INICIATIVA SOCOEDUCATIVA EN CIUTAT VELLA

Tijeras en la Ribera contra el estigma hacia los menores no acompañados

zentauroepp43153608 180503094128

zentauroepp43153608 180503094128 / .43153608

Helena López

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Su nombre no engaña. Lolita Blu es una peluquería pequeñita y ‘moderna’, abierta en un barrio de moda, rodeada de infinidad de comercios ‘cool’. A primera vista, el típico local del ‘Born, centro comercial’, en lo que se ha convertido el barrio de Sant Pere, Santa Caterina i la Ribera. Pero únicamente a primera vista. Si se pasea por delante de este ‘organic hair salon’ -como se presenta en su tarjeta de visita- los lunes y los miércoles por la mañana, tras sus cristaleras puede verse -y ahí la gracia- a un pequeño grupo de jóvenes magrebís armados con cepillos, peines, rulos y secadores de pelo. Las dos antagónicas realidades del barrio -el drama de los menores no acompañados y los negocios ‘cuquis’- conviviendo en pocos metros cuadrados, dinamitando prejuicios. "Una de las cosas que más nos gustó de hacer las prácticas aquí es que, al estar a pie de calle, en un local tan abierto, todo el mundo les ve y es una manera, también, de luchar contra el estigma", explica en la puerta de la peluquería, mirando orgullosa a sus chicos, Caterina Pons, responsable de los proyectos de jóvenes de la Fundació Bayt Al-Thaqafa, entidad que organiza este particular taller de peluquería.

"Esta era una demanda de los chavales desde hacía tiempo, un oficio que les apetecía mucho aprender y del que prácticamente no hay oferta formativa a este nivel tan básico, se trata de darles la oportunidad de probarlo, de ver si es lo suyo o no; así que cuando vimos que salían las ayudas de Barcelona Activa no dudamos en presentar este proyecto", prosigue Pons, en referencia a la convocatoria municipal 'Impulsem el que Fas', dirigida a reforzar las iniciativas de economía social en los barrios. "No nos hizo falta ni hacer promoción entre los chavales -continua la trabajadora de Bayt-; antes de empezar el curso ya teníamos todas las plazas ocupadas con chicos que ya habían mostrado su interés de forma previa; lo han cogido con muchas ganas".

El punto comunitario

El primer paso -nada fácil- fue buscar la peluquería en la que hacer las prácticas. Querían que fuera en el barrio para dar un punto comunitario al proyecto. Que los chicos peinaran a las vecinas. Que se conocieran, romper barreras. ¿Qué puede haber más íntimo que lavar una cabeza? Zacarías, de pie frente al espejo, peine y secador en mano, alisa el pelo de su compañero Ismael. Le faltan 10 días para cumplir los 18, edad que ya ha cumplido el amigo al que cepilla. Lejos de mostrar alegría, explica la cercanía de tan señalada fecha con preocupación. Vive en el centro de menores El Castell. "Hice un curso de castellano aquí en verano y les comenté que me gustaría hacer algo de peluquería, así que cuando lo organizaron, me llamaron", cuenta el joven, quien combina el curso con otro de castellano y tiene otra idea entre ceja y ceja: ser vigilante de seguridad. "Si sale algún cursillo de seguridad privada también me encantaría hacerlo", suelta. 

El desasosiego que provoca en Zacarías alcanzar la mayoría de edad no es infundado. Al cumplir los 18 estos chicos deben abandonar los centros de menores, y no hay plazas de transición para todos. "Si antes llegaban 200 chicos cada año, ahora llegan 200 cada mes, y solo hay entre 80 y 100 plazas de transición. Antes, el argumento para dejar a algunos chicos en la calle eran la mala conducta, pero cada vez es más es una lotería, que obtengas una plaza tras cumplir los 18 o no", denuncia Pons. "La sociedad pide a estos chicos que sean ejemplares, porque les dan un lugar en el que dormir y comer, y no se les da la oportunidad de que se equivoquen dos, tres o cuatro veces. No nos damos cuenta de que son chicos que pasan de no tener ninguna norma, de cruzar la frontera solos, a meterles en un centro en el que hay millones de normas y, si no las respetan, broncas y castigos; por eso tantos chicos se escapan de los centros", reflexiona Mireia Aguado, coordinadora de Bayt.

La importancia de conocer los códigos

Mientras Zacarías se pelea con el secador, Ismael explica que vive en un piso de Justícia. Llegó de Tánger a los 14 años y ha vivido desde entonces en centros de menores en Terrassa, dos años y en Sant Salvador de Guardiola, hasta los 18. "Por una condena, ahora estoy en un piso en libertad vigilada por tres años", relata el muchacho, quien hace años que sueña con ser peluquero. "Cuando era niño -recuerda-, antes de salir de Marruecos, tenía un amigo peluquero y me gustaba ir a verle cortar el pelo...". Este miércoles Ismael y Zacarías se peinan entre ellos, por turnos, pero más adelante, cuando cojan más práctica, peinarán a clientes. A clientas, algo que, no lo ocultan, les da cierto reparo. "A mí me hubiera gustado más una barbería, peinar a hombres", coinciden. Son cursillos de un trimestre; dos grupos de cinco cada trimestre, entre menores -derivados de centros- y mayores que han pasado por la fundación, por la que pasan unos 126 chicos al año. Además de las prácticas, aprenden atención al cliente, uno de los puntos fuertes de la formación. Aprender a tratar con los clientes -con las personas-, conocer ciertos códigos, les puede servir en muchos otros trabajos (y más allá). 

La Fundació Bayt Al-Thaqafa, con 40 años de historia, trabaja con estos chicos desde hace 20, cuando llegaron a la ciudad los primeros menores no acompañados. Están en un piso de la calle de Princesa, donde estos chicos encuentran la puerta abierta siempre abierta, algo a lo que no están acostumbrados. "Nos encontramos que cuando empezaron a llegar los primeros menores se acercaban aquí porque conocían a personas vinculadas al espacio y enseguida vimos que teníamos que ofrecerles una ayuda integral", concluye Pons. En eso siguen.