BARCELONEANDO

De cocinas, ciudades y mujeres

Isabel Segura publica una historia de las cocinas de Barcelona que abarca desde Cerdà hasta el despertar feminista

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Mauricio Bernal

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En la página 186 del libro que acaba de publicar sobre la evolución de las cocinas en Barcelona, su autora, la historiadora Isabel Segura Soriano, relata el episodio en el que un grupo de arquitectos contratados para diseñar un conjunto de viviendas de renta limitada deciden ubicar la cocina en el centro mismo de la fachada, desafiando lo que ya entonces era la tradición de ponerla atrás. “Después de todo –explicaban entonces–, esta es aún el único local de trabajo que conserva la vivienda familiar. Con ello, hemos intentado paliar las regresivas condiciones de vida de la mujer casada, que pasa en esta dependencia gran parte de sus horas de trabajo”. La describían como “cocina mirador”. Era el año 1961 y el experimento se convirtió en un significativo fracaso. Al cabo, todos hicieron obras para trasladar la cocina atrás.

"Lo que pasa en el interior de las casas no es ajeno a la historia, a lo que pasa afuera", dice la autora

“La cocina en la historia de Barcelona tiene un comportamiento muy errático”, explica la autora de ‘Cuines de Barcelona. El laboratori domèstic de la ciutat moderna (1859-1976)’ (Comanegra), un libro que abarca la evolución de las cocinas barcelonesas desde que el “metódico visionario” Ildefons Cerdà empezó a organizar la ciudad del futuro –la cocina no fue ajena a sus inquietudes– hasta que en octubre del 76 el número 4 de la revista 'Vindicación feminista' tituló en portada: “¿Es trabajo el trabajo doméstico?” Es una historia de las cocinas pero a la vez es una historia de la ciudad, del urbanismo y del papel de la mujer en la sociedad: todo está vinculado. “En la historia de la ciudad no hay esa mirada hacia adentro –dice Segura– y lo que pasa adentro no es ajeno a la historia, a lo que ocurre afuera. A mí me interesa eso, traspasar la fachada y ver qué sucede en el interior”.

Le Corbusier machista

Con lo de “comportamiento errático” se refiere a que nunca se supo realmente dónde debía ir la cocina. “Primero fue en mitad del pasillo, dando al patio interior, y después en la galería de atrás, de donde iba a costar mucho sacarla”, dice. La cocina fue víctima de un proceso de ocultamiento que, según la autora, “es una metáfora del poco valor social que se da al trabajo doméstico, que mayoritariamente hacen las mujeres”. Que la mujer era el sujeto que reinaba en la cocina fue algo que siempre durante esos años se dio por sentado. Le Corbusier lo planteaba en estos términos: “La mujer será feliz si su marido es feliz. La sonrisa de las mujeres es el don de los dioses. Y una cocina bien hecha representa la paz del hogar. ¡De modo que haced de vuestra cocina el lugar de la sonrisa femenina!” Le Corbusier soltando un discurso semejante: fue uno de los hallazgos que más sorprendieron a la autora durante su inmersión en los archivos.

La cocina ya formaba parte de las inquietudes de Cerdà a mediados del siglo XIX

Pero también la sorprendió –gratamente– encontrar que Cerdà a mediados del siglo XIX ya otorgaba importancia a la cocina. La autora rescata una cita de su obra 'Teoría de la construcción de las ciudades' en la que el urbanista catalán entre otras cosas deplora las condiciones sanitarias de las cocinas de la época, así como su ubicación en los hogares (“no llevan las cocinas la mejor parte en la distribución general de las piezas de una casa”), su superficie “escasísima” y “sus techos demasiado bajos”. “Además, son oscuras, mal ventiladas y fumosas”, remata. Cerdà era un urbanista plenamente consciente de que las cocinas tenían significación suficiente como para aspirar a ser sacadas de su condición de insalubre y oscuro rincón.

Cocinas innovadoras

Segura otorga especial importancia al papel que desempeñaron algunas mujeres de la alta burguesía catalana en la evolución de las cocinas barcelonesas. “No hubo arquitectas, pero hubo mujeres con muchos recursos económicos que se construyeron casas donde se nota que pensaban en la cocina”, dice, y cita los casos de Roser Segimon y La Pedrera y de la empresaria textil Tecla Sala y la casa que se hizo construir en los números 9 de la calle de Pau Claris y 24 de Casp, con una idea de cocina de las más “innovadoras” de aquellos años –los 20 del siglo pasado–. También destaca la autora el trabajo desempeñado por el Patronato Municipal de la Vivienda en los años 60, que para resolver los problemas de espacio recuperó la tradición rural catalana de la cocina comedor; la cual, durante mucho tiempo, no gozó de buena prensa entre la burguesía –era una cosa de pobres– hasta que, tachán: llegó el cine americano y les mostró que se podía ser rico y no sentir vergüenza de tener una.