BARCELONEANDO

Leer de gorra

No hay nada más parecido a una librería que una sombrerería

sombreros

sombreros / JORDI COTRINA

Javier Pérez Andújar

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Con las sombrererías en Barcelona pasa lo mismo que con las librerías. Están las clásicas, con su prestigio y su solera y sus cristales grandes, y al mismo tiempo no dejan de aparecer por los callejones sombrererías 'indies' con otro tipo de sombrero. Nada más parecido a una librería que una sombrerería. Ambas venden productos para la cabeza, ambas crean pensamiento. Un sombrero sin nadie debajo es tan misterioso como un libro sin nadie encima. Nunca sabemos cómo va a sentarnos ninguno de los dos hasta que nos hacemos a ellos (o se hacen a nosotros, jamás se sabe), hasta que no llevamos un tiempo bajo su influjo.

Nos han dado más ganas de aprender las tiendas de discos y los quioscos que el colegio

Tal vez fue por causa del agujero en la capa de ozono o porque aún llevo metida hasta el tuétano aquella canción de Veneno, 'Los delincuentes'; pero el caso es que este verano he sucumbido y, renunciando al libre pensamiento, he empezado a cubrirme la cabeza con una gorra. No es lo mismo ir de sombrero que ir de gorra. Por poner dos clásicos, representan mundos antagónicos el sombrero del Charles Bovary y la gorra de Jean Valjean, el protagonista de 'Los miserables'. Ya en la primera página de su libro, Flaubert le ha puesto un gorro grotesco y rebuscado al futuro marido de Emma Bovary. En la traducción de María Teresa Gallego ('La señora Bovary', Alba, 2012) se define el sombrero como "uno de esos objetos lamentables" similar al "rostro de un imbécil". Así humilla Flaubert a la burguesía de provincias. Víctor Hugo convierte en héroe al más humilde de los miserables de París calándole hasta los ojos una gorra de visera. De esta bifurcación vienen todas las revoluciones de sombreros, gorras y cabezas desnudas que protagonizarán el siglo XX.

La corona del pobre

Es cierto que la canción de Veneno iba dirigida a gente de sombrero, y acaso se refería a un gorro de paja, entre campesino y playero, es decir, un sombrero de campo y playa. Es el que luego acabarían llevando los jubilados de nuestros barrios con una ramita de romero en el bolsillo de la camisa. Cada cual dibuja sus horizontes lejanos como buenamente puede.

La literatura se volvió loca de alegría cuando descubrió el lumpen proletariado

El sombrero es la corona del pobre, eso se ve en la copla que cantaba Pepe Blanco, '¡Ay!, mi sombrero', y que después dio mucho éxito a Manolo Escobar. En nuestro arte contemporáneo, nadie ha estado más cerca de Marcel Duchamp que Manolo Escobar. Lo que Duchamp hizo con la rueda de bicicleta, con el botellero, con el urinario, Manolo Escobar lo conseguía con el sombrero, con el carro, con la minifalda. El objeto convertido en símbolo. Arte encontrado. Los franceses lo llamaron 'objet trouvé' y los americanos 'ready-made'. Todo esto también viene de la gorra de Jean Valjean y del artefacto de Charles Bovary. De la época en que aparecieron los traperos en las ciudades recogiendo lo que nadie quería. Baudelaire fue de los primeros y empezó a hacerlo con la carroña, con la poesía. Él lo llamaba callejear, era un 'flâneur'. Dicen que cuando Manet pintó 'El trapero' (el primer cuadro que le rechazaron en una exposición), estaba pensando en su amigo Baudelaire.

Traperos y 'flâneurs'

El trapero era la versión proletaria del 'flâneur', o esto es lo que explica en su libro sobre los traperos de París ('Les Chiffonniers de Paris', Gallimard, 2017) el profesor Antoine Compagnon, el autor de 'Los antimodernos' (Acantilado, 2007), el gran experto en Proust. Entre otras cosas, lo que Compagnon cuenta en ese libro es cómo el trapero se convierte en emblema de la literatura realista. Entre nosotros, los traperos protagonizaron dos novelas muy sonadas: 'La busca', de Pío Baroja, y 'La horda', de Blasco Ibáñez. La literatura se volvió loca de alegría cuando descubrió el lumpen proletariado y así creó su propio género lumpen literario. Fue la hora de los folletines de Eugenio Sue, y seguirían las novelas de los apaches de París, su gorra de visera, y los bajos fondos. Ahora eran los delincuentes los que se convertían en héroes por entregas. De ahí venimos. El underground va a construirse con ese material de derribo.

El trapero era la versión proletaria del 'flâneur'

A la cultura hemos llegado muchos por la contracultura. Nos han dado más ganas de aprender las tiendas de discos y los quioscos que el colegio. Hemos memorizado a la vez las declinaciones de latín y las canciones de Veneno. "Me quiero asegurar / que mi sombrero está bien roto / y así los rayos pueden entrar en mi cabeza", así dice la letra de 'Los delincuentes'. Hace ya 41 años que salió en Sevilla aquel disco de Kiko Veneno y Rafael y Raimundo Amador, y cada vez que aprieta el sol esos versos se me disparan automáticamente. El cerebro es una máquina de resortes. Sevilla tuvo que ser, lo dice otra canción, 'Dos cruces'. Del mismo modo que los griegos de la época de Heródoto consideraban Tartessos (la zona entre Huelva, Sevilla y Cádiz) el reino más lejano de Occidente y la más antigua civilización de Europa, Sevilla en nuestra era ha sido la cuna del underground español (de esto último trata el nuevo libro de Jordi Costa, 'Cómo acabar con la contracultura. Una historia subterránea de España', Taurus, 2018). En otoño, escribiré de boinas y literatura, de Josep Pla y Pío Baroja.