BARCELONEANDO

Afeitado con cine de autor

En 1990, Barcelona se rindió como ninguna otra ciudad a 'El marido de la peluquera', que se mantuvo 17 meses en cartelera

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Natàlia Farré

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Patrice Leconte, "uno de los personajes más encantadores que hay en el cine", a juicio de Jaume Figueras, ocupaba sillón de peluquería el sábado. En la Filmoteca. ¿Raro? No. El objetivo no era un afeitado o un corte de pelo. Sino recordar. ¿Qué? El hermanamiento entre Barcelona y Tokio de 1990. ¿Perdón? Su película 'El marido de la peluquera' arrasó en esas dos ciudades. Fue un fenómeno inexplicable, pues en Francia y otras plazas se limitó a pasar discretamente por la cartelera. Punto. Y pese a que obtuvo siete nominaciones a los premios César, se fue de vacío. Algo que el director y Jean Rochefort, su actor fetiche y protagonista del filme, vivieron con pesar. A cada anuncio de galardón y su posterior pérdida, ambos se miraban murmurando: "Vaya desastre".

El fénomeno se celebró con 'performance': navaja y tijera para los hombres antes de la función

Una ignora qué pasó en la capital japonesa con la película. Pero sí recuerda, y si no, ahí están las hemerotecas para refrescar la memoria, lo ocurrido en Barcelona. A los seis meses de exhibición (cinco sesiones por día, ahí es nada), la efeméride se celebró instalando un sillón, como el que el sábado ocupaba Leconte, en el vestíbulo del desaparecido cine Alexis. En él se sentaron "30 caballeros", según reza la prensa de la época. Lo intentaron muchos más pero no hubo tiempo. 

Los que lo consiguieron fueron premiados con un afeitado y un corte de pelo. De la mano de Mina. "Una artista de las tijeras", afirma el mismo diario. Después, disfrutaron gratuitamente de la tierna historia de amor entre Rochefort y la voluptuosa Anna Galiena. La acción acentuó el boca en boca que circulaba por Barcelona y había convertido una, en apariencia, modesta película, en todo un fenómeno sociológico digno de estudio. La cinta acabó permaneciendo 17 meses en cartel y fue uno de los grandes éxitos del Cercle A.

La película de Patrice Leconte fue uno de los mayores éxitos de programación del Cercle A

El nombre no tiene nada de esotérico y sí mucho de cinéfilo. Fue la  iniciativa liderada por Figueras, Antoni Kirchner y Pere-Ignasi Fages que introdujo en Catalunya el cine  de autor, en versión original e integra. Vamos, el cine de arte y ensayo. Ahora, la Filmoteca les rinde homenaje con una muestra: 'La quadratura del Cercle A'. En ella, 'El marido de la peluquera' y el sillón en cuestión tienen un papel destacado. De ahí que Leconte fuera de visita, se sentará en la butaca de barbero y se dejará fotografiar. 

Hubo otros éxitos del Cercle A, como 'To be or not to be' de Ernst Lubitsch y 'Repulsión' de Roman Polanski. Esta última tiene en su haber contar con el primer orgasmo femenino aprobado por la censura británica e inaugurar la programación del Cercle A

en el cine Publi (otra sala que yo no existe), en julio de 1967. Y lo hizo aprovechando una orden ministerial que daba permiso para proyectar películas extranjeras sin doblar para contentar a los turistas. Pero no en cualquier sitio: solo en salas de no más de 500 localidades. Por entonces, los cines podían superar el millar de asientos. Vean si no: el Urgell llegó a tener 2.300 y el Bosque, 2.000. Que no son pocos. 

Globos rojos censurados

Pero el Cercle A hizo mucho más: programar coherentemente y publicitar inteligentemente. La 'performance' de 'El marido de la peluquera' fue una de las muchas que inventaron. Situar una ambulancia junto al local de exhibición de 'Helga' de Erich F. Bender (la cinta mostraba una parto natural que provocó más de una lipotimia) fue otra. Aunque algunas no gustaron. Los globos colorados que llenaron el 'hall' del Arcadia (un cine que también ha pasado a mejor vida) en  el estreno de 'Joe Hill' de Bo Widerberg fueron censurados. Demasiado rojos para una época aún franquista. 

Publi, Arcadia, Atenas, Ars, Casablanca, Arkadin, Aquitania, Capsa, Alexis y Maldà (el único que sobrevive) eran los cines donde oficiaba el Cercle A. Aunque cada uno mantenía su propia esencia.  Así, por ejemplo, en el Arcadia mandaba el cine francés; en el Atenas, el 'free' cinema y en el Maldà el rey era Fassbinder. Triunfaron mucho, tanto que murieron de éxito. Bajaron la persiana. La versión original había dejado de ser una rareza y los directores de culto que ellos habían popularizado ya eran codiciados por las salas convencionales. Corría el 92.