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'Hiroshima, mon amour'
La Fundación Mapfre dedica una exposición al fotógrafo Shomei Tomatsu, que ilustró más de cinco décadas de vida en Japón

zentauroepp43609864 icult exposicion shomei tomatsu blood and roses shinjuku180604192706 / SHOMEI TOMATSU
A diferencia del pintor, del novelista o del cineasta, que pueden ambientar su obra en la época que les plazca, el periodista y el fotógrafo se ven benditamente condenados a apañarse con los tiempos que les ha tocado vivir. En el caso de Shomei Tomatsu (1930-2012), su cometido, brillantemente llevado a cabo, consistió en ilustrar más de cinco décadas de vida en Japón, desde la posguerra y la ocupación norteamericana hasta los inicios del siglo XXI. Yo lo he descubierto gracias a la exposición que le dedica la Fundación Mapfre, aunque me encantaría decir que lo admiraba desde hacía años. La admiración, de hecho, solo llegó tras abandonar la muestra y sumergirme en el catálogo nada más llegar a casa.
También me gustaría encontrar fotógrafos similares a Tomatsu, pero no se me ocurre ninguno. Su particular melancolía, en cualquier caso, me recuerda más bien al dibujante de cómics Yoshihiro Tatsumi (1935-2015), autor muy apreciado en Occidente por sus valores literarios, pero no tanto en su Japón natal, donde vivió a salto de mata durante casi toda su vida y nunca pudo competir -tampoco creo que lo pretendiese- con los superventas del manga. Quien quiera profundizar en su peripecia vital y la de su país, puede recurrir a su libro más ambicioso, 'Una vida errante', editado en dos volúmenes por los indies de Astiberri.
Horror oblicuo
La posguerra de Tomatsu es un horror oblicuo que elude la obviedad y la autocompasión. El artista tiene bastante con heridos y mutilados de mirada todavía atónita. O con una botella deformada de manera inverosímil por la onda expansiva de la bomba atómica que cayó sobre Nagasaki. Consciente de que la vida sigue, la posguerra de Tomatsu consiste también en supervivientes que atraviesan calles y patean aceras, y en los tugurios nocturnos, y en las prostitutas más o menos siniestras que no ignoran lo de que el muerto al hoyo y el vivo al bollo.
Las fotos de la ocupación americana no muestran a un pueblo humillado, si no a unos ocupantes que miran a cámara con cara de no saber dónde meterse ni qué pintan allí. Sobre todo, esos marinos negros que observan a los nipones con la misma expresión de estupor con la que estos los contemplan a ellos.
Las primeras muestras de rebeldía juvenil en los años 60 ofrecen la oportunidad a Matsumi de retratar algaradas que, en algunos casos, devienen escenas prácticamente abstractas. En los 80 se interesa por los efectos de la contaminación en determinados rincones del país, dando origen a las imágenes de residuos acumulados en la arena negra de las playas de la prefectura de Chiba. Aparte de unas fotos tomadas en Afganistán a principios de los 60, todo lo que figura en la muestra es cien por cien japonés. Domina el blanco y negro, que el autor asocia a la ocupación norteamericana, y las fotos en color, que él relacionaba con su descubrimiento en 1969 de Okinawa, donde pasó sus últimos años, resultan claramente más optimistas.
Por motivos personales -uno es cómo es-, el material en blanco y negro me llega mucho más hondo, especialmente en algunos retratos femeninos, como el de la actriz Eiko Oshima, un primerísimo plano en el que no queda claro si esa mujer está sufriendo, gozando sexualmente o a punto de quedarse dormida, o el de una prostituta que fuma lanzando una mirada desafiante al objetivo, como si quisiera preguntarle al fotógrafo para qué se inmiscuye en su vida.
Siguiendo una extraña costumbre que tengo en las exposiciones y que consiste en canturrear mentalmente la primera canción que me viene a la cabeza al entrar en la sala, esta vez me tocó 'Hiroshima, mon amour', de Ultravox, una muestra de melancolía electrónica admirable que le sentaba muy bien a las fotos en blanco y negro del señor Tomatsu. A las fotos en color, no tanto, pero en estas circunstancias el coco nunca me da para más de una canción.
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