BARCELONEANDO

La contracultura según Jordi Costa

Jordi Costa.

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Ramón de España

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Aunque lleva años viviendo en Madrid, donde se ha consagrado como gurú de la cultura alternativa y ha formado una familia, Jordi Costa (Barcelona, 1966) se materializó en su ciudad natal el jueves pasado para presentar su nuevo libro, 'Cómo acabar con la contracultura' (Taurus), en compañía del novelista Kiko Amat. Eligió la nueva librería Documenta porque la vieja ya no existe: fue en la tienda original de Joan Cots -también conocido como El Hombre de la Pajarita- donde el niño Costa se asomó por primera vez a la cultura, a la contracultura y a todas esas cosas que han proporcionado sentido a su existencia y solaz a sus lectores, entre los que me cuento desde que lo conocí cuando el chaval tenía 16 años y sus artículos en 'El Víbora' demostraban que ahí había madera de ideólogo alternativo.

Aparecimos los sospechosos habituales (Marcos Ordóñez, Manuel Huerga, Victoria Bermejo y el librero de tebeos Albert Mestres, entre otros), fans acérrimos del señor Costa y Jorge Herralde, que ahora ha iniciado una peculiar campaña de agitación consistente en dejarse caer por presentaciones de libros que no ha editado él para interesarse educadamente por los motivos que han llevado al autor a publicar su obra en una editorial que no sea Anagrama.

“Bueno….Verás…. -balbuceaba el pobre Jordi-, el libro fue un encargo de Taurus. Querían algo mío, yo les hice tres propuestas y se decantaron por esta”. “Que no se repita”, parecía insinuar la sonrisita de Herralde. Y, de repente, me vi de nuevo en La Central, oyendo a mi espalda la voz del editor -Jorge es como el Jeeves de Wodehouse: aparece sin que lo oigas acercarse- mientras sostenía un libro: “Pero, Ramón, ¿qué haces hojeando una novedad que no es de Anagrama?”. ¡Y todavía hay quien se resiste a creer que este hombre es lo más grande que ha dado el gremio editorial español en todos sus siglos de vida!

'Cómo acabar con la contracultura' va del grupo sevillano Smash -al que el pobre Oriol Regàs intentó domesticar sin éxito, hasta que se le acabo la paciencia y los metió en un avión hacia casa- a la bloguera Esty Quesada, alias 'Soy una pringada,' pasando por Sisa, Pau Riba, Almodóvar y la Movida madrileña, Nazario, Miguel Gallardo, las revistas 'Star' y 'Disco Exprés', el Palmar de Troya y el hijo hippy del psiquiatra franquista Vallejo Nájera (cuyas aventuras, por lo que nos contó Jordi, darían para todo un libro): “Smash intentaba ir hacia el futuro desde el margen y el papa Clemente trataba de volver a la edad media desde otro margen. Y todo sucedía en el mismo sitio y en la misma época”.

Para Jordi Costa, la contracultura consiste en decirles que no a tus padres

Para Costa, la contracultura consiste en decirles que no a tus padres. Lo comprobó en sus carnes cuando, en su primera adolescencia, tenía que porfiar con su madre para poder ver 'La edad de oro', el programa de Paloma Chamorro, considerada en casa de los Costa algo así como el Anticristo. Costa sigue creyendo en la vigencia de la contracultura -de ahí su defensa de 'Soy una pringada' ante youtubers de una banalidad deprimente-, aunque es consciente de que el 'mainstream' está siempre al acecho para integrar, devaluar, desvirtuar y, en última instancia, traicionar cualquier intento sociocultural de plantar cara al sistema. Según él, lo que hizo el Madrid socialdemócrata de Tierno Galván con la Movida, aunque considera, como un servidor, que de ahí salieron cosas de mucho mérito (pienso en el primer Almodóvar o en músicos como Santiago Auserón y Fernando Márquez).

Compañeros de generación, convencidos de haber llegado tarde a la gran fiesta contracultural española (¡eh, chavales, que tampoco era para tanto, os lo juro, ya se sabe que los carcamales tendemos a embellecer los recuerdos!), Costa y Amat mantuvieron un ameno diálogo que alcanzó su objetivo: convencer a los asistentes de que debían leer 'Cómo acabar con la contracultura' si no lo habían hecho ya. La larga cola que se formó para que Jordi Costa firmara ejemplares de su magna obra fue la prueba de que la misión se había saldado con éxito.