BARCELONEANDO
Glicerina con colorante por sangre
Sacris, pintor y atrecista del Liceu, expone en el Foyer sus pinturas sobre todo lo que acontece entre bambalinas, que no es poco
Natàlia Farré
Periodista
Natàlia Farré
Un tráiler de 12 metros de longitud. Y el monumento de Colón. No se trata del juego de los disparates sino de hablar del Liceu. ¿Cómo? Pues eso, ambos conceptos unen al coliseo (de colosal) de La Rambla. Vean si no: en la caja escénica (ese espacio que ocupa el escenario y lo que hay bajo sus pies y sobre su cabeza) cabría el monumento de Colón (el de Barcelona que es el más alto de los 64 que se erigen en el mundo en memoria del descubridor). Y allá por el piso menos tres, en el subsuelo de la misma caja escénica, aparcan camiones. Tal cual. Veamos. Las óperas del Liceu suelen ser coproducciones, ello significa que el decorado llega de otra parte y lo hace transportado por camiones. Vehículos de grandes dimensiones que entran en el teatro por La Rambla (enteritos, ellos), paran sobre un montacargas y descienden a las entrañas del teatro. Ahí se vacían los contenedores para largarse de nuevo por La Rambla.
Si en escena se mata con un puñal y el cantante entra sin él, es posible que el muerto acabe siendo el tramoyista
De todo esto, y mucho más, se enteró una el lunes. En el Liceu no había camión: el último llegó hace días con la escenografía de 'Katia Kabanova', la segunda de las óperas de la temporada que empieza mañana. Y en los sótanos lucía aún desmontada. Dentro de poco quizá la suban a nivel de calle y acabe conviviendo con los decorados de 'I puritani', la función que inicia el calendario, y por qué no, también con el mobiliario del Petit Liceu. No en vano en la caja escénica del coliseo (de colosal, no hay duda) pueden convivir, como poco, tres escenografías a la vez. No había camión el lunes, pero sí hubo ensayo pregeneral de 'I puritani'. De tipos de ensayo hay tantos como orégano tiene el monte, y el del lunes era el del segundo 'cast' o lo que es lo mismo: el del reparto que no es principal. El martes hubo ensayo general. El segundo se distingue del primero porque en él actúan las estrellas: Pretty Yende y Javier Camarena, en este caso. También hay ensayo de piano, de ante piano y alguno más... Lo dicho, imposible contarlos.
Pues eso, el lunes a las cinco de la tarde empezó la función en el escenario y entre bambalinas. Y ahí está la gracia, que entre bastidores hay tanta o más tensión que frente al público. Maquinistas, atrecistas, los técnicos de vestuario, de caracterización, de audio, electricistas, regidores... se movían a oscuras como parte de una coreografía. Es lo que la gente no ve. Y tiene tanto de función como lo que ocurre bajo el telón. Todo debe estar perfectamente coordinado y milimetrado. A veces solo hay unos segundos para retirar una pared pesada. Y ahí corren 15 maquinistas a moverla. En otras, hay que entregar un puñal a un cantante. Parece una tontería pero hay que estar al loro: si hay una muerte con puñal en el escenario y el asesino entra sin él... es posible que el muerto acabe teniendo aspecto de atrecista.
En el Foyer
El cuchillo que se usa en 'I puritani' estaba preparado. La sangre, también. Glicerina con colorante (comestible) metida en una pera escondida en el cuchillo. Hincar la daga y apretar el recipiente. Así se mata en el teatro. La curiosidad obliga a la pregunta y permite descubrir que el whisky y el vino son agua también con colorante, té o mosto. Depende de los directores y de los cantantes. Todos, con sus manías. Por ahí deambulaban también otros técnicos esperando turno para intervenir. Con cuatro se puede hacer una ópera, pero las hay que necesitan hasta un centenar de personajes de apoyo. En 'Rigoletto', por ejemplo, en el coro son 60 cantantes en escena: todos ataviados, todos con sus pelucas y todos con necesidad de cambios de vestuario al mismo tiempo. Con cuatro no bastan. Lo normal son unos 30 técnicos entre bastidores.
Y a veces, con una coreografía para ellos. En 'Manon Lescaut' hay tantos cambios que sin previa danza ensayada, no salen. Los movimientos de los técnicos son sincronizados y en momentos concretos. Varias personas a trabajando a la vez durante tres minutos. Después, largas esperas de inactividad. Nada qué hacer, pero imposible marchar. Es entonces cuando Sacris, pintor que ejerce de atrecista en el Liceu, saca su lápiz y su cuaderno de apuntes y se pone a dibujar. El resultado, cuadros que muestran lo que nunca se ve en las funciones. Una selección de los cuales lucen en la exposición 'Des de dins' que el teatro le dedica en el Foyer. Y cuya visita es obligada.
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