BARCELONEANDO

El jubilado que alimentaba a las palomas

La prohibición de la venta de 'pienso' para palomas en la plaza de Catalunya interpela directamente a los alimentadores 'profesionales'

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Mauricio Bernal

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La noticia de que el Ayuntamiento de Barcelona ha impuesto una veda sobre la venta de 'pienso' para palomas en la plaza de Catalunya no ha llamado suficientemente la atención sobre un cautivador efecto colateral: el perjuicio a los jubilados. El turista al fin y al cabo lo único que quiere es hacerse una foto, etiquetarla y echar a navegar esa botella por internet, pero hay jubilados para los cuales la alimentación de palomas trasciende la simple anécdota. El ayuntamiento enarbola razones sanitarias y de preservación del patrimonio a cuya vera el hecho de que la población de pensionados sea privada de una fuente entretenimiento puede carecer de importancia, pero por eso mismo es un efecto colateral, y el tema de la importancia siempre es relativo: si alguien se dedica a hacer algo cada día es porque le otorga un mínimo de significación.

En la Barceloneta y Gràcia los vecinos identifican a dos alimentadores profesionales

El tema va más allá de la céntrica plaza de Catalunya. Alimentadores de palomas –alimentadores profesionales de palomas– hay en toda la ciudad. Vecinos y comerciantes de la Vila de Gràcia identifican a una mujer mayor que sale a la calle pertrechada con bolsas de semillas que va esparciendo según pasea por el barrio, dejando tras de sí no solo un desprolijo rastro de comida sino una estela formada por pequeñas camarillas de agradecidas aves. En la plaza del Poeta Boscà, en la Barceloneta, están acostumbrados a la presencia de una vecina –mayor también– que siempre que va a hacer la compra vuelve a casa regando por el camino el contenido de la bolsa de arroz que ha comprado expresamente para alimentarlas. El espectáculo es similar: una señora cuya huella a medida que avanza por el asfalto es una bandada de palomas.

Un brindis por el rey

La manifestación más exquisita del alimentador profesional de aves de Barcelona la encarna probablemente el jubilado septuagenario Manuel López, vecino del Eixample que baja a diario al parque de Joan Miró a alimentar a las tórtolas del lugar. Es exquisito porque no alimenta palomas, solo tórtolas –son parecidas pero no iguales, y López es experto en la diferencia– y porque al contrario que otros alimentadores el antiguo funcionario no va por ahí tirando comida al suelo, cosa que subraya cada vez que habla del tema. “Yo no les tiro comida, yo les doy de comer”. Las tórtolas empiezan a revolotear a su alrededor en cuanto pone un pie en el parque y pronto están comiendo de su mano y posándose sobre su cabeza calva. Se relaciona con las aves de un modo singular. Por lo tanto, no se siente interpelado por la campaña del ayuntamiento.

Quizá estamos asistiendo a la desaparición de otra de esas especies del siglo pasado

La decisión municipal de prohibir el expendio de semillas en la plaza de Catalunya forma parte de una campaña más amplia destinada a controlar la población de palomas, una de las más nutridas de Europa. En una nota informativa colgada en septiembre del 2016 en la web del ayuntamiento se informaba de los efectos nocivos del crecimiento descontrolado de su población (“especialmente en cuanto a la convivencia ciudadana entre palomas y personas y la preservación del espacio público y la propiedad privada”) y se informaba de la puesta en marcha de una “campaña de sensibilización” “con informadores ambientales a pie de calle” para concienciar a la ciudadanía, “sobre todo a los alimentadores”. No parece haber hecho mella en los más tozudos.

Pero es probable que estemos ante la desaparición de una especie. Quizá el alimentador de palomas era otro fenómeno del siglo XX que se ha prolongado a los primeros años del XXI de la mano de un grupo de irreductibles. Quizá de aquí a unos años nadie alimente palomas por la calle porque los informadores ambientales habrán cumplido cabalmente con su trabajo, o porque los jubilados encontrarán otra cosa de qué ocuparse, y no tendrán apenas sentido y serán vistas como antiguallas las escenas del cine en las cuales el espía de turno se disfrazaba de lector de diarios y alimentador de palomas. Habrá quien lo eche de menos. Y habrá quien no.