BARCELONEANDO

Lo (poco) que sé sobre Sergi Pàmies

Su libro 'L'art de portar gavardina' da varias vueltas de tuerca a la realidad del presente y del pasado

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Ramón de España

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Lo poco que sé sobre Sergi Pàmies lo he ido recogiendo pacientemente a través de las breves conversaciones mantenidas a lo largo de los muchos años que llevamos cruzándonos por Barcelona, de alguna cena corporativa y, sobre todo, de sus libros. Quien nunca se haya topado con él ni haya intercambiado una sola palabra, puede hacerse una idea de cómo es el sujeto leyendo su último y espléndido libro de….¿Relatos? ¿Ensayos autobiográficos? ¿Apuntes para unas memorias? Da igual: 'L'art de portar gavardina' es un artefacto glorioso cuyo autor se desnuda metafóricamente (tranquilos, que, dada su manera de ser, es imposible que lo haga de manera literal) y muestra sus entrañas al lector. Aunque hay alguna ficción más o menos canónica, lo que abunda en 'L'art de portar gavardina' son las vueltas de tuerca a la realidad del presente y del pasado.

Quien nunca se haya topado con él, puede hacerse una idea de cómo es el sujeto leyendo su último libro 'L'art de portar gavardina'

Dice un conocido común que Pàmies va por la vida con el freno de mano puesto. Durante un par de esos encuentros casuales que protagonizamos y en los que siempre intercambiamos cuatro frases, ni una más, pues Sergi siempre parece tener prisa por llegar a algún sitio en el que tú no estás, recuerdo haberle propuesto ir a tomar un café o un trago, dependiendo de la hora. No lo logré. Es más, decidí abandonar esas propuestas para siempre. Bastante hace el hombre, cuando te lo cruzas, con sacarse de las orejas los auriculares de la radio, guardárselos en algún bolsillo de su legendario chaleco de fotógrafo -que en invierno sustituye por una cazadora, dado que su 'self deprecation' constante le impide lucir una gabardina como la de Yves Montand-, dedicarte una sonrisa de palmo y medio y concederte cuatro frases, sin llegar nunca a la quinta.

Hay que reconocer que en esos breves intercambios surgen a veces por su parte comentarios gloriosos que el oyente atesora. Un ejemplo sobre el periodismo: “Lo bueno de las entrevistas es que cada vez conoces a una persona nueva. A no ser que te envíen a entrevistar a Los Sabandeños, en cuyo caso conoces a sesenta personas nuevas”. Otro sobre la familia: “Yo era el único chico de mi clase que, cuando llamaban a la puerta de casa, su padre se escondía en un armario”. Sobre su infancia de niño comunista veraneando con los Ceausescu y gente así no he conseguido sacarle nada todavía, pero espero que el tema acabe apareciendo en próximos relatos.

Bastantes emociones ha tenido

Sergi Pàmies me parece un maniático del orden, un 'control freak', como si ya hubiese tenido bastantes emociones para toda la vida con la infancia y la adolescencia que le procuraron sus padres, Gregorio López Raimundo y Teresa Pàmies (“Mi madre es como Teresa de Calcuta”). No conozco a nadie más morigerado que él. Le recuerdo en una cena con gente de El País -reunión que fue, como siempre, el primero en abandonar- pidiéndose una copa tras el postre y preguntándome si le podía pasar un cigarrillo. Cuando yo iba a pedir el tercer whisky y él se acababa de terminar el suyo, le pregunté si quería otro: “No, gracias, estoy bien”. Cuando le ofrecí otro cigarrillo, me dio la misma respuesta. A los que tenemos un carácter compulsivo, esa actitud nos admira y debería servirnos de ejemplo.

La ensoñación sobre que él podría ser hijo ilegitimo de su madre y Semprún es tan triste como enternecedora

Mis textos favoritos de 'L'art de portar gavardina' están narrados por alguien que se me parece bastante. Es decir, un tipo con cierto exceso de peso, huérfano, cesado por su esposa y con la autoestima por los suelos, cuyo sentimiento principal cuando una mujer le quiere es la gratitud. Sus maneras de chinchar a su padre -acusándolo de la expulsión del PCE de Semprún y de ser un estalinista- eran diferentes a las mías porque mi progenitor era un franquista convencido. La ensoñación sobre que él podría ser hijo ilegítimo de su madre y Semprún, alguien que dominaba el arte de llevar gabardina, es tan triste como enternecedora. Y uno acaba el libro creyendo conocer un poco más a ese individuo que no se deja conocer fácilmente, sintiendo que lo aprecia más y confiando en que el sentimiento, pese al freno de mano, sea mutuo.