LA CIUDAD QUE QUEREMOS

Los deseos de Barcelona para el 2018

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Carlos Márquez Daniel

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El barcelonés es un tipo orgulloso de su entorno. Sea de Trinitat Vella, de Pedralbes, de la Marina del Prat Vermell o del Poblenou, no le gusta que nadie que no sea él o los suyos mancille su vecindario. Por eso el 70% de la población, según la última encuesta de servicios municipales, asegura que, en caso de poder cambiar de lugar de residencia, se quedaría en su barrio. No significa que estén ciegos, que no quieran mejorar, que no vean que hay cosas que no funcionan. Todo lo contrario, son muchos y muy variados los puntos a corregir. EL PERIÓDICO se ha dado una vuelta por los diez distritos para tomar el pulso de la ciudad de cara al nuevo año. ¿Qué le pide Barcelona al 2018?

Vaya por delante que las demandas no solo van por barrios. También por edades. Y en esto de las generaciones subyace la primera gran división al margen del origen del entrevistado. Todas las personas mayores consultadas citan entre sus prioridades que se mejore la situación política, mientras que ni uno solo de los menores de 50 años hace referencia al ‘procés’ o a la inestabilidad generada a partir del referéndum del 1 de octubre. Quizás porque los primeros han refrescado tiempos pretéritos, o porque se sienten más indefensos ante la incertidumbre. Quizás sea porque los segundos son menos impresionables.

Carmen y Maria Dolors charlan en una esquina de la calle de Arenys, en Horta-Guinardó. Agarran fuerte el bolso cuando el extraño les pregunta. Se relajan y cuentan que están contentas en Barcelona, pero cuando entran al detalle, el oro se vuelve cobre. Carmen vive en la cercana calle de Fastenrath, dedicada a un hispanista prusiano que logró un asiento en la Real Academia Española. El caso es que esta vecina, ya veterana, dice que la situación política la tiene muy "intranquila". "Me ha afectado mucho", sostiene. Maria Dolors vive en la frontera con Gràcia, en Mare de Déu dels Àngels, al ladito del parque de la Creueta del Coll. Cuenta un caso peculiar, de cómo los servicios de limpieza pasan de largo de su calle. "Les pregunto por qué no limpian y los de un lado y los del otro me dicen que no es su zona. Y así lo tenemos todo, hecho una mierda, incluido el portal, lleno de cacas de perro. Porque esa es otra, mucha gente con mascotas no tiene ningún respeto por los demás".

Carmen le pide al año que viene celeridad administrativa. Pone como ejemplo el ascensor que está esperando en su finca. Al arquitecto que han contratado, cuenta, el ayuntamiento le dijo que en febrero del 2017. Siguen esperando.

En Sarrià-Sant Gervasi, en el barrio del Farró, vive Júlia Brotons, con inquietudes muy distintas. Tiene dos hijos de 1 y 5 años y está "desesperada" con el tema de la vivienda. También le preocupan la educación y la contaminación. Al 2018 le pide más guarderías en el distrito y mejor reparto de los centros educativos, ya que, sostiene, toda la enseñanza primaria está en la zona más alta y la secundaria, en la baja. Acaba de renovar el contrato de alquiler después de buscar piso en la zona de Sarrià durante un año. "A pesar de tener tanto yo como mi pareja buenos sueldos, nos ha sido imposible encontrar nada que nos podamos permitir".

Al nuevo año le pide también más presión para que en la ciudad no haya tantos pisos vacíos, y que los propietarios se presten a "rehabilitar más y mejor las viviendas de obra antigua". Júlia vive cerca de Balmes, una de las calles más rupestres de Barcelona, con seis carriles para tráfico y aceras ridículas. Quizás influenciada por el entorno, está convencida de que hay que quitar coches de la ciudad. "No puede ser que camine por la calle y no oiga lo que me están diciendo mis hijos. Y además, con una ciudad así, tan llena de peligros, es muy difícil darles más autonomía". Esta madre del Farró, como hace Dolors con Gràcia, también se queja de los excrementos de perros. Y pide más soluciones para la gente mayor que vive sola en casa.

En Sant Andreu viven desde hace 50 años María y Pepe. Al 2018 le piden salud, pero, sobre todo, "trabajo estable y bien pagado" para sus hijos. Tienen dos. Y colocados. "Pero han tenido muchos sustos y ya empiezan a ser mayores, así que espero que pronto puedan conseguir algo que les dé estabilidad", aporta la madre, nacida en Granada. Sobre el distrito, lo tienen muy claro: "Llevamos muchos años esperando que alguien haga algo con la Sagrera. Nos ha partido los barrios en dos y ha matado la vida en la calle. Me da igual la pelea política, pero que por favor avancen. Ni que sea para cubrirla entera de cemento y que los niños puedan jugar encima", reza Pepe, harto de no saber dónde llevar a sus tres nietos a jugar los fines de semana.

