barceloneando

La National Gallery del Aerosol

El proyecto Murs Lliures cumple cinco años, se ha exportado ya a cuatro continentes y se merece tres hip, hip, hurras

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Carles Cols

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El proyecto Murs Lliures. o sea, esos diseminados tres kilómetros y medio de paredes de Barcelona donde está permitida la barra libre de grafiti, acaba de cumplir cinco años, que parecerá poco tiempo, pero suficiente como para que en esta ciudad se haya saboredo aunque sea efímeramente el talento de unos 3.100 artistas, nada menos que la National Gallery del Aerosol. Lo primero es lo primero. Feliz cumpleaños, Marc Garcia, padre de la criatura, que tanto acierto tuvo en el momento de la concepción que pasados los primeros cinco años ha logrado que este idea 100% made in Barcelona se haya exportado a 14 países de cuatro continentes, pues en la lista figuran, por ejemplo, Canadá, México, Bolivia, Tailandia, Filipinas, Camerún, Mozambique, Suecia, Holanda, Portugal… Wallspot, por si alguien desea saber más, es la marca internacional con la que se conoce esta ventana abierta a la creatividad en la calle sin persecución policial, pues de eso va la cosa, de un pacto entre las autoridades y los grafiteros, que se dice pronto. No fue fácil. Tiene incluso su guasa como se alcanzó el acuerdo. Esta fiesta de cumpleaños es una buena ocasión para recordar batallitas.

Fue Trias, quinto en mano, quien bendijo el proyecto y se merece una porción del mérito de Murs Lliures

Brevemente. Telegráficamente, incluso. 1975, muere Franco. Se descorcha una libertaria etapa de creatividad en Barcelona y aledaños que dura hasta las primeras elecciones municipales democráticas. A saber, Se celebran cuatro ediciones del Canet Rock. Se convoca en 1976 un despiporre teatral mayúsculo en el Born con el Tenorio como excusa. El comic underground barcelonés causa más de un soponcio a alguna madre que aún creía que su hijo leía el TBO y resulta que no. Hay más, pero con esto basta para situar el momento. Narcís Serra gana las elecciones a la alcaldía en 1979. Los socialistas tomas las riendas de la cultura, que hasta ese momento era una desbocada cuádriga, tal cual como si la pilotara el pobre Messala, y la convierten en una calesa tirada por una mula. Trote lento pero seguro.

La pax sociata dura más de 20 años. En su agonía final, el Ayuntamiento de Barcelona de Joan Clos aprueba en noviembre del 2005 la controvertida ordenanza cívica, toda una declaración de guerra, entre otras cosas, contra el grafiti, intermitentemente tolerado hasta entonces. Es en ese ambiente bélico en que se inician las conversaciones sobre Murs Lliures y, he aquí lo gracioso, media el Institut del Paissatge Urbà, que pone una condición sobre la mesa, saber de antemano qué hara el artista de turno, que presente primero un boceto, vamos, censura previa. Marc Garcia no aceptó, una lástima, según se mire, pues la censura ha dado pie a ridículos colosales por parte de quien la pretende. Recuérdese que en España Mogambo fue una historia de incesto y que Viridiana terminó en un velado ménage à trois gracias a la mirada pacata de las autoridades del momento.

Solo un 3% de los grafitis llevan firma de mujer, pero las que hay valen por 100, como La Castillo, aerosol reivindicativo

Fue finalmente Xavier Trias quien (dicen que tras una velada en el Kimera de Gràcia, con un quinto en la mano) dio salida al proyecto cuando fue elegido alcalde. Bien por él al menos en esta ocasión. Abrio las puertas de par en par a una primavera grafitera que aún dura, que ha permitido disfrutar, aunque a veces las obras sobreviven apenas un par de días, de artistas como el talentoso y belga Bart Smates, el hispanosueco Miquel Wert, el brasileño L7m, célebre por sus coloridos pájaros, el colosal Rodríguez Gerada, los autóctonos e internacionales Pez y Xupet NegreJavier de Riba, cómo no, y así hasta 3.100 firmas más, con, eso sí, solo un 3% de presencia femenina, poquísimas mujeres, aunque cuando están se hacen notar. Como La Castillo, que merece la pena destacar por una singularidad. Es peleona.

La mayoría de los grafiteros que actúan en Murs Lliures, pese a sus aires de malotes, son unos benditos. Hasta ofende su neutralidad en, por ejemplo, los muros de las Tres Xemeneies, más que nada porque ahí estuvo La Canadiense, epicentro de la morrocotuda huelga de 1919 a la que tanto deben los trabajadores españoles. A la mayoría les pierde la estética. La Castillo tiene más llama. Como muestra, ese Jordi Pujol cual cartel de la película El Padrino con el que obsequió a los transeúntes mientras se respetó su obra. Debería estar en un museo. No lo está. La National Gallery del Aerosol es así. Efímera. Vibrante. Feliz cumpleaños.