EN EL RAVAL

Cierra el Club Cronopios, los poetas quedan al raso

El local, que organizaba recitales y combates literarios, se convierte en otro de los muchos que han sucumbido a la presión inmobiliaria

Protesta por el cierre del Club Cronopios en la plaza de Sant Jaume, el lunes pasado.

Protesta por el cierre del Club Cronopios en la plaza de Sant Jaume, el lunes pasado. / .43342226

Olga Merino

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El inmenso Francis Bacon, que fue el pintor de la carnalidad más humana, y su cohorte de amigachos -fotógrafos, modelos, poetas, actrices y otra fauna perdularia- solían frecuentar el French House, un pub del Soho londinense que abrió en 1891 y todavía sigue en la batalla. París conserva los veladores de Les Deux Magots, que abrevó gaznates ilustres, desde el de Rimbaud hasta el de Picasso, y donde artistas de toda laya han intercambiado ideas durante generaciones. Y, en cambio, aquí sigue deshojándose la alcachofa de la uniformidad: acaba de cerrar el Club Cronopios (Ferlandina, 16).

Aunque no tiene el pedigrí ni la solera de los mencionados en el párrafo de arriba, no es menos cierto que el garito del Raval se ha venido ganando a pulso su lugar en el mundillo cultural desde hace un lustro. Aun cuando cuenta con 13.000 socios, que se dice pronto, la Asociación Cultural Club Cronopios se vio obligada a echar la persiana el 1 de mayo por la misma razón que desaparecieron hace tres años algunos de los establecimientos más emblemáticos de la ciudad, esos que dan pátina y caché. ¿Por qué motivo? Adivina, adivinanza: por la presión inmobiliaria. A la propietaria le trae más cuenta vender el local o buscarse otros inquilinos con la billetera más engrasada.

Los 5 euros anuales que pagan los 13.000 socios no bastan para afrontar el alquiler y los gastos que colean

El pasado lunes, las gentes del Club Cronopios, convocadas por el factótum de la asociación, el agitador cultural Ramon Buj, organizaron una sesión de micro abierto en la mismísima plaza de Sant Jaume para cantar, recitar y gritar "estamos aquí" ante las puertas del ayuntamiento. Hoy está previsto que los cronopios se reúnan con responsables del consistorio para ver qué puede hacerse.

Ramon Buj acudió a la cita en la plaza con una camiseta negra que llevaba estampada una frase de la filósofa Hannah Arendt: "No hay pensamientos peligrosos; pensar, de por sí, es peligroso". Toda una declaración de intenciones de lo que significan el local y su proyecto cultural. Por eso al hombre se le vio algo compungido ante la posibilidad de que se esfumen en la nada todos los esfuerzos que ha venido invirtiendo en mantener a flote el invento; los cinco euros de cuota anual que pagan los 13.000 socios no son suficientes para afrontar el alquiler y los gastos que colean: luz, agua, extintores, el limitador de sonido… "Hemos estado haciendo cultura por un tubo, pero aquí parece que a las instituciones solo les interesan las elites", se lamentó. Los artistas solían hacer la taquilla inversa, y con eso se las apañaban en estos tiempos tan malos para la lírica.

En cinco años de andadura, el Club Cronopios ha venido organizando actuaciones musicales de artistas muy nuevos, improvisaciones a micro abierto, slams de poesía, jam sessions de escritura o combates de escritura. El profesor Joan Guardiola abanderaba la actividad 'Filosofía para pingüinos', y cualquier tarde te acercabas hasta el recinto y te encontrabas a un experto en física cuántica explicando al personal qué diablos es eso del bosón de Higgs. O sea, cultura de base, esa que no entiende de banderas ni subvenciones. Y los precios del trago, bastante razonables: un cubata, cinco euros; una copa de vino, dos. Nada que ver con las tarifas que se estilan en guirilandia.

Cuando abrió, en el 2013, al local lo bautizaron como Club Cronopios por la taxonomía que del género humano hizo el gran cuentista argentino Julio Cortázar, según la cual los bípedos implumes nos dividimos en tres categorías: los "famas", pretenciosos, burgueses y formales, a los que siempre se les adelanta el reloj; los "esperanzas", bastante prescindibles por aburridos y zafios; y los "cronopios", idealistas y sensibles, pobres dibujos fuera de margen.

Son los cronopios quienes suelen caerse por las ventanas, "y pierden lo que llevaban en los bolsillos, y hasta la cuenta de los días"; a veces, montan locales culturales que acaban arrastrados por el vendaval de la gentrificación. En el Raval ya cerraron el Moraima y el Arco de la Virgen, en cuyas dependencias se asentaron los narcos. También echó el cierre el Magín, en el Poble Sec. ¿Cuál será el destino del Cronopios? ¿Qué le tocará en la tómbola? Una tienda de 'souvenirs', otro badulaque paquistaní o tal vez otro bar de tapas plásticas. Se verá.