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Elisa, Marcela y yo en la nueva película de Isabel Coixet

Ramón de España, caracterizado de burgués de principios del siglo XX, entre las actrices Natalia de Molina (izquierda) y Greta Fernández, durante el rodaje de la película de Isabel Coixet.

Ramón de España, caracterizado de burgués de principios del siglo XX, entre las actrices Natalia de Molina (izquierda) y Greta Fernández, durante el rodaje de la película de Isabel Coixet. / periodico

Ramón de España

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Como esto del periodismo no sé yo si tiene mucho futuro y uno debe pensar en su inminente senectud, he iniciado una carrera paralela de actor cinematográfico. De momento, me limito a hacer de extra, y únicamente en las películas de Isabel Coixet, que es la cineasta que me cae más cerca por amistad y situación geográfica. Aunque mi trabajo no es remunerado, soy de los que creen que hay que sembrar para luego cosechar, así que no descarto del todo que, dentro de 10 o 15 años, consiga un papel con frase. Mientras tanto, reconozco que estoy a años luz de mi amigo Pere Vall, redactor jefe de 'Fotogramas', que se cuela en cuanta película se rueda en España y está mucho más cerca que yo de que le den un rol con derecho a largar. No se imaginan cómo le envidio. Y, por cierto, el director adjunto de este diario, Luis Mauri, y la columnista Emma Riverola, también se han sumado a mi plan de asegurarse la vejez gracias al séptimo arte.

Si en 'La librería' me cayó un vistoso rol de baronet británico, en Elisa y Marcela, que se está rodando estas semanas -el equipo ya se ha trasladado a Galicia-, me he convertido en un burgués gallego de principios del siglo XX, horrorizado ante la noticia de que dos mujeres se han casado por la iglesia, disfrazada tan bien de hombre una de ellas que el cura no detectó la superchería: me siento tan ultrajado en mi club -reconstruido en una vieja mansión de Cerdanyola- que un poco más y se me caen los quevedos que me han plantado en la nariz los de vestuario. La indignación de Mauri, mientras se fuma un puro y lee 'La Voz de Galicia', resulta de lo más convincente. Sentada al piano, a Riverola tampoco le deja indiferente la noticia, de la que le informa Milo Taboada, actor gallego -se le puede ver en Fariña haciendo de poli corrupto- que también ejerce de activista vecinal en el Raval (¡aquí todo el mundo hace doblete!).

Enamoradas desde la adolescencia

La historia real de Elisa Sánchez y Marcela Gracia se las trae. Enamoradas desde la adolescencia, trabajaban como maestras en dos pueblos cercanos de Galicia cuando tuvieron la idea de casarse. Con esa intención, Elisa se vistió de hombre y se hizo llamar Mario. Esto sucedía en la España de 1901, y cuando se descubrió el pastel, las enamoradas tuvieron que emigrar a Oporto -donde Marcela tuvo un hijo, aunque nunca se ha sabido muy bien quién era el padre-, donde también se descubrió la superchería, y de ahí a Buenos Aires, donde Mario, convertido de nuevo en Elisa, intenta casarse con un anciano millonetis con un pie en la tumba para asegurarse la vida junto a Marcela, pero el viejales se cosca de la situación y la planta. Ahí se les pierde la pista y solo queda espacio para las conjeturas del guion escrito por Coixet, donde prima el sentimiento y la trama sobre la fidelidad a una historia que, por otra parte, siempre ha sido bastante brumosa.

Elisa y Marcela son, en la película, Natalia de Molina y Greta Fernández, a la que no veía desde que era una niña cogida de la mano de su padre, el actor Eduard Fernández. Ambas están encantadas con sus respectivos papeles, y el día de mi visita, Natalia va disfrazada de hombrecito y Greta luce camisón sobre un falso vientre de embarazada. A Isabel la veo más calmada que en otros rodajes -la he visto pegar unos chorreos descomunales, aunque merecidos, a gente de una torpeza inverosímil-, pero ella aduce la suerte que ha tenido con el equipo, que es de una profesionalidad y una cortesía inauditas. "El otro día pillé a un eléctrico leyendo a Rilke", me comenta, atónita.

Con producción catalana, gallega, andaluza y de Netflix, Elisa y Marcela no llegará a las salas y se colgará el año que viene en la célebre plataforma, por lo que podrá ser vista en un montón de países. El presupuesto no es para tirar cohetes -la pampa argentina se ha reproducido en el Delta del Ebro y las secuencias portuguesas se ruedan en Galicia y Catalunya-, pero la directora no se queja: hasta ha conseguido que la dejen rodar en blanco y negro.