BARCELONEANDO

En Barcelona somos cinco menos

La fuga de cerebros no solo se lleva gente válida, también arrebata seres comprometidos; la esencia de las ciudades

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zentauroepp14699236 el prat de llobregat 07 12 2010 la terminal 1 del aeropuerto180916164609 / JOSEP GARCIA

Carlos Márquez Daniel

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Cuando se habla de la fuga de cerebros, de la diáspora laboral, todo se centra en la cosa profesional, en las oportunidades, en el futuro que uno encuentra en otro país que no le ha visto nacer pero que le verá prosperar. Pero no solo se va un trabajador, también perdemos a un ciudadano, o a unos cuantos. Hoy hablaremos de toda una familia que ya no vive en Barcelona. De lo que aportaban y de lo que estamos perdiendo. Este un ejemplo real, seguro que cada uno tiene el suyo.

Todos sabemos de alguien que se ha marchado. Aquí dejaremos a un lado el bache emocional, lo mucho que se echa de menos. Eso queda para cada uno y no viene a cuento convertir esto en una cuestión personal. No lo es. Aquí nos centraremos en lo colectivo, lo social, en cómo la ciudad, sin darse cuenta, deja escapar algo más que unas manos y una buena cabeza. El padre de este clan, al que llamaremos Roger, trabajó durante años en una multinacional a razón de 3.000 y pico euros mensuales. Vuelos en primera, tickets restaurant…, el sueño americano.

Era feliz y consiguió grandes cosas para la marca. Pero hace más de una década se dio cuenta de que aquello, todas las horas invertidas, las reuniones, las fábricas abiertas, nada de todo aquello tenía ninguna repercusión en la sociedad. Lo dejó y se puso a buscar algo que diera sentido a las horas que no pasaba con los suyos. No tardó demasiado en encontrar su particular Ítaca profesional: investigador en una universidad pública. Por el camino, por cierto, además de la licenciatura, ha realizado un máster, sin trampa ni cartón, se ha doctorado, ha publicado en revistas importantes y ha sacado adelante proyectos por todo el mundo. Pasó a ganar la mitad, eso sí. Y a volar en turista, como (casi) todo el mundo. Pero por fin llegaba a casa con la conciencia tranquila.

Clases a tres euros

Hace algunos años empezó a dar clase como profesor asociado. Un mediodía, compartiendo mantel, nos dio por calcular cuánto le pagaban. Contando desplazamientos -era fuera de Barcelona-, y teniendo en cuenta el tiempo de preparación de las asignaturas, le salía la hora por debajo de tres euros. Pero él seguía, contento y comprometido; sin quejarse por las condiciones, aunque sí se atrevió a toserle a los profesores con plaza fija porque los exámenes, que no se cambiaban desde los tiempos de Espinete, contenían errores de bulto. No consiguió que lo arreglaran. “Quita, quita, da igual, lo dejamos así”, le dijeron. Y así se quedó. 

Se casó hace unos 10 años con una mujer que trabaja en el sector sanitario y a la que llamaremos Rosa. Han tenido tres hijos que han ido a una escuela pública de un barrio cualquiera de Barcelona. Se implicaron en el 'ampa' del cole y no solían fallar en las cenas de padres. También han colaborado con entidades sociales y establecieron un vínculo muy cercano con el resto de propietarios de la finca en la que vivían. Tampoco han faltado a ninguna de las manifestaciones en las que se defendían las causas que consideran justas, como el derecho a la vivienda, el ‘no’ a la guerra o la acogida de refugiados.

Un buen día, Roger supo que una institución, puntera a nivel mundial en su especialidad y con sede en un país del norte de Europa, estaba buscando un perfil profesional en el que podía encajar. Primero dudó, porque dejaba en la estacada a la universidad, esa que jamás se jugó un real por su progresión profesional. Pero terminó por dar el paso y empezó a pasar filtros y entrevistas con rivales de todo el continente y quién sabe si de todo el planeta. En junio le dijeron que contaban con él, y en agosto se fueron todos para allá. Rosa seguirá trabajando a distancia, pues también se dedica a la investigación. Seguirá con lo suyo, pero con la misma idea de romper con Barcelona y encontrar algo estable en su nueva ciudad de acogida.

Una meca relativa

Barcelona puede ser una meca turística, tener ‘start ups’ en cada esquina, atraer a empresas tecnológicas de Silicon Valley, ser de las ciudades más fotografiadas en Instagram, tener más cruceros que nadie u ostentar el récord mundial de congresos. Pero se demuestra incapaz de proteger el 'producto' local sin darse cuenta de lo que está verdaderamente en juego: la propia esencia de la ciudad, que no es otra que la que emana de sus ciudadanos. Sin que eso signifique, faltaría más, que todos los que vienen puedan aportar, enriquecer, completar y sumar. 

Si alguien se lo pregunta, el piso de Rosa, Roger y sus tres críos ya está alquilado. Al administrador le pusieron una sola condición: ponerlo por debajo del precio de mercado. No querían hacer negocio con su hogar. Algo sí ha quedado de ellos en Barcelona.