CIRCUIT FESTIVAL

Caldo de Fantasía

El Water Park Party de Vilassar acogió a miles de gais procedentes de todo el mundo en la ya tradicional macrofiesta estival

Felipe Valenzuela

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Da igual si hace sol o está nublado, hay una cosa clara y es que el colectivo LGTBI sabe cómo montar una fiestaEl Water Park Party, del Circuit Festivalse ha convertido en tradición, un espectáculo que ha vuelto a reunir a miles de personas dispuestas a olvidarse de la rutina, el trabajo y del estrés. Pero, sobre todo, del complejo por ser gay del que se quieren alejar algunos asistentes provenientes de los países más limitadores.

El interior del parque acuático Isla Fantasía, en Vilassar de Dalt, se alejaba de la temática familiar y acogía en su lugar una jornada que, al entrar, ya anticipaba a los asistentes del calor que tendrían que soportar: regalaban gafas del sol, para resguardarse de la luz, y preservativos, para protegerse de las consecuencias del descontrol.

La piscina, una pista de baile

La puerta está abierta a todos, siempre y cuando se pague la tarifa correspondiente. “Es muy liberal, por eso estoy aquí”, relataba Sheryll Todd, australiana de 60 años que, aparte de dejarse la piel al ritmo de la música, asistía al festival en compañía de su hijo. En la entrada se podía ver que la fiesta ya había comenzado, pero del escenario solo se escuchaba el retumbe de los bajos de los altavoces.

Varios miembros del equipo se preparaban para aguantar como pudiesen la jornada que les esperaba. “Tenemos café pero mejor píllate un 'Redbull'”, le recomendaba un agente de seguridad a un animador que acababa de empezar su turno. Al adentrarse en las instalaciones del parque, la camiseta se iba convirtiendo en un mero recuerdo. Lo único que adornaba el torso de los asistentes era un pequeño punto blanco que les colgaba desde el cuello: la mochila impermeable para el móvil.

Unos cuantos pasos -y varios borrachos- después, el escenario principal comenzaba a divisarse, y con él una aglomeración de torsos desnudos que compartían una clara pasión por el gimnasio. La fiesta madre comenzaba a las cuatro de la tarde, pero dos horas antes ya parecía que no cabía ni un solo asistente más: 8.000 fiesteros, según la organización. Aquellos que pinchaban la música sabían exactamente lo que hacían: ofrecer solo la puntita de la fiesta que se avecinaba. Las paradas de bebidas, listas para caldear el ambiente, vendían agua y, justo al lado, anunciaban chupitos al mismo precio, en caso de que los asistentes se decantaran por otra manera de refrescarse.

La fiesta de todas las fiestas

A las cuatro hizo acto de presencia la misma sensación de estupor que sucede cuando un artista se presenta delante de sus fans en un esperado concierto; salvo que en este caso, el artista se había convertido una veintena de gogós. El festival daba la bienvenida a todos los asistentes, que, atónitos, se habían olvidado de los pasos de baile para observar con atención lo que sucedía en el escenario. Pero la perplejidad de los fiesteros duró segundos, ya que rápidamente comenzó a sonar la primera canción de la tarde y la piscina se convirtió en el despiporre prometido por el festival.

La zona vip, apartada y elevada sobre todo lo demás, reunía tanto a parejas de personas mayores que, sentados, disfrutaban del espectáculo, como a grupos de amigos decididos a vivir la fiesta. Todos observaban al escenario y a los asistentes que, por un momento, se olvidaban del ambiente, del sexo o del físico y se preocupaban solo por mover el cuerpo al ritmo de la música.