La despersonalización de la ciudad

El Bracafé de Casp, la última víctima de su majestad el coche

Barcelona tiene una bochornosa tradición de triturar su patrimonio cultural por construir aparcamientos

Barcelona 28-08-2019.- Ultimos dias del café Bracafé de la calle Casp. Foto Carlos Montañes

Barcelona 28-08-2019.- Ultimos dias del café Bracafé de la calle Casp. Foto Carlos Montañes / CARLOS MONTANYES

Carles Cols

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El Bracafé del número 2 de la calle de Casp servirá este 31 de agosto sus últimas tazas. Café recién tostado cada día. Barcelona pasa así por la quilla otro de sus establecimientos de referencia. Este, con 87 años de historia a sus espaldas. No muere, como otros antes, por culpa de una subida del alquiler. La razón es que las obras de reforma de la finca que ocupa Catalana de Occidente prevén que sea precisamente a través del bar que se acceda al nuevo aparcamiento subterráneo del edificio. Al Bracafé de Casp ya se le ha llorado desde que el pasado 16 de mayo se supo que estaba condenado, así que su caso (una pena, buen café a buen precio, un oasis para clientes autóctonos) es una oportunidad excelente para rememorar otras infelices ocasiones en que en nombre de su majestad el coche se ha perdido patrimonio histórico en esta ciudad. Puestos en fila india todos esos antecedentes, el buen nombre de Barcelona sale realmente muy maltrecho.

El Govern quiso en el 2002 construir un párking para su 'escudería' oficial de Audi. El ayuntamiento se opuso, pero porque le habían vetado el suyo en la plaza de Sant Miquel

La lista no es exhaustiva. Es solo representativa. Por no aburrir. Lo mejor, para comprender la magnitud de lo perdido, es comenzar por un caso con final feliz, el del número tres de la calle de Sant Honorat. Es una de las cuatro esquinas de la plaza de Sant Jaume. En el 2002, la Generalitat pretendió construir un aparcamiento subterráneo. Pequeño. Nada desproporcionado. Era solo para los coches oficiales de los miembros del Govern, ese catálogo de Audi que hasta entonces los días de Consell Executiu se exhibía pornográficamente en mitad de la plaza. Era, eso pareció, una prioridad nacional, porque cuando las primeras catas arqueológicas revelaron lo previsible, que allí había restos de la antigua Barcino, el entonces director de Patrimoni Cultural, Marc Mayer, pese a ser un notable latinista, dijo que con trasladar lo que se hallara a un museo ya bastaría. Todo por el coche. El Museu d’Història de la Ciutat (Muhba), dependiente del otro lado del poder político de la plaza, puso el grito en el cielo, sobre todo porque cuando el ayuntamiento pretendió hacer lo mismo en la plaza de Sant Miquel (horadarla para los vehículos de los concejales), la Generalitat se lo impidió. Extrañamente, el ayuntamiento ganó aquel pulso.

La ficha técnica sobre la excavación que allí se llevó a cabo merece la pena ser leída. Está disponible en la web de la Carta Arqueològica de Barcelona. Lo que aquel párking pretendía trinchar es un milhojas de la historia de la ciudad, que comienza con la señorial casa que allí había en tiempos de Roma, de formidables mosaicos, y que prosigue con la vida tabernaria que en la antigüedad hubo en aquel mismo lugar. Es un yacimiento de traca, con vestigios visigodos y judíos, por ejemplo. La descripción que incluye la ficha técnica de este lugar desborda por longitud. Se podría conocer el 90% la historia de la ciudad solo a partir de esas esquina. Es lo que sucede cuando los arqueólogos tienen tiempo para trabajar. No es, sin embargo, lo común. Lo normal es que cuando hay un proyecto sobre la mesa, se les metan prisas para que recojan sus aparejos y se vayan con el estudio a medio hacer.

Uno de los casos más ilustrativos, en este sentido, es el del párking del Born, construido con urgencias históricas en 1991 para que estuviera a punto para la Barcelona olímpica. Las excavadoras pulverizaron allí, como es obvio, un yacimiento idéntico al que actualmente se exhibe y casi se idolatra bajo el techo del antiguo mercado del Born. No es que los arqueólogos no advirtieran de la importancia de lo que emergía bajo los adoquines. Simplemente, no se les hizo caso.

