paisaje urbano

La resurrección arquitectónica de la Ciutadella comienza con el Verdaguer

El instituto recuperará el aspecto de su etapa más lucida, cuando fue palacio real en 1888

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Carles Cols

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Alguien por fin se ha acordado del Institut Verdaguer. Ha sido otro instituto, el municipal de Paisatge Urbà, que ha decido que ya es hora de que el edificio que ocupa este centro educativo, en mitad del parque de la Ciutadella, un casoplón con más vidas que un gato, merece ser remozado, porque no solo es un tesoro, que lo es, sino porque se podría contar buena parte de los últimos 300 años de historia de esta ciudad sin salir de él.

Edificio militar, palacio real, parque de bomberos, junta de museos, instituto avanzado a su época, instituto retrasado a su época..., no hay otro palimpsesto igual en la ciudad

El plan es devolverle el aspecto de sus años de gloria. Pero, ahí está el reto. ¿Cuándo fue eso? Porque como edificio es un palimpsesto sin igual. Basta visitar el auditorio del instituto para comprender la dificultad de elegir bien una fecha. Si se mira al techo impresionan las vigas de madera, robustas como el costillar de un mamut, añejas como una barrica de ron pirata. Son, año arriba, año abajo, de 1730. Después, sin moverse del mismo sitio, hay que dirigir la vista al suelo. Marquetería fina, algo así un suelo hidráulico avant la lettre, un puzle de selecta carpintería. Es de 1888, más de un siglo y medio de diferencia con respecto a la primera fecha. Los arquitecto responsables del plan director de remozado del Institut Verdaguer han decidido finalmente que el reloj del tiempo tiene que retroceder precisamente hasta esa fecha, 1888, la de la exposición universal, cuando en una de sus siete vidas el inmueble fue reciclado en palacio real. Fue entonces cuando lo embellecieron, tarea lógica, pues de serie ya traía las que fueron las primeras mansardas que se vieron en Barcelona, o sea, esas ventanas de desván, con su tejadido minúsculo, tan propias de París, que se habían incorporado ya en el diseño original.

El mimado de Felipe V

No está de más, antes de proseguir, pasar la película de la historia previa del lugar a cámara rápida. Aquella zona era en tiempos de Barcino un área suburbial. Allí se iba a enterrar a los muertos. Durante la edad media, siglo XIII (la película avanza veloz), se levantó sobre el solar del actual instituto un monasterio, Sant Antoni y Santa Clara. Su infortunio será que en una de las obras de ampliación de la muralla de la ciudad, pasa a ser parte del perímetro de defensa. ¡Ay! Llega 1714 y el militar e ingeniero Jorge Próspero de Verboom, un mimado de Felipe V, planifica el sitio y asalto de Barcelona. Las tropas entrarán por ahí a cañonazos.

Lo que vino después, gracias a los millones de euros que esta ciudad y la Generalitat dedicaron en el 2014 a promocionar el tricentenario, lo saben hasta los párvulos. Se derriba medio barrio de la Ribera para construir una ciudadela militar, represora, por supuesto, y dentro de ella, alrededor del patio de armas, se construyen tres edificios. Primero, un arsenal, hoy sede del Parlament. Segundo, una capilla castrense, que ahí sigue, medio ignorada. Tercero, lo que interesa ahora, una residencia para el gobernador. La planifica Verboom, que para algo, además de capitán general, era discípulo de los mejores ingenieros militares de la época. Aquella residencia, sin embargo, fue la Sagrada Família del XVIII. Se puso la primera piedra en 1718, pero no se terminó hasta 1773. Ahí es nada.

El edificio es una caja de sorpresas con, por ejemplo, las primeras mansardas de Barcelona y unos esgrafiados que por ahí, bajo la cal, andarán

Llega el XIX y cae el muro de la Ciutadella, en 1868. Se programa la expo de 1888. El lugar elegido es la antigua ciudadela militar. La terna de arsenal, capilla y residencia del gobernador tenían que ir al suelo. Al responsable de las finanzas municipales le entra un ataque de prudencia. A lo mejor fue por Sant Esteve, fecha en que se cocinan los estupendos canelones con sobras del día anterior. Los tres edificios se salvan. Se servirá un segundo plato con ellos. La residencia se remozará para convertirla en palacio real, aunque solo sea para la exposición universal. Además de las mansardas y la marquetería fina, se sabe que se encargaron y realizaron esgrafiados en las paredes. Se supone que por ahí andarán, por debajo de alguna capa de cal. Si no, no pasa nada. Hay constancia documental de ellos. El plan prevé resucitar aquellas pinturas.

Saltimbanquis

Es a esa etapa a la que, como si de una máquina del tiempo de H.G. Wells dispusiera la dirección de Paisatge Urbà, se ha decidido retornar, porque lo que vino después para el edificio fue un test de estrés que lo extraño es que se mantenga en pie. Fue parque de bomberos. No solo estaban ahí los vehículos apagafuegos (se abrieron las fachadas para que pudieran entrar y salir), sino que los bomberos hacían prácticas de rescate como saltimbanquis por balcones y ventanas. Las fotos son bastante chaplinescas.

Los servicios de extinción tuvieron que compartir el inmueble, eso sí, con la Junta de Museos que dirigía Joaquim Folch i Torres, menos célebre que su hermano, Josep Maria, pero responsable, que no es poco, del polémico rescate del románico del Pirineo catalán.

Breve renacimiento educativo

Sin embargo, el momento más poético, en términos de justicia, de este edificio tricentenario llegó con la segunda república. Lo que un día fue una residencia militar detestada por los ciudadanos pasó a ser, de repente, un instituto escuela, de una modernidad pedagógica que aún hoy causa admiración. Niños y niñas en la misma clase, con idénticas actividades docentes, sin matices. Los pupitres de los alumnos no se distribuían en orden marcial, es decir, en filas y cara profe y el crucifijo, sino de forma dispersa. El profesor no tenía mesa. Paseaba y enseñaba, pero buena parte de la docencia se hacía al aire libre, a veces en el parque. La alegría, como se sabe, fue breve.

Durante el franquismo, el Verdaguer fue instituto femenino. Los profesores recuperaron las tarimas y se acabó la broma de los pupitres colocados como fractales.

La resurrección pedagógica, aunque sin ser la de antes de la guerra, regresó con la democracia. En el vestíbulo, junto a las escaleras que dan acceso al primer piso, una placa recuerda con qué brújula guiaba los estudios Josep Estalella, el primer director del instituto en 1932. Debería haber una así en todas las escuelas. “Me he propuesto hacer hombres buenos; si además los hago fuertes, mejor, y si además me salen sabios, mejor aún”.

La primera de las rehabilitaciones pendientes de la Ciutadella, según Janet Sanz

Cuanta más vida ha cobrado estos últimos años el parque de la Ciutadella, que ha sido mucha, más han languidecido algunos de sus edificios más icónicos, como el umbráculo, el invernáculo, el Museu de Geologia y, por supuesto, el más vistoso de todos ellos, el Museu de Zoologia. Es una tarea pendiente del Ayuntamiento de Barcelona que amarillea ya desde hace más de dos mandatos. Janet Sanz, teniente de alcalde de Urbanismo, cree que el Institut Verdaguer es un excelente edificio para ponerse manos a la obra, ni que sea porque, de todo el conjunto, es uno de los más ancianos del lugar.