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Cuando los 'lindyhoppers' balancean Barcelona

Núria Aguadé retrata en las pistas de baile de la ciudad, plazas o locales, aquello que en el Roseland Ballroom emocionó nada menos que Malcom X

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Carles Cols

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Malcom X (cuando trabajaba como limpiabotas y, según contó en su autobiografía, le sacó lustre en una ocasión a los botines de Duke Ellington) fue testigo directo, y añadiría yo que privilegiado, de los años en que el 'lindy hop' hacía girar la Tierra. Así lo recordaba en sus memorias: “La orquesta, los espectadores y los bailarines podían hacer que el Roseland Ballroom pareciera un gran barco que se balanceaba”. Aquello sucedía en el 1.658 de Broadway, esquina con la calle 51 de Nueva York, adonde el Roseland Ballroom había trasladado su pista para huir de las hoy olvidadas leyes azules de Filadelfia, que prohibían el despiporre los domingos. Pero el 'lindy hop' no había nacido ahí, sino un centenar de travesías más arriba del mismo Manhattan, en pleno Harlem, en el Savoy Ballroom, donde se declararon suspendidas dos leyes, las raciales, blancos y negros compartían pista, y la de la gravedad. Esta última, concretamente, saltó por los aires una noche del año 1931, cuando la pareja formada por Frankie Manning y Frieda Washington, en un combate de baile contra otros danzarines, hicieron lo nunca visto, un 'back to back roll', ella rodó literalmente por la espalda de él y, tras ese instante de ingravidez, volvió a posar los pies en el suelo y continuó bailando.

La melodía de un clarinete la llevó hasta el lindy hop y ahora Aguadé es la cronista fotográfica de este baile que a punto estuvo de extinguirse

Así nació en lindy hop. Aquello ni siquiera tenía nombre. La leyenda cuenta que le preguntaron a Manning qué porras era aquello que acababa de suceder en la pista y él, como tocado por la musa Calíope, dijo que era un homenaje a Charles Lindbergh, que cuatro años antes le había hecho un ‘back to back roll’ nada menos que al Atlántico y aún se hablaba de ello en la barra de los bares. O sea, lindy por Lindbergh y hop por lo de salto.

Todo esto viene al caso porque este sábado, como es 26 de mayo, se celebra la no se sabe qué edición del Día Mundial del Lindy Hop, porque en esa fecha nació Manning y porque, además de ser protagonista de aquel vuelo iniciático, fue él quien conservó la receta de los pasos esenciales de este tipo de baile hasta que allá por los años 80 un grupo de nostálgicos quisieron revivir aquella época y fueron en su busca para que les revelara los secretos de aquel movimiento hijo del charlestón y padre del rocanrol. Menudo árbol genealógico, por cierto. Total, que este día mundial (el domingo 27, en la Sala Apolo, se oficiará una misa comme il faut, vayan, vayan, ni que sea solo para ver) es una estupenda oportunidad para rendir homenaje a Núria Aguadé, una mujer que está documentando fotográficamente la resurrección de este ritmo, tarea grata, sin duda, pero no fácil. El reto es retratar aquello que emocionó a Malcom X. Su trabajo atestigua que Barcelona, como el Roseland Ballroom, se balancea.

Día Mundial Lindy Hop, 26 de mayo, pero Barcelona lo celebrará el domingo, 'comme il faut' en la Sala Apolo

Para ser un buen fotógrafo de, por ejemplo, el reino animal, no es necesario saber capturar salmones con la boca como un oso ni calzarse el trípode en la cabeza como una cornamenta y, ¡hala!, chocar las testas con un compañero de profesión. La foto del lindy hop es mucho más exigente. Requiere una suerte de osmosis con aquello que se pretende capturar. Sí, parece que requiere saber bailar. Siete años literalmente en danza le han enfocado el ojo a Aguadé para, por ejemplo, anticipar ese instante, que siempre es breve, en que la pareja se abre y ocupa todo el encuadre. En los musicales de Broadway, los actores tienen esa deferencia con los fotógrafos. El coreógrafo planifica un instante, o más de uno, en el que los bailarines posan. Será la foto de la prensa el día del estreno. Bob Fose le hace un guiño a esa práctica en su indispensable 'All that jazz', en el número casero que comparten Ann Reinking y Erzsebet Foldi. A Aguadé no se lo ponen tan fácil 

Es joven. Comenzó los estudios de fotografía y creación digital el día después de que cayeran las Torres Gemelas. Fechas así no olvidan. Pero la curiosidad por la imagen revelada (¡caray!, hasta suena religioso) le venía de mucho más lejos, de cuando con ocho años su padre le encomendaba la responsabilidad de manejar el telémetro en los safaris fotográficos dominicales de la familia. Se graduó en el 2006 y su bautismo profesional fue, paradójicamente en las antípodas de la fotografía en movimiento. Comenzó con la foto de estudio y con el retoque digital de la imagen, mucha silla, hasta que conoció a un clarinetista, Juli Aymi, que fue más que su pareja de baile. Se inició así en el 'bouncing', que para los profanos en el baile es como para los cristianos la torah, pero para un buen 'lindyhopper' es el santo grial, el tesoro que es necesario descubrir, encontrar el centro de gravedad en mitad del coxis y obligarlo a descender unos centímetros. En las fotos de Aguadé, si se miran al trasluz, ¡se le ve justo cuando baja! Aquella epifanía (por terminar ya con los símiles religiosos) le brindó la oportunidad de dedicarse profesionalmente a la fotografía del swing.

Lo dicho. Este sábado 26 de mayo se celebra el Día Mundial del Lindy Hop. El domingo, en la Sala Apolo, se acordarán de Manning. Pero el resto del año, los fines de semana, en plazas de Gràcia, en la Barceloneta, en Sants…, también. Detrás de una cámara, puede que esté Núria Aguadé.