La selva inmobiliaria

La venganza del inquilino

La web de denuncias de la Agencia Tributaria es el plato frío que se sirve un joven tras dos años de sinvivir en una habitación

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Carles Cols

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A este tipo de venganza habría que buscarle un nombre. No está a la altura de la del Conde de Montecristo, pero tiene su qué. Y, además, es un caso real. Tras ella está un joven portugués, con cuatro idiomas y una titulación en relaciones internacionales y que trabaja en Barcelona pero que, cosas de esta ciudad, al precio que está la vivienda, ha pasado dos años en una habitación de alquiler, lo cual ha sido para él, hombre con estudios, un curso acelerado sobre la sinvergonzonería local, de la que se escribe menos de lo que se merecería.

Encontró la habitación a través del Idealista. La dirección postal ya no era para echar cohetes, Meridiana con Felipe II. Ha dormido dos años con tapones en los oídos. Tras descartar otras opciones peores, aceptó las condiciones. Eran 430 euros al mes por una habitación (todo hay que decirlo) que no era una caja de cerillas. Le cabía una pequeña mesa de despacho.

Allí, en la Meridiana, este joven sintió cómo sería alquilarle una habitación al mismísimo Milton Friedman

El anuncio daba entender lo que no era. Se suponía que, en este caso, era una mujer que alquilaba habitaciones de su propio domicilio para llegar a fin de mes. A los profetas de la economía colaborativa les encanta subrayar detalles así.  Es como aquellos huevos que se anuncian como de gallinas criadas en libertad. Menudo libre albedrío.

Pronto descubrió que no era así, que era como de repente ser inquilino en casa de Milton Friedman, padre del neoliberalismo. O peor aún. Ahí van algunos detalles. Si se deseaba cerrar con llave la habitación, había que abonar un sobreprecio de 100 euros. La llave del buzón también se pagaba aparte. Si un día quería dormir con su pareja o con una aventura de una noche, tanto da, esta tenía que dejar 10 euros extra en la mesilla de noche. A lo mejor esta es la fantasía de alguna pareja, pero no era el caso.

La dueña del piso, por supuesto, no vivía ahí. Lo había comprado con un préstamo y pagaba la hipoteca con los inquilinos, hasta tres personas como máximo, nunca extracomunitarios, menos aún latinoamericanos, menos aún españoles. Sus motivos tendría. Era arisca en el trato. Advertía a cada nuevo inquilino que llegaba que su marido era policía y que tenía acceso a la información de todos ellos. Era una mentira de niño pequeño.

La isla de Montecristo

El caso es que este joven portugués, que prefiere que no se publique su nombre, hizo lo que otros inquilinos no pidieron. Todos pagaban en mano, en efectivo. Él, dulce siempre en las formas, logró que le aceptara transferencias bancarias. Lo hizo por comodidad, pero cuando la relación con la dueña comenzó a agriarse, se encontró con que tenía entre manos el equivalente a su particular isla de Montecristo.

La Agencia Tributaria tiene un apartado especial para denunciar irregularidades en los alquileres. “Si Vd tiene conocimiento fundado de que un alquiler no está siendo declarado correctamente, o bien el pago se produce de forma sistemática en efectivo metálico o la suscripción del mismo se ha producido a través de un sistema de internet que no permite tener constancia de quién ha recibido el pago, puede presentar este formulario específico de denuncia presentando la información y documentación de que disponga”. El cartero siempre llama dos veces. A Hacienda, con una le basta para que quite el hipo.