BARCELONEANDO

El arte de leer tebeos

La cara es el espejo del alma, y el conjunto de rostros es el reflejo de lo que pasa

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Javier Pérez Andújar

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Desde tiempos del profesor Bacterio, el lector de tebeos sabe distinguir en la vida real al tipo con barba de toda la vida de un recién barbado. Lo digo porque ha surgido una nueva clase de indignado al que podría llamarse el hombre con barba desde que nació. Existía una aristocracia de la barba, una barba de cuna, que hasta hoy no había visto necesidad de manifestarse; pero la arrolladora tendencia a dejarse de afeitar que el varón barcelonés está mostrando ha soliviantado a quienes se dejaron barba los primeros, no por moda, sino estirpe o ideología.

Corren tiempos emboscados, de vivir en el maquis, sombríos, de cárceles y de exilios, de miedos, de pasiones colectivas que arrollan a las del individuo. El realismo sucio de la vieja literatura ha sido reemplazado por la sucia realidad. La cara es el espejo del alma, y el conjunto de rostros es el reflejo de lo que pasa. Esto lo captó Cassavetes en aquella película que tituló 'Faces'. Hoy el derecho a barba es lo más parecido al derecho a voto: un hombre, un voto; y lo mismo para la barba.

Las raíces de mis tebeos están en las palabras aún más que en los dibujos 

Estos días se ha celebrado el Salón del Cómic, y así el tebeo ha pasado por su salón de belleza. En sus cubetas han rebuscado lectores y lectoras de tebeos de toda la vida, amigos y amigas del cómic, usuarios de la novela gráfica, practicantes del monocultivo (línea manga o superhéroes) y, cada vez más, gente que prefiere ser el personaje a leerlo.

No es necesario haber leído una historieta para identificarse plenamente con sus protagonistas. La cultura popular es un estado del alma colectiva (llevar barba también es cultura popular). Me acuerdo de la proscripción que se hacía del cine en el colegio cuando el profesor decía que ver la película no dispensaba de leer el libro, sino más bien al contrario, obligaba a leerlo para enterarse de verdad. Como los libros ya no pintan nada, ahora las pelis alivian de leer el cómic y de jugar al videojuego. El cine permanece porque nos relega a lo que verdaderamente somos. Testigos de nosotros mismos. Hemos venido al mundo a mirar cómo desaparece todo, igual que al final de 'El club de la lucha'.

Nacidos para perder

El tebeo nació para perder. Por eso los amo. Eran tebeos que se leían debajo del pupitre mientras el maestro o la maestra explicaban el conjunto vacío. Los que íbamos para progres de barrio éramos muy de la intersección, del trueque, del intercambio sin dinero; no fuimos lo bastante perspicaces para adivinar que nuestro futuro estaba en ese conjunto vacío. Pero es que los conjuntos eran para ricos. Para un conjunto había que tener, así que cuando dimos los subconjuntos nos alegramos mucho porque ahí sí llegábamos. Descubrí los conjuntos a la vez que descubrí los tebeos. Ambos estaban unidos por el bocadillo, ambos participaban del óvalo, idéntico globo lleno de elementos, de palabras. También aquella O de la palabra Mortadelo en la cabecera de su revista era un conjunto cambiante, semoviente, la transformación perpetua. Cada semana Ibáñez la dibujaba de una forma diferente. Asumir el cambio como principio de la realidad nos preparaba para impregnarnos más tarde de Heráclito de Éfeso, que en mi caso no pasó de ser Heráclito de COU.

Las raíces de mis tebeos están en las palabras aún más que en los dibujos. A los globos que como una aureola de santidad verbal rodeaban las cabezas de Rosendo Cebolleta o de Pancracio Trapisonda, los seguían los tres globos líricos que una poeta, Gloria Fuertes, puso en televisión. Todo cayó en picado, la esperanza de la cultura, la confianza en la utilidad de los medios de comunicación, cuando a los niños en vez de ponerles a Gloria Fuertes les metieron a Leticia Sabater. ¿Cómo se puede pasar de una mujer que escribe 'Un globo, dos globos, tres globos', a otra que canta 'La salchipapa'? A los bocadillos de Pepe Gotera y Otilio (me refiero a los de palabras, no a los de elefantes que se zampaba Otilio), les hacían compañía en la cartera los bocadillos del recreo. Besar el pan si se caía al suelo antes de volver a morderlo.

Los tebeos habían nacido para perder porque en buena medida estaban hechos por dibujantes, periodistas, maestros de escuela, escritores, que habían perdido una guerra y con ella habían perdido, se lo habían prohibido, el ejercicio de su profesión primera. La tristeza de esta época y de esta situación aparece recogida gráficamente (las expresiones, los colores...), en el álbum 'El invierno del dibujante', de Paco Roca, y ha sido narrada con toda su tragedia humana en 'El artefacto perverso', de Felipe Hernández Cava y Federico del Barrio. No son novedades, pero tampoco lo son Heráclito y Gloria Fuertes, y buena falta que nos hacen. Del mismo modo que no se empieza comiendo helados para aprender a comer platos de lentejas, no se empieza leyendo tebeos para terminar leyendo libros. Son dos hambres diferentes. El tebeo no es un potito, no es un libro hecho papilla, no es literatura triturada. Contiene su propio alimento. Sus propios bocadillos. Su propia poesía. Por ejemplo, la chaqueta abierta del profesor Bacterio.