BARCELONEANDO

El último dominical en Urgell

El mercado del libro de Sant Antoni resiste como puede el envite de los tiempos modernos y se prepara para una nueva vida en el entorno de la lonja

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Carlos Márquez Daniel

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Hay que ser muy ducho para seguir según qué conversaciones en el mercado dominical de Sant Antoni. Para evitar el ridículo, y de paso aprender algo nuevo, lo mejor es escuchar e intentar seguir el hilo. "Ten en cuenta -le dice un paradista a un cliente- que Thanos apareció por primera vez en el número 55 de Ironman, y que estos libros de los años 70 y 80 suelen ser siempre de tapa dura". A este templo del cómic se acercan sobre todo hombres de entre 25 y 45 años, con preguntas inverosímiles que siempre encuentran respuesta. Sapiencia al aire libre que se reproduce en el puesto de libros, en el de postales, en el de cromos, en el de discos o en el de juguetes, y que vive su último día en el asfalto de Urgell antes de trasladarse al entorno de la lonja. 

El cava corre durante toda la mañana y sus burbujas se dejan ver a mediodía en los mofletes de algún que otro librero. Un hombre lo sirve en vasos de plástico a pleno sol, con peto amarillo y americana. Muy amable. Las botellas van que vuelan, quizás porque quedan muy pocas cosas gratis en Barcelona. Mientras los padres mercadean con los cromos de fútbol en la esquina de Tamarit con Urgell -cuántas historias de amor habrán nacido en esa acera...- curiosos, coleccionistas y unos pocos turistas llenan el pasillo central del mercado dominical. Algunos van con las manos en las espaldas, pero la mayoría toquetean el género. Porque aquí nada es virtual.

Respeto al papel

Es precisamente internet lo que aquí más inquieta. Nadie se ha hecho rico y han tirado básicamente de afición y vocación, pero asisten impotentes al auge del comercio electrónico o de plataformas que te llenan el móvil de películas y series. Cuando se marcharon del entorno del mercado, en julio del 2011, el libro digital era un chiste. Hoy supone el 11% de las ventas del sector editorial. "Por suerte, nosotros vendemos piezas que van más allá de la simple literatura, porque la mayoría son ejemplares difíciles de encontrar o muy antiguos, pero se nota que la gente le está perdiendo el respeto al documento en papel; ya no se valora tanto como antes, como si ocupara espacio o molestara". Es la opinión de uno de los veteranos del mercado

"Nos quieren muertos porque no somos estéticos, pero gracias a nosotros se puede explicar la historia"

En una de las pocas paradas de postales que quedan, el dueño da otra lección de sabiduría. Empieza a sacar fotos de principios de siglo, con relieve o coloreadas, hechas en Francia "porque aquí no se retrataba a modelos de esta manera", algunas de ellas escritas en el dorso, con una maravillosa letra curvada. Las quita del plástico como el cirujano que corta el apéndice, como el jardinero que poda la orquídea. 

Este 'botiguer' lamenta que no se les valore más. "Nos quieren muertos porque no somos estéticos, pero no tienen en cuenta que a través de lo que vendemos se pueden explicar los últimos 200 años de historia". Basta con echar una ojeada a los mapas, las postales, las fotografías en blanco y negro, de paisajes o de personas anónimas; las revistas, los coches de hojalata o de hierro, que no de plástico; las enciclopedias o las novelas eróticas. Cualquier barcelonés con un mínimo arraigo debería sentir cierta emoción y nostalgia ante semejante cascada de recuerdos

Adiós al anarquista

Este ha sido el último domingo de Manel Aisa, el rey de la literatura anarquista. Se marcha después de 37 años de servicio en Sant Antoni. Pagó un millón de pesetas por su parada. Lo suyo son los movimientos sociales y obreros -fue capo de la CNT en los 70- y está escribiendo sobre municipalismo y anarquismo. Dice que es partidario del decrecimiento económico "para no irnos a la mierda" y regala un análisis de la situación política en Barcelona que ahora no viene al caso. A su parada, en el beso de Urgell con Floridablanca, se han acercado un montón de personas para despedirle y fotografiarse junto a su carro, célebre por todas las pegatinas revolucionarias que ha ido almacenando a lo largo de los años. Manel sigue la escena con cierto vértigo, entre vender los últimos manuales sobre el marxismo, sonreír y brindar con el cava que sigue circulando. 

Hubo un tiempo en el que Barcelona se detenía los domingos y este era uno de los pocos entretenimientos

Hubo un tiempo en esta ciudad en el que los domingos eran días de coches aparcados en el carril bus, silencio, parques con niños antes de comer, comercios y restaurantes cerrados, largas sobremesas y 'Estrenos TV', esas pelis terribles que emitían en la tele española. El mercado de Sant Antoni era uno de los escasos lugares a los que uno podía acudir a comprar o, sobre todo, a ver gente. Es, dicen, el mercado del libro más grande de Europa. También uno de los lugares en los que menos ha pasado el tiempo en nuestra ciudad. 

A eso de las 14.30 horas, los paradistas empiezan a guardar el material en los carros de madera centenaria que duermen en un almacén cercano. Mientras, durante toda la mañana, los paradistas de los encantes han ido trasladando su género desde la carpa provisional de la ronda de Sant Antoni hasta su nueva ubicación en el mercado, que se inaugura el miércoles. Los libros y el resto de exquisiteces documentales vuelven el domingo. Como siempre.