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No tienen jubilación Mortadelo y Filemón

Los dos personajes de Ibáñez están hechos de lo que hace inmortal a la literatura

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BARCELONEANDO / periodico

Javier Pérez Andújar

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La Barcelona en la que nacieron Mortadelo y Filemón era la Barcelona a la que llegaron mis padres con una carta en la mano de aquel pariente del pueblo que ya estaba aquí. De ambos sucesos se cumplen 60 años. El aniversario de Mortadelo y Filemón ha empezado a conmemorarse estos días prenavideños con la publicación de un nuevo álbumEl aniversario de Mortadelo y Filemón ha empezado a conmemorarse estos días prenavideños con la publicación de un nuevo álbum; pero la fecha precisa de aquel acontecimiento fue el 20 de enero de 1958. Como era en pleno invierno, los dos detectives de la Agencia de Información terminaron su primera peripecia ocultos entre los hielos polares, rodeados de pingüinos. Durante décadas serán así sus finales, teñidos de un exilio rocambolesco, confinados en una huida tan inverosímil como todo lo que les había sucedido.

Barcelona da muchos casos de este tipo. En aquella época el frío era muy importante. Teníamos aún rozándonos el cogote el resuello de la pintura flamenca, los cuadros de los Brueghel (padre e hijo) con cazadores en la nieve, patinadores burgueses en los burgos helados de Holanda... Cuando mi madre me explicaba los inviernos del pueblo (y del hambre) decía palabras como nevazo, chupones de hielo... Quizá era así, con inviernos medievales, el modo en que España estaba helando el corazón de su gente.

Del mismo modo que la segunda ley de la termodinámica cree que el mundo tiende al caos, una corazonada nos indica que todo obedece a un orden, que todo lo que ocurre en la vida tiene una explicación. Es lo que sucede, por ejemplo, cuando saludamos a alguien por primera vez y a partir de entonces empezamos a encontrárnoslo por todas partes. A mí me pasa con el día 20 de enero. Se trata de una fecha mítica en el folclore de mi familia. No es que lo vayan diciendo en todo momento, más grave aún, lo sueltan cuando uno menos se lo espera.

Cultura popular, cultura de masas

El 20 de enero es el día que sucedió algo con un coche, un Ford, en los años 30, allá en Gor, en los montes de Granada. Tres chavales del pueblo se quedaron tirados con el coche en medio de la nieve, y volvieron empujándolo, y los paisanos se descojonaron tanto que les dedicaron una copla en los carnavales, que empieza así: “Un día 20 de

Los pobres no tienen Ítaca a la que volver

enero, una nevada cayó...”. Pero esta parte de la lírica popular, de los romances de ciego, de la literatura oral, iba esfumarse delante de mis dedos, justo al ir a tomarla creyendo que podía ser depositario de ella, y en su lugar lo que me encontré entre las manos fueron las hojas de un tebeo. La cultura popular había sido sustituida por la cultura de masas después de un viaje inverso al de la Odisea. Los pobres no tienen Ítaca a la que volver. 

Cuando la guerra civil, las comparsas hicieron cachondeo con lo que había. Mi madre me cuenta que en unos carnavales salieron unos hombres enmascarados con unos carteles que decían “Franco es un”, “Las elecciones se han”..., y al quitarse las caretas se vio que eran unos vecinos a los que llamaban: el Cagón, el Torcío... Pura metaliteratura popular.

Mortadelo y Filemón son tan longevos porque están hechos de eso que hace inmortal a la literatura. Si se busca en ellos, se llega hasta el origen, cuando se empezó a escribir en romance. En el Mortadelo de los disfraces y en la seriedad de Filemón está el duelo entre don Carnal y doña Cuaresma que aparece en el Libro de Buen Amor, del arcipreste de Hita. Pero es que Francisco Ibáñez, a sus 81 años, es nuestro monje de los tebeos. Lo que en su compañero y maestro Vázquez era mester de juglaría (corriente Los bingueros) en Ibáñez es mester de clerecía. En Mortadelo y Filemón también están el lazarillo y el ciego de nuestra literatura. En el libro, el lazarillo llama amos a quienes le toman para servir, y Mortadelo con la misma naturalidad llama jefe a Filemón. Mortadelo es a la vez el pícaro y el ciego (¡qué gafas!), que está al servicio de un señor con pajarita y satisfecho con lo que ve. Y claro, también está en ellos el caballero y el escudero, pero ya desde trescientos años antes del Quijote, desde que fueron compuestas las aventuras del caballero Zifar y del ribaldo, el ocurrente, que le acompaña. He consultado en el diccionario de la Academia la palabra ribaldo y no la define, sino que remite a rufián. Barcelona da muchos casos de este tipo.

Serenos, carteros, guardias, cacos

Nadie atina a concretar qué ropa viste Mortadelo. Diría que lleva una sotana. Nacido en la resaca del Congreso Eucarístico Internacional, Mortadelo es uno de aquellos miles de sacerdotes invitados, que se ha quedado perdido por Barcelona. Un cura miope y buscavidas que ha tomado de monaguillo a otro solitario, a Filemón Pi, una buena persona que acaso maduraba en un oscuro piso en compañía de su madre, y cuya única pasión era ir al cine los

Dos tipos frágiles enfrentándose a serenos, carteros, guardias, cacos, gente que pegaba

domingos y coleccionar programas de mano.

Dos tipos frágiles e incomunicados enfrentándose a una sociedad de serenos, de carteros, de guardias, de cacos, de gente que pegaba. Mortadelo y Filemón son una religión sin templo, porque el lugar donde surgieron eran los kioscos, de los cuales apenas quedan vestigios sino ruinas abandonadas tras una persiana metálica bajada para siempre.