INCREMENTO DELINCUENCIAL

El robo de relojes se pone de moda entre los ladrones de Barcelona

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Guillem Sànchez

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Álvaro (82 años) su Rolex no le costó ni un duro. Pero hubiera preferido que le robaran "el coche". Fue un regalo que le hicieron hace 40 años y que ha estado en su muñeca "en cada episodio importante" de su vida. Fuera triste como los entierros o alegre como los cumpleaños.

El pasado 15 de agosto paseaba por la calle Enric Granados cuando dos mujeres se le acercaron. Una de ellas estaba embarazada -en realidad no lo estaba, llevaba un cojín- y le pidió "por favor" que le indicara "el ambulatorio más cercano", con la mano sobre la tripa. "Le expliqué que tenía muy cerca el Hospital Clínic, y le señalé la dirección que tenía que seguir". Lo que ocurrió a continuación fue, más o menos, así:

-Embarazada: ¡Es usted muy amable!

-Álvaro: Gracias.

-Embarazada: ¿Me permite que le de un besito?

-Álvaro: ¿Pero qué dice? No hace falta, mujer…

En este instante, la segunda mujer, la cómplice, se colocó detrás de Álvaro y comenzó a empujarlo hacia la embarazada.

-Embarazada: Deme un besito.

-Cómplice: Dele un besito.

Una por delante y la otra por detrás, lo aprisionaron con sus cuerpos como dos rodajas de pan de molde a una loncha de jamón dulce. Y lo zarandearon con el "deme un besito" y el "dele un besito". A Álvaro, superados algunos segundos de estupefacción, le salió el carácter.

Álvaro: ¡Bueno vale ya está bien! ¡Con los besitos! ¡Que no!

Se las sacó de encima y las dos mujeres se marcharon. A los pocos metros se llevó las manos al bolsillo, el móvil y la cartera seguían en su sitio. Respiró. Dio unos pasos y se acordó del reloj, se miró la muñeca y la encontró desnuda. Su rolex ya no estaba allí. Se dio la vuelta y pudo verlas metiéndose en un coche oscuro que las esperaba en doble fila y que arrancó en cuanto se montaron. Álvaro leyó en EL PERIÓDICO que las manadas de relojeros están saqueando relojes de turistas adineros y quiso contactar con el diario para dejar las cosas claras: "no solo están robando a los turistas"

Álvaro tiene razón

En los últimos años, los carteristas han evolucionado: primero dejaron de buscar carteras y se pasaron a los teléfonos móviles y, desde hace dos o tres años, han puesto en su punto de mira los relojes. Los vanguardistas, como tantas otras cosas, llegaron de Francia. De Marsella o de los barrios suburbiales de París. Eran, en su gran mayoría, jóvenes de origen magrebí, casi siempre argelinos. En el verano del 2016, se tuvo constancia de ellos por primera vez. No son ladrones que hayan echado raíces aquí, son temporeros que viajan por las principales capitales europeas, las más turísticas. Los Mossos ya han entregado tres de estos ladrones a las autoridades francesas, que llevaban tiempo tras ellos. Trabajan en grupo, mostrando un grado de coordinación parecido al de una manada de lobos. Un líder, con pericia para reconocer relojes de gama alta -de marcas como Richard Mille o Audemars Piguet-, es el que ordena el seguimiento a toda la pandilla y el que decide el instante en que se produce el acorralamiento del turista. 

Por pelucos de más de 100.000 euros se sacan mucho más dinero que con una cartera -desde hace años ya casi nadie lleva efectivo- o con teléfonos móviles –fácilmente rastreables por GPS y que, en el mejor de los casos, pueden reportarles 100 o 150 euros-. Los relojes dan "más, mucho más", explican fuentes de la División de Investigación Criminal de los Mossos d’Esquadra.

Estas manadas de 'relojeros' deslumbraron a la delincuencia local, asqueada de jugársela en el metro de Barcelona -infestado de agentes de paisano de Mossos y de la Guardia Urbana- por carteras sin premio. Los buenos tiempos del tren suburbando, entre el 2009 y el 2011, habían pasado a la historia. Comenzó la moda de los relojes. En el 2017 Barcelona fue escenario del inicio de una conversión que ha estallado definitivamente durante el verano del 2018. 

La presa más cotizada entre los 'relojeros' sigue siendo el turista acaudalado, al que persiguen planificadamente las manadas de 'relojeros' de paso por la capital catalana. Pero la moda ha seducido al resto de carteristas locales, que ahora también han puesto la lupa sobre vecinos de la ciudad, como Butch.

Si no hay arte, hay navaja

Si las manadas de 'relojeros' merodean los hoteles del casco histórico, por los barrios acomodados de Barcelona se mueven las mimosinas, mujeres rumanas que buscan ancianos con relojes caros -no tanto como los de los turistas-. Actúan como describe Álvaro: mostrándose cariñosas, incluso magreando. No van solas, siempre tienen un coche junto a ellas con un tipo peligroso al volante que hace de chófer pero también de matón si la cosa se pone fea.

El resto de buscadores de relojes no están tan 'formados' y actúan por las zonas de ocio nocturno, en busca de turistas -o españoles- de clase media, ebrios a ser posible. Tal vez eran brillantes con los trucos de los mancheros, claveleras, papeleros, ronaldinhos, maperas, iphoneros o flyeros para hacerse con carteras o teléfonos. Pero los relojes están atados a una muñeca. Y si no tienen las habilidades -o los encantos- de las mimosinas para hurtar al descuido, los más zarpas, cuando se lían con las estrategias de distracción, acaban sacando la navaja. Este verano en el distrito de Ciutat Vella se han disparado tanto los hurtos como los robos con violencia e intimidación, muchos de estos últimos se corresponden con intentos fallidos de sustraer un reloj que acaban a lo bestia.   

Relojeros contra ladrones de relojes

Manel Alabart, un relojero de l'Hospitalet que presidió hasta hace pocos meses la Asociación Nacional de Profesionales Relojeros Reparadores (ANPRE), le dolió que este diario llamara -como hacen los policías- 'relojeros' a los ladrones. Los relojeros de verdad reparan relojes, no los mangan, razona, casi con ternura. La obsesión delincuencial de la que son objeto sus clientes, además, es algo que los propios relojeros, como Alabart, tratan de combatir. Porque "han aumentado mucho los robos, de ejemplares caros, y también de los no tan caros", avisa. 

Relojeros y policías trabajan conjuntamente. Echando una mano para distinguir piezas auténticas de las falsificadas, informando sobre pistas que apunten a quién compra relojes robados -la clave de toda la moda está ahí: en los receptadores que el Código Penal sigue sin tomarse demasiado en serio-  y, sobre todo, convirtiéndose en antenas de gran utilidad para detectar piezas robadas -al ojo entrenado le basta con ver cómo se ha roto una correa para saber que el paso del tiempo no ha hecho eso- y llamar a los investigadores para cotejar las denuncias. El problema, explica Alabart, es que a menudo el dueño real no ha sido capaz de aportar el número de serie. En la mayoría de ocasiones porque han perdido la documentación de una compra que quizás hicieron hace 40 años, como Álvaro. Alabart recomienda a todos sus clientes grabar el número de DNI en la tapa del reloj