TRAS CASI 30 AÑOS

Gloria y caída de buena parte del ocio litoral

Los barceloneses han dado la espalda al Port Olímpic, como pasó con Maremàgnum, y ahora pueden recuperarlo

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Patricia Castán

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Como herencia del 92, el Port Olímpic fue de lo más resultón de la ciudad a efecto ciudadano. En su primera vida posolímpica, los barceloneses acudían a devorar una paella de domingo, extasiarse ante el flamante puerto deportivo y hasta una generación de la zona alta desvió su ruta de copas hacia aquel  ambiente inicialmente pijo, cuyas concesiones datan de 1990. Es difícil precisar en qué punto se torció la historia. 

Los que hicieron el negociazo de comprar los derechos de uso de los locales sucumbieron a la tentación de alquilarlos (y subarrendarlos) a precio de oro y para alimentar esas rentas, el alcohol y la fiesta parecieron los mejores filones.

Progresivamente se viró hacia el monopolio de ocio nocturno en el Moll de Mestral, donde un tiempo se concentraron muchos jóvenes fiesteros del área metropolitana, luego inmigrantes, después turistas 'low cost' y en los últimos años muchos residentes de Barcelona (y viajeros) de origen marroquí, paquistaní, indio... Tal vez estos últimos atraídos por la imperante moda de fumar cachimbas a tutiplén en la mayoría de las aparatosas carpas-terrazas. En paralelo, proliferaron las ofertas etílicas y las broncas.

Prostitución y broncas

Estar un nivel por debajo de la calle y con accesos incómodos propició también zonas de trapicheo, peleas y promoción de la prostitución (con catálogos de chicas en mano) a la salida, en el muelle de Marina. Pero uno de los episodios más negros se escribió hace un par de años, cuando un joven fue apuñalado mortalmente en un local.

Para entonces, los vecinos ya habían protagonizado mil y una protestas reclamando «más control» de la zona y un replanteamiento del plan de usos aprobado casi unánimamente en el 2006, con la ingenua idea de controlar la actividad nocturna. El asunto no mejoró, de hecho creció incluso el alojamiento turístico en barcos. Por eso, hoy martes Jordi Giró, como representante vecinal de la Vila Olímpica, se ha congratulado por el desenlace, que define como «un nuevo puerto de ciudad». 

La vida diurna del puerto sigue siendo más familiar, de celebraciones de empresa, o turismo tranquilo. Pero en Abroport también aplauden una nueva etapa de dignificación de sus establecimientos. Y en Pobasa, que estos años ha gestionado y explotado el Port Olímpic, ven la luz al final del túnel con la inyección de infraestructuras que potencien su calidad portuaria y, en teoría, más abierta y accesible a la ciudad.

Al Port le ha pasado como al Maremàgnum; morir de éxito y tener que reescribirse. Sobrevive con llenos otro eje clave del litoral, Marina Village, al otro lado del Hotel Arts, también con gastronomía, algunos de los mejores clubs de la ciudad y turismo de más nivel económico. El colectivo ha potenciado la vigilancia privada conjunta para evitar conflictos, y participa en un plan social. Pero su concesión acaba pronto y su futuro no está claro.