BARCELONEANDO

Los lápices de la 'rauxa'

Exposición Bon Galería Sicoris Barcelona.

Exposición Bon Galería Sicoris Barcelona. / periodico

Olga Merino

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El caballo huesudo de la fotografía es en realidad una yegua que atiende por Pepa. Desde la Exposición Universal de 1929 y durante algún tiempo, el jamelgo de madera estuvo plantado ante las puertas del Poble Espanyol como reclamo publicitario de un pintor que dibujaba caricaturas en el interior de un carromato ajustando el precio al bolsillo de cada cliente. Se trataba de un artista irrepetible, Romà Bonet Sintes (Barcelona, 1886–1967), de cuyo fallecimiento acaba de cumplirse el cincuentenario y, por tal motivo, la galería Sicoris mantiene una exposición sobre su obra hasta finales de enero.

Caricatura de Pau Casals.

También está allí, en Sicoris (París, 160), la yegua Pepa, en cuyas ancas se aupó la mítica bailarina Joséphine Baker, la perla negra del Folies Bergère. Dicen que Bon, que así firmaba el artista, dibujó más de 8.000 retratos dentro de su caravana en la época buena de la Exposición. A simple vista, podría parecer un pelagatos que se las ingeniaba para sacarles los cuartos a los turistas, pero era un artista de trayectoria, recién regresado de Nueva York, donde había alcanzado cotas altísimas de prestigio. Cuenta el galerista Miquel Sauret que Bon podía cobrar unos 3.000 dólares de entonces por una portada de las revistas Cosmopolitan o Vanity Fair, con su peculiar estilo tirando a art-decó, caracterizado por una brutal capacidad para la síntesis que ya había afilado con la caricatura política. Se llevaba mucho en la prensa de la época. 

Caricatura de Manuel Azaña.

No se adaptó a la ciudad de los rascacielos; tampoco Lorca. “Nueva York es una ciudad triste, la más triste del mundo”, decía Bon, quien trataba de contrarrestar la pesadumbre con un poco de rauxa catalana, vistiéndose con una capa larga hasta los pies cosida de cascabeles. Así que volvió a rebufo de la Exposición y, con el tiempo, le colocó un motor Ford a la roulotte de madera para recorrer las Españas con sus lápices de colores, sus espectáculos y sus genialidades. Cuando tocaron a rebato, Bon puso su talento al servicio del comisariado de Propaganda de la Generalitat.

Luego llegó la derrota de 1939, y es aquí donde la crónica debería adquirir un tono lúgubre, como de hojas arrastradas por el viento, de cascabeles rotos. El estallido de la guerra le había pillado ya cincuentón, y no quiso o no pudo cruzar la frontera: permaneció en la Barcelona del exilio interior sin agachar la cabeza ni perder la dignidad, aunque el viento negro del franquismo había arrasado con los canales de expresión para los dibujantes, con toda aquella riqueza de revistas satíricas en catalán, como L’Esquella de la Torratxa.

El artista sobrevivió en la posguerra en su estudio subterráneo de la Avenida de la Luz

Nuestro hombre no tiró la toalla porque tenía una familia que mantener. Cuando en 1940 se inauguraron las galerías subterráneas de la Avenida de la Luz, Bon abrió allí su estudio, en el que quiso recrear la estética de su caravana de madera, destrozada durante la guerra. Muy simbólico: un artista de altos vuelos sumergido en la Avenida de la Luz, aquel pasadizo excavado entre Pelai y Balmes que quiso ser Chicago y se quedó, a finales de los 80, en un inframundo de chaperos y apostadores al mejor caballo. Allí abajo, entre la pátina irreal de los fluorescentes, un baturro de cartón piedra escanciaba hasta el infinito un odre de vino en una tinaja.

Por suerte, Bon no llegó a vivir la decadencia de la Avenida de la Luz, donde mantuvo abierto su atelier hasta 1961, cuando comenzó a sentirse enfermo. Allí, en el subsuelo, sobrevivió como pudo haciendo caricaturas, un encarguito comercial, algún ex libris… De esa época data una serie de grabados, titulada El pare pedaç (el padrazo) y que se exhibe en la galería Sicoris, donde el artista refleja con ternura la dificultad de vivir del pincel en la grisura de la posguerra: los niños a los pies de la mesa de trabajo, el tintero volcado, la cabeza que echa humo, la ropa tendida en un cordel dentro del comedor… El artista se pintó tirando del carro en la cuesta de enero con el esfuerzo famélico de la yegua Lola. A saber adónde habrían llegado Bon y el país entero si la guerra no les hubiera arrancado las alas.