MEMORIA MUSICAL

Cómo me hice rockero

La Banda Trapera del Río era golfa, obrera, quinqui, pasota, sabía de qué iba la historia y lo contaba bien

Concierto de la Banda Trapera del Río en Barcelona en 1979.

Concierto de la Banda Trapera del Río en Barcelona en 1979. / periodico

Javier Pérez Andújar

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Me hice rockero del mismo modo en que Jack London se hizo socialista y por tal razón he plagiado con este título el de un famoso artículo suyo. Ser rockero fue mi manera de mostrar lealtad a lo que había visto sin traicionar lo que sentía. En el barrio vi el trabajo de mi familia, de mis vecinos, y luego vi abrir por primera vez, o volver a abrir después de tanto tiempo, los locales de los sindicatos, la CNT, las Comisiones, la UGT (este último era el de mi padre). Las paredes blancas sin más historia que los pósters con consignas obreras, el cubículo con las banderas, los cubos de plástico, los sobres de cola, las escobas para pegar los carteles. Subir la persiana metálica y no cerrarla hasta las tantas de la noche. Con la persiana metálica todo lo que pasaba allí dentro, todo lo que se decía, quedaba confinado tras el telón de acero, y aquella manera de echarla, de sellar la jornada, recordaba también la clandestinidad de la que se venía.

Yo sabía que era carne de ese mundo, pero me parecía ilícito apropiarme de él. Yo le pertenecía, pero él no me pertenecía. El socialismo era el trabajo, y yo quería ser otra cosa. No sabía cuál. Una vez a mi padre le dio porque yo tenía que ser abogado laboralista, y allí me tuvo un montón de tardes haciendo fotocopias con el abogado del sindicato. Yo estaba del lado del rock & roll. No iba a fallarle a toda aquella gente, a los míos, pero tenía claro que lo que pretendía debía hacerlo desde afuera. ¿Hacer qué? Algo parecido a vengarme. ¿De qué? De lo lejos que habían puesto la lucha final. Lo que en los sindicatos era lucha, yo lo iba a convertir en ajuste de cuentas. Más rápido, más corto, más individual. Llevaba ya dentro la semilla de los Ramones.

Las clases oprimidas

Me emocionaba hasta el escalofrío aquella imagen de la manifestación de 'Novecento', y en su música que nunca he olvidado estaba toda la grandeza de las clases oprimidas. Pero lo que yo sentía resultaba extraño expresado con una orquesta. Sólo se podía explicar metiéndole castaña a una guitarra eléctrica. La historia se había distorsionado. Viniendo de Martin Eden había acabado en Jimi Hendrix. Fue en medio de aquella tormenta cuando salió el punk.

Pero al principio, aquí el punk era de pijos. Era un punk de vuelo chárter a Londres y de saber inglés. Era caro enterarse. En los barrios el temblor venía de las cloacas. No era punk, pero se le parecía un montón y campaba como las ratas. Estaba, por ejemplo, en los bloques verdes de Cornellà con la Banda Trapera del Río. Hierbas de solar. Los chavales de los descampados o tocaban las palmas o se entregaban a Led Zeppelin o las dos cosas. La Trapera era especial. Era golfa, obrera, quinqui, pasota, sabía de qué iba la historia y lo contaba bien. Era auténtica y no sólo era como todos nosotros sino que todos nosotros queríamos ser como ella. Con el nombre de la Banda Trapera del Río se decían las tres palabras sagradas que todos sabíamos que éramos. La banda, la pandilla de niños con perro callejero que siempre va con ellos. La trapera, el baldeo, la sirla, el crujir de los siete muelles, el lapo del estilete. Y el río de gancheros arrastrando a contracorriente una almadía de jeringuillas. Así era en Barcelona. Así era el rock de los barrios. En Madrid, parecía que salía adelante porque conocíamos los discos de Burning, de Leño..., porque había sido siempre una ciudad de un millón de muertos, de vencedores y vencidos, y en esa y griega con forma de olmo seco estaba el secreto, en ese nexo cabían todos. En Barcelona se ha cabido por ósmosis.

Ahora se cumple el 40 aniversario del primer festival punk de España. Se celebró aquí, en el casino de l'Aliança del Poblenou, fuera del circuito musical, de Màgic, de Zeleste. Guardo un Disco Exprés que lo traía en portada, me lo dio un colega mayor. Fue el fin de la prehistoria. El punk de verdad vino luego, enseguida, y dejaría su particular puñado de supervivientes y la moda de ahora de poner presentadoras de televisión con cazadora roja. Todo ha vuelto a su sitio.