cita festiva del verano

¿Quién viene este año?

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Javier Pérez Andújar

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Las fiestas populares es lo único que no han podido quitarle a la gente. Y no es porque no hayan intentado privatizarlas. Por ejemplo, al principio de los ayuntamientos democráticos, las discotecas se quejaron de que las fiestas patronales les hacían una competencia desleal. La noticia salió en todos los periódicos. Recuerdo haberla leído en este, la cabecera roja de ir al trabajo, mi padre lo compraba con el paquete de tabaco, era su manera de tener al día agarrado por las solapas. Los periodistas estaban hechos de palabras y por eso solo conocíamos sus nombres, salían sin fotografía, y si alguna vez aparecían en alguna foto, o en un programa de la tele, en una entrevista, se descubría que eran gente de pelo largo, mujeres con gafas redondas, hombres que se habían dejado el bigote del Lute para vender la quincalla de las letras. Al periodismo se le echaba en cara que estaba escrito deprisa cuando se consideraba que la expresión escrita era un tren que viajaba despacio. Aún no habían comprendido sus detractores que el periodismo era el AVE de la literatura.

Las fiestas populares tenían mucho más que ver con los ayuntamientos recién votados que con Studio 54. Nada más democrático que una verbena. Bailar de noche, manifestarse de día; pero en realidad ambas eran formas de pedir lo mismo. En las ciudades del extrarradio, las primeras concejalías de cultura se las quedó el PSUC, los comunistas, y por eso las fiestas de los barrios tenían todas esa pinta, ese aroma de Festa del Treball.

El concierto era un regalo que nos hacía el ayuntamiento a los ciudadanos con el baile final

Un año vino Labordeta a las fiestas de Sant Adrià, otro año fue La Bullonera, otro año fue Marina Rossell. Como se celebraban en los primeros días de septiembre, aún hacía calor de verano, si no caía una tormenta, y la noche se ponía a punto de reventar lo mismo que las morcillas fritas en las casetas. Los partidos políticos olían a sardinas y a cerveza de surtidor y a engrudo de pegar carteles, y aún daban pegatinas en vez de dar el pego. La democracia era una persona que salía del trabajo y se ponía una gorra de tela y empezaba a hacer bocatas para la gente del barrio y no paraba en toda la noche.

Hacerse posmoderno

A las fiestas mayores de cantautor les sucedieron las fiestas de grupo de moda. La transición fue hacerse posmoderno en un país donde nunca habíamos sido modernos. Lo dijo Tierno Galván, su socialismo en cursiva, su Internacional en latín. Ahora no sé si fue en un san Isidro, pero dijo: “El que no esté colocado que se coloque, y al loro”. No había grupo famoso que no tocara en unas fiestas patronales. Por mi parte de la periferia, las que se llevaban la palma eran las fiestas de Santa Coloma. Aún nadie la llamaba Santako. Pesaba la conciencia del paro más que el glamur okupa. En el último medio siglo, toda evolución ha supuesto un paso atrás. Conforme avanzábamos en la historia retrocedíamos en las conquistas, en los derechos (con la primera persona del plural me refiero a la clase obrera, disculpen que la emplee tan frescamente, es por amor a quienes creyeron en todo). Únicamente se ha avanzado en temas sociales cuando han generado un mercado del que beneficiarse económicamente. Solo se tolera lo que da pasta.

Ahora a ir a los sitios se le llama movilidad, y a tomar el fresco, utilización del espacio público

Entonces en las fiestas mayores, cada vez menos políticas, cada vez más lejos de los cuarenta años de franquismo y cada vez más cerca de los 40 Principales, vimos actuar al Último de la Fila, a Radio Futura... Año tras año era más importante el grupo que se anunciaba en el programa, y así, cuando las fiestas se acercaban la pregunta era: “¿Quién viene este año?”. El concierto era el regalo que le hacía el ayuntamiento a sus ciudadanos. Por supuesto, también estaba el baile de fin de fiesta. La orquesta Alcatraz, con el pasodoble, el 'Rock del reloj' y el 'Pedro Navaja'. En los viejos malos tiempos, la fiesta cada año acababa en pelea y con los municipales llevándose a la peña.

¿Se acuerdan de 'Una vida violenta', la novela de Pasolini? La violencia es la injusticia y veníamos de un mundo violento. También se lee en otra novela terrible, nuestra, en 'Tiempo de silencio', de Luis Martín Santos. Un mundo de chabolistas. Al final, el Cartucho mata a navajazos a Dorita en una verbena “bajo la capa del chin-chin ibérico que nace en las orquestinas de los pueblos que tocan en la noche de verano”. En la peli de Vicente Aranda pusieron de fondo “En er mundo”. Pero ya no es tiempo de pasodobles. Ahora a ir a los sitios se le dice movilidad y a tomar el fresco se le llama utilización del espacio público. Y en las fiestas la gente sigue haciendo lo que puede.