de trabajar y se reía de nosotros. Era viejo y flaco, y siempre explicaba que era gitano y que sólo fue un día al colegio, pero como fue a caballo y no quería bajarse no le dejaron entrar y nunca más volvió. En el barrio, el río es lo único que vuelve.