Ese problema, el de no atinar con un parque para pasar el rato con los niños, lo comparte Andreu Garriga, padre de tres hijos. Vive en Sants-Montjuïc desde hace ya varios años y aplaude lo que se ha hecho con la cobertura de las vías del tren. "Pero aun así hacen falta más zonas verdes, y no me vale que me digan que tengo Montjuïc, porque es un lugar poco accesible". Como Júlia, se queja de la contaminación, del "exceso de coches en calles como la de Sants, donde parece imposible que pueda haber tantos carriles". "Es un buen ejemplo del tipo de avenidas que no deberían existir en Barcelona", dice.

Desde Sant MartíCèlia Ferrer, también con tres hijos pequeños, coloca el veto al vehículo privado en lo más alto de su lista de deseos. "Sé que mucha gente la odia, pero yo adoro la supermanzana del Poblenou. Todas las tardes, volviendo del colegio, nos quedamos un buen rato jugando en la zona. Quizás al principio era un poco cutre, pero ha ido cogiendo forma y ahora tiene parques infantiles". Reclama también más protección en los carriles bici y se queja de algunas vias ciclables acaban en punto muerto y te dejan "sin saber muy bien cuál es la ruta más segura a partir de ese punto". A nivel de distrito, lamenta la "chapuza" de Glòries, cuyas obras del túnel viario están detenidas desde mayo y deberían retomarse en el primer trimestre del año. Cèlia también hace referencia a la vivienda. En su caso, para que el ejemplo de su casero cunda de cara al 2018. "Se vació el piso de debajo y nos propuso construirnos un balcón. Es una persona que busca familias que no den problemas y que disfruten de su edificio. No va solo por la pasta".

Anna tiene una parada de despojos en el mercado de la Abaceria Central. Le queda poco para jubilarse después de 52 años al frente del negocio, que heredó de sus padres. Se limita a pedir "más justicia a todos los niveles". Lo dice porque ve a sus clientes "con inseguridad, con algo de miedo". Vive en el Poble Sec, un barrio, dice, que ha cambiado mucho en los últimos años. En una hipotética carta a los Reyes Magos, suplicaría "un poco más de tranquilidad", ya que los "muchos vecinos suramericanos que han venido a vivir a la zona son muy ruidosos". Esperando turno está Lorenzo, que aprovecha para invitar a los jóvenes a probar la entraña, el cerebro, el corazón. "Cazas un jabalí, pones los hígados al fuego y tienes la mejor comida del mundo. Eso le pido yo al 2018”.

En el mercado de la Concepció, en el Eixample, las veteranas Mayte y Núria Mañé son la tercera generación al frente de una concurrida parada de bacalao. Tienen a su cargo a un par de revoltosos nietos de Taradell. Majísimos. Empiezan con el ‘procés’. "Lo que pasa es que la independencia ha tapado el resto de pequeñas cosas del día a día". Las ha escondido, pero ahí están. Terminan por criticar a los ciclistas -llaman al orden a este colectivo- y se quejan de tener que atravesar el carril bici para tirar la basura. "Un día nos van a matar". Por eso al nuevo año también le piden "paciencia". 

En Les Corts viven Maria Vila y Ernesto García. No llevan mucho en el distrito, pero lo suficiente como para hacerse una idea de lo que le falta a estos barrios. "Básicamente, zonas verdes -tienen dos hijos pequeños- y que llegue la línea 9, porque tenemos muy pocas opciones de transporte público. Y ya puestos, porque nos queda un año de contrato, alquileres más asequibles, porque a este ritmo nos tocará irnos a vivir fuera de Barcelona".

Tania y Youssef comparten este último problema, pero desde las antípodas del índice de renta familiar, desde la lejana Trinitat Nova, en Nou Barris. Están de okupa -con otras tres personas- en un piso propiedad de un banco. "No pongas la calle, que vendrán a por nosotros". Tendrán poco más de 20 años y no trabajan, aunque les gustaría. Piden precisamente eso, un empleo que les permita mantenerse y con el que puedan pagar un alquiler para evitarse "la duda de si mañana vendrá la policía". Para el distrito, en el que llevan cinco años, piden "esperanza y más buen humor; y dejar de sentirse el culo de la ciudad". 

El distrito más canalla, más políglota y multiétnico de Barcelona vive a un ritmo distinto al del resto de vecindarios. Los residentes consultados aportan una visión diferente a la del resto de la ciudad. Aquí nadie, ni los mayores, piden un 'procés' en paz. Tampoco se habla de reducir el tráfico, ni de las cacas de perro, ni de las bicicletas. En Ciutat Vella preocupan el turismo y la pérdida de la identidad. Así lo defienden Gabriel y Elena, llegados al Raval en el 2005. "Esto no tiene nada que ver con el barrio de hace 10 años. No es que queramos apropiarnos del distrito, pero tampoco queremos que lo hagan los turistas que creen que esto es el patio de su casa". Martí es diseñador gráfico y vive en el Gòtic. "Esto ya no nos pertenece. Todo es un gran plató en el que la gente es artificial y nosotros, los vecinos, somos los actores secundarios. No me gusta".