BARCELONEANDO

El museo congelado

El Museo de Cera no invierte en una nueva figura desde hace 12 años

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Mauricio Bernal

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Parece ser que es habitual que la gente al llegar al Museo de Cera pregunte si hay un Messi o directamente dónde está el Messi, dando por descontado que un museo como este en la ciudad de Barcelona en el siglo XXI tiene forzosamente que tener al 10 argentino inmortalizado en cera. Pero hay que decirles que no, que no hay Messi: que hay un Shakespeare, que hay un Manolete, que hay un Chewbaca; pero Messi no hay. La última figura que el museo de la Rambla que no está exactamente en la Rambla incorporó a su colección fue un Livingstone, y de eso hace 12 años ya. Política de empresa. El Museo de Cera de Barcelona no tiene interés alguno en ser la versión local del Madame Tussauds, que incorpora figuras a su colección al endiablado ritmo de la actualidad, ni tiene intención de llenar sus estancias de muñequitas pop que en unos años nadie va a recordar. Su apuesta transcurre por otros derroteros.

La gente pregunta si hay un Messi o directamente dónde está el Messi

El Museo de Cera es el único museo totalmente privado de Barcelona; no recibe ni un euro de subvención pública. Su fundador, Enrique Alarcón, arquitecto y escenógrafo, adquirió en 1973 el palacete neoclásico del siglo XIX que había sido sede de la Banca de Barcelona y puso en marcha el museo considerando que el lugar resultaba idóneamente misterioso para una colección de estas características. Esa condición suya, la de escenógrafo, marcaría y sigue marcando el destino del lugar. “Enrique Alarcón García, hijo de Enrique Alarcón, trabajó siempre muy de cerca con el padre y ha heredado de él la tendencia a poner el acento en la escenografía”, dice la directora del centro –desde hace 29 años–, Carmina Vall. Esa es la apuesta, esos son los derroteros: “Cada uno es fuerte con lo que sabe –dice Vall–. Si vienes pensando que esto es un Madame Tussauds, pues no, esto no es un Madame Tussauds”.

Doblemente congelado

Un museo de cera, cualquiera, representa la congelación del tiempo: atrapa a una figura conocida en un momento fisonómico concreto y así la exhibe hasta el fin de los tiempos (o del museo), mientras la figura, afuera, en la calle, envejece, se deforma, se arruga y muere. En cierto modo, el Museo de Cera de Barcelona es el tiempo congelado multiplicado por dos: la congelación afecta a las figuras y a la propia colección, lo cual crea un efecto que algunos encuentran apropiado y otros no tanto, o no especialmente. De nuevo: es una apuesta de empresa. “Es un museo muy singular –reconoce Vall–, o te gusta mucho o no te gusta nada”. En cualquier caso, que no se hayan modelado nuevas figuras desde aquel Livingstone no quiere decir que el centro no haya hecho inversiones, subraya Vall. “El museo sí ha aumentado su patrimonio durante estos años, pero lo ha hecho con la adquisición de nuevos espacios y la elaboración de nuevos decorados. Tenemos una tienda nueva, hemos ampliado el Bosc de les Fades y hemos puesto en marcha un nuevo espacio colindante al Bosc, el Passatge del Temps”.

Las visitas bajaron de 200.000 en el 2016 a 160.000 en el 2017

El Bosc de les Fades es una pieza clave, el bar adyacente poblado por “gnomos y criaturas fantásticas” y con aspecto de bosque. La dirección reconoce que en los últimos ocho o 10 años las cifras de visitas al museo han ido a la baja -quién sabe si porque no hay Messi, quién sabe si porque en general no hay figuras nuevas-, mientras que las del Bosc han ido esperanzadoramente al alza, de modo que al final “todo ha quedado bastante compensado”. El museo doblemente congelado sufrió un duro golpe con el atentado terrorista de agosto en la Rambla, al igual que con la situación política en Catalunya: de 200.000 visitantes en el 2016 bajó a 160.000 en el 2017. “Lo atribuimos a esas dos cuestiones –dice Vall–. No, no es un momento fácil, pero ya tuvimos momentos difíciles en el 93 y en el 2008 y conseguimos superarlos”. Que venga Messi y les eche una mano. O sea, que se deje congelar.