BARCELONEANDO

Vidas de los derrumbados de Montjuïc

Nichos hundidos en el cementerio de Montjuïc, el 16 de septiembre.

Nichos hundidos en el cementerio de Montjuïc, el 16 de septiembre.

Toni Sust

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Joan nació en Valencia en 1918. De niño, se trasladó con su familia a Barcelona. Eran cinco hermanos. Fue funcionario. Después de la guerra civil se casó y tuvo una hija. Su esposa y él vivían con la madre de ella, Maria, en Sagrada Família y veraneaban en Calafell. Murió relativamente joven, en 1978, de un ataque al corazón. Esther, su esposa, era de Barcelona, hija de madre soltera. Nació en 1923. Fue ama de casa, tuvo una hija. Falleció mayor, con casi 90 años. Su hija, también Esther, fue una luchadora toda su vida, cuentan sus familiares. Separada de joven de su marido, sacó adelante a su hijo y su hija. Pudo disfrutar unos años de sus cuatro nietos, pero no murió muy mayor: tenía 65 años. Se fue tan solo dos meses después que su madre, la otra Esther.

Joan, Esther, Esther y María son barceloneses y hasta hace nada reposaban tranquilamente en el Cementerio de Montjuïc. Estaban enterrados en la zona de nichos que se vino abajo por un derrumbe el pasado 15 de septiembre. En total, el siniestro afectó a 144 nichos, entre los que se cayeron y los que tuvieron que ser derribados por seguridad, ubicados en las vías de Sant Antoni Abat y Sant Joaquim Abat. Las sepulturas acogían a 358 difuntos.

La identificación de los muertos

Ahora, muy a pesar de sus familiares, son noticia: algunos han sido enterrados de nuevo en otras sepulturas, tras una identificación que en varios casos los allegados cuestionan. Otros, que también quedaron mezclados con los escombros, son de más difícil identificación o incluso considerada imposible. Las familias, que han acusado a Cementiris de Barcelona, la empresa municipal que gestiona el camposanto, de no atenderles debidamente, insisten en reclamar que se hagan pruebas de ADN a los restos para poder identificar a los suyos.

Para algunos es una cuestión de justicia, de eficiencia. Para otros es vital, una necesidad que les reconcome: estar seguros de que los muertos que están en su nicho son sus muertos. En todo caso, la indignación es compartida, como resume una mujer que tenía a varios familiares en las tumbas que quedaron pulverizadas: “Ninguna dimisión y la alcaldesa Colau desaparecida en combate. Aún no he escuchado que diga algo sobre el derrumbe”.

Mientras esperan, han accedido a contar cuatro detalles biográficos de sus difuntos, para que, aunque de forma sintética, sean reconocidos, recordados.

De Navarra a la conserjería

Frederic, funcionario de la Seguridad Social era hermano de Joan, el primero de los aquí citados. Funcionario como él, falleció en el 2015. Dejó cuatro hijos. Su esposa vive todavía. Frederic y Joan, junto con otros dos hermanos, reposaban en el mismo nicho. Los hermanos lo compraron cuando murió su padre, el primero que fue enterrado allí, y tantas décadas después el abuelo se vino abajo con el resto de la familia que poco a poco se había ido trasladando a su destino final.

Antonia y Jesús se instalaron en Barcelona procedentes de Navarra. Ella venía de Tafalla, él, de Mirafuentes. Llegaron a la ciudad con una ocupación prevista: se convirtieron en conserjes de un edificio de la calle de Bailén. Antonia murió en el 2000, de cáncer. Jesús, en el 2004, después de una operación de corazón. Una de sus nietas le recuerda: medía casi dos metros, tenía, dice, un destacado sentido del humor. Antes que conserje fue policía nacional. Cuando la pareja se jubiló, se fue a vivir al Clot. La nieta recuerda las comilonas de Sant Esteve: de las dos de la tarde a las nueve de la noche.

Francisco Javier nació en Barcelona en 1954. En la calle de Bailén: era hijo de Antonia y Jesús. Tuvo dos hermanas: una murió con tres años, la otra sigue viva. Durante casi cuatro décadas, Francisco Javier fue jefe de almacén en un negocio de papelería. Vivía en Horta-Guinardó. Se casó con Adelaida y tuvieron dos hijas y un hijo. Fumador empedernido, murió en el 2015, de cáncer, que inicialmente era de pulmón. Tenía 62 años.

Palmira no debía descansar allí

Fue, probablemente, la persona enterrada en los nichos que se vinieron abajo que menos tiempo llevaba allí. Palmira murió en julio, a los 96 años de edad. Problemas de papeleo con el nicho que le correspondía, alejado de la zona siniestrada, obligaron a enterrarla provisionalmente en otro, en el que estaba previsto que pasara como mucho dos años. Pero a los dos meses, la suya se vino abajo junto con otras 143 sepulturas. Palmira, que tuvo cuatro hijos, de los que dos murieron antes que ella, había nacido en Alicante en 1920 o 1922, nunca estuvo segura. A los dos o tres años ya vivía en Barcelona. Fue ama de casa, después de una experiencia como contrabandista durante la guerra.

Palmira, Francisco Javier, Antonia y Jesús son, como los citados anteriormente, algunas de las 358 personas que descansaban en el cementerio, con vistas al mar y un mantenimiento que se antoja más que cuestionable.