El párking del Born revela cuan veleta es la memoria en esta ciudad. Se destruyó lo que 20 años después se venera como un lugar políticamente sagrado

Con aquel párking no solo se perdió parte  de la memoria de la Barcelona anterior a 1714, sino otra muy anterior. En aquel rectángulo se descubrió algo inédito, un cementerio de Barshiluna, el corto periodo de tiempo, menos de 100 años, en que Barcelona fue musulmana. Los vestigios palpables de aquella época son muy escasos, entre otras razones, probablemente, por las ocasiones que se han desperdiciado para tenerlos a mano. La tesis la avala el hecho de que en el párking interruptus de Sant Honorat se descubrieron precisamente algunas felusas, una suerte de rarísima calderilla acuñada en el siglo VIII en Al Andalus.

Prosigamos. En esa fila india de desaguisados no debería faltar, por supuesto, el aparcamiento de la avenida de la Catedral. Con prisas, los arqueólogos levantaron acta de lo que ahí se perdía. Poco, es cierto, de la época romana, básicamente los pilares de un par de acueductos. Aquel fue un espacio agrícola hasta bien entrado el siglo XI. Pero a partir de aquella fecha, Barcelona creció en aquel lugar capa sobre capa. Con las obras del párking, por ejemplo, se borró el último vestigio de una de las calles onomásticamente más inverosímiles de la ciudad, la del Infern. Era minúscula y muy estrecha, de apenas dos metros de pared a pared. Que estuviera a dos pasos apenas de la Catedral tiene su gracia. La verdad, sin embargo, es que su nombre no tenía nada de demoniaco. La bautizaron así porque había varios talleres de herrero. Entre el ruido y las chipas se generaba una teatralidad estupenda para representar el quinto acto de Fausto.

Otro hallazgo que se perdió –cuenta uno de los arqueólogos que personalmente participó en esa intervención— fue un horno de pan del siglo XIX en estupendo estado de conservación. Dicen que era una joya. Su recuerdo permanece indeleble entre quienes brevemente lo conocieron antes de que fuera triturado.

En la lista de infortunios tiene un puesto también los aparcamientos subterráneos de la avenida de Cambó y el adyacente de Sant Pau del Camp. La lejanía en el tiempo impide a veces calibrar el volumen de cuanto se perdió por el camino. En otras ocasiones, se sabe y se acepta. Este sería el caso de los aparcamientos que han sacado a la luz refugios de guerra olvidados. Hay más de un millar esparcidos por la ciudad. Muchos quedaron a medio construir. Tienen más valor sentimental para quienes allí se guarecieron de las bombas cuando eran niños que para los arqueólogos. Por citar uno que pasó a mejor vida por causa de un párking, el de la plaza de las Navas de Poble Sec.

Es poco probable que en el subsuelo del Bracafé -explican responsables del servicio municipal de arqueología- haya tesoros que preservar. La joya allí es el propio café y el ecosistema de vida barcelonesa que con él morirá.

Fantasmas

El escritor de libros de viajes Lawrence Osborne ha publicado este 2018 un extraordinario retrato de Bangkok, su ciudad de adopción. En él cuenta, por ejemplo, las razones de esa obsesión de la capital tailandesa de permanentemente demoler edificios y levantar otros nuevos en su lugar, como si de un lifting urbanístico continuo se tratara. Lo hacen –dice— porque creen que es la manera de permitir la marcha de los fantasmas que en ellos habitan.

Años ha, el área de Circulación dijo que aumentar las plazas de aparcamiento en el centro sería un error

Lo de Barcelona es más prosaico. Cuando no es por el AVE (recuérdese, sino, la espada de Damocles que pendió sobre Villa Sagrera) es por el coche, y en este segundo caso lo que a punto está de suceder en la calle de Casp choca frontalmente contra los criterios de cuando el área de Circulación del Ayuntamiento de Barcelona los tenía bien claros. Eso fue, sobre todo, cuando el actual director general de Tráfico del Ministerio del Interior, Pere Navarro, coordinaba el área municipal de Circulación. La filosofía era nítida. El centro de la ciudad no necesitaba más plazas de aparcamiento. Estaba ya bien dotado de ellas y, más aún, de transporte público. Un incremento de la oferta solo provocaría un aumento de la circulación  y de los atascos, decía. ¡Qué tiempos aquellos!

Al Bracafé de Casp, cualquier debate sobre la idoneidad de abrir un párking en una calle como esta le llega tarde. Fue en 1929, con motivo de la Exposición Internacional, que esta actual marca comercial aterrizó en Barcelona. Sirvió más de un millón de tazas de café gratis a los visitantes. Conquistó el paladar local. La cafetería de Casp abrió sus puertas dos años más tarde, pocos días después de la proclamación de la Segunda República. Ha sido desde entonces un bar fiel a sus clientes. En la barra, un euro y 20 céntimos por una taza. Un precio insólito en el centro de la ciudad.