BARCELONEANDO

Las maneras de vivir de un "caballero de compañía"

Armando, "caballero de compañía"

Armando, "caballero de compañía" / Ricard Cugat

Olga Merino

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

A poco que el paseante preste atención, observará que las farolas y los semáforos barceloneses despliegan una gran variedad de carteles caseros: señoras de hacer faenas por horas, mudanzas económicas, las clases de repaso, el que te pinta el piso, el perro extraviado, ropa de segunda mano impecable, la que perdió la mochila con la vida dentro, el canguro de ancianos o el que colecciona coches 'vintage' de Scalextric. Pues bien, de un tiempo a esta parte, unos cuatro meses para ser precisos, se ha sumado a la panoplia un nuevo rótulo con un ofrecimiento peculiar. Dice así: "Caballero de compañía ofrece sus servicios a señoras solventes". Un número de móvil invita a telefonear.

Servidora avistó uno de los anuncios en el Portal de l'Àngel, a la altura del termómetro de la óptica. Lo arranqué, y permaneció congelado en el limbo del bolso hasta que me animé a llamar. ¿Se atrevería el remitente a dar la cara? Sin mencionar, además, que uno de los riesgos habituales de rastrear la calle para contarla es la posibilidad de recibir una invitación a desplazarse a muy diversos lugares: a paseo, a freír espárragos, a hacer puñetas o al pueblo a robar gallinas.

Pero, no: en esta ocasión, el caballero de compañía aguarda puntualísimo a la hora y en el lugar convenidos, la camisa impecable, con un planchado de 10. Sorprende, sin embargo, encontrarse frente a un varón muy normal, parecido al compañero de oficina o al vecino del quinto, sin el esplendor físico del chico Martini, por decirlo claro. Aunque amable y educado, un hombre de lo más normal. Pero vamos al lío, que las mejores historias están hechas de gente corriente.

Nada más sentarse a la mesa de una cafetería, Armando, que así se llama el señor del anuncio, aclara que él no es un gigoló. O sea, aquí no hay sexo. Ya suele advertirlo a las clientas en la cita previa por teléfono: de intercambio carnal, 'rien de rien'. ¿Se lo piden? Claro, sobre todo las más veteranas, mujeres de 70 para arriba. "Aunque estoy soltero y sin hijos, tengo una vida privada que quiero proteger".

De intercambio carnal, 'rien de rien', aunque se lo piden sobre todo las de 70 años para arriba

Desde que empezó a pegar carteles en los barrios donde se supone abundan los monises -el centro, el Eixample alto, Sarrià, Sant Gervasi-, el negocio va bien, no para tirar cohetes, pero sí mucho mejor con las octavillas que cuando se anunciaba en las páginas de contactos de los periódicos, este incluido. Con el nuevo método, le sale una media de dos servicios semanales. ¿Y qué le piden? Pues, compañía: salir a tomar algo, a cenar y, sobre todo, actuar de consorte en cumpleaños, comuniones, reuniones varias y bodas ("trátame todo el rato como si fuéramos novios"). A tal efecto, Armando, de 46 años, guarda en el ropero un traje negro de raya diplomática.

En una ocasión, relata, una señora lo contrató para que la acompañara al cine, se echó a llorar y le pidió que la abrazara, porque nadie la quería. "Hay mucha más soledad de la que llegarías a imaginar jamás -confiesa-; y mira que te digo, no estaría mal que la Seguridad Social prescribiera servicios como el mío". Conforman su clientela mujeres a partir de los 55: solteras, separadas, divorciadas. Muchas viudas.

"Hay mucha más soledad de la que llegarías a imaginar"

Armando, 46 años

— "Caballero de compañía"

Para mantener el bisnes rodando, Armando se enfunda el pantalón de chándal cada mañana y una camiseta de algún grupo metalero (es fan de Iron Maiden), sale de su piso en el Clot, donde vive con su madre, coge el metro y enfila hacia la zona elegida para empapelarla de letreros. A fin de cuentas, las canciones del heavy, las viejas letras del barrio, están llenas de escalde y trinchera, de pequeños aforismos para el ejercicio de la supervivencia. Como cantaban los de Leño, "voy aprendiendo el oficio/ olvidando el porvenir/ me quejo solo de vicio,/ maneras de vivir".

Se gasta 20 euros a la semana en fotocopias. "Mira, yo no hago mal a nadie; ni robo ni mato ni embauco. Solo me busco la vida con la verdad por delante". Reconoce, sin embargo, que desde que comenzaron a salir por la tele informaciones sobre el estafador del amor, han descendido las llamadas porque la gente recela de quedar con un desconocido. "El tiparraco ese", lo llama.

Prefiere pasar de puntillas sobre las bromitas telefónicas y los insultos. Armando tiene callo, la coraza de quien ya ha agotado el paro después de haber trabajado en el buzoneo, de mozo en un almacén de maderas y en el Clínic, en una carnicería y de peón en la construcción durante nueve años. Por eso, cada mañana, bien temprano, coge el mazo de fotocopias y sale a la vida. "Échale coraje y el blindaje de un submarino", cantaba Rosendo