BARCELONEANDO

Casa Vicens, un remedio contra la gaudifobia

Tras 130 años inaccesible al público, el 'gaudí' de la calle de las Carolines abre sus puertas entre pintadas de recelo

zentauroepp40746974 casa vicens171114162351

zentauroepp40746974 casa vicens171114162351 / periodico

Carles Cols

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

La Casa Vicens, para los barceloneses el 'gaudí' de la calle de las Carolines de Gràcia, abre sus puertas al público este jueves 16 de noviembre por primera vez en 130 años. Vamos a volver a decirlo, 130 años (uno más, uno menos, porque no está claro qué día entró a vivir el señor Manuel Vicens en esta primera aventura arquitectónica del de Reus) y Barcelona vuelve a las andadas, a uno de esos zipizapes ciudadanos que tanto juego dan desde que los turistas se cuentan por millones. En las calles cercanas, en el asfalto y en la propia reja de acceso al recinto hay pintadas recientes. "No Casa Vicens", se lee en una de la calle de Astúries. Gaudí se ha convertido en el vecino indeseado. ¿Es este un caso justificado de antonigaudifobia? De eso va esta excursión a las tripas de la Casa Vicens con David García, arquitecto del estudio DAW, que codo a codo con José Antonio Martínez Lapeña y Elías Torres le ha dedicado cuatro años de profesión a esta mansión que llevó a la ruina a Vicens. Manos a la obra.

1899, menudo año, España le vende las Carolinas a Alemania, y la viuda Vicens le coloca un 'gaudí' a los Jover

Primero, un apunte. Las Carolines a las que está dedicada la calle no son aquel grupo de travestidos que "con chales, mantillas, trajes de seda y chaquetillas" vio bajar Jean Genet por la Rambla en 1931 para ir a depositar un ramo de flores a un urinario en ruinas del que guardaban grandes recuerdos. "Las Carolinas eran grandiosas, las hijas de la vergüenza", dejó escrito Genet en su autobiografía canalla. No, las Carolines de la calle no son esas, sino las islas de la Micronesia que desde que fueron descubiertas en 1526 pertenecieron a España hasta que Alfonso XIII se las vendió a Alemania por 25 millones de pesetas en 1899. Un año interesante. España se pulía lo que habría sido hoy en día un destino estupendo para viajes del 'imserso first class' y mientras tanto en Barcelona la viuda de VicensDolors Giralt, vendía aquella obra iniciática de Gaudí al doctor Antoni Jover. Entonces, la casa era un casoplón, no por dimensiones, como se verá después, sino porque estaba en los límites de la Vila de Gràcia. Desde la fachada principal, que no es la que da a la calle, se tenían vistas a unos atardeceres emocionantes, todo prados y tierras de cultivo, con el aún independiente pueblo de Sarrià a lo lejos. En el balcón del primer piso de la Casa Vicens hay una pequeña fuente hoy descontextualizada que dice mucho de lo que aquello fue. El agua se supone que descendía con pausa a través de una telaraña de hierro de dos palmos de diámetro y que cuando la luz del sol previa al ocaso pasaba a través de ella se alumbraba un arco iris en el balcón para éxtasis de los Vicens.

Aquel era el primer gran encargo arquitectónico que recibió Gaudí. Tenía 31 años. Cuando a Orson Welles casi imberbe le dejaron rodar ‘Ciudadano Kane’ tenía al menos en su currículum la gamberrada de la versión radiofónica de 'La guerra de los mundos', pero el Gaudí 'avant Vicens' solo tenía por mostrar farolas y quioscos, pero allí, en los confines urbanos de Gràcia, levantó su primer Rosebud, un edificio con aires de ensoñación árabe, nada insólito entonces. La neomudéjar Casa de les Altures, actual sede del distrito de Horta-Guinardó, es también de aquella década. Hay que situarse en la época. No era un ataque de nostalgia por Al Andalus en plena Renaixença, sino que lo oriental era inspirador. Entre 1883 y 1884, ya puestos a contextualizar, Richard Francis Burton, explorador tan salvaje como ilustrado, tradujo para Occidente nada menos que 'Las mil y una noches' y el 'Kama-sutra'. Cuesta imaginar a Gaudí en la postura del centollo (no la hay, no busquen), pero los vientos del este soplaban también en la Barcelona de los albores del modernismo.

Como un Braghettone, Joan Baptista Serra amplió la casa original, un exceso que ahora ha sido bien contextualizado

La cuestión (a eso íbamos con David García) es que solo la mitad de la Casa Vicens es en verdad de Gaudí. Los Jover decidieron en 1925 convertir aquella finca en varios pisos, le pidieron al arquitecto que se encargara del proyecto, pero rehusó, así que recayó en uno de sus ayudantes, Joan Baptista Serra de Martínez, a efectos prácticos, Il Braghettone de la arquitectura barcelonesa. Lo que Serra le hizo a la Casa Vicens es lo que Daniele da Volterra le hizo a los frescos de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina, ponerle calzoncillos nada menos que al hijo de Dios. Realizó una extensión de la Casa Vicens que pretendía ser imperceptible y casi lo consigue a ojos de los barceloneses, pero no cara a la restauración recién finalizada, muy digna y honesta, pues nada que no sea de Gaudí se ofrece como si fuera Gaudí.

Descatalogación pasmosa

Esta no ha sido, recuerda García, una aventura profesional fácil. La Casa Vicens fue declarada Patrimonio de la Humanidad de la Unesco en el año 2005, junto con la Casa Batlló, la Colonia Güell y dos porciones originales de la Sagrada Família. Ese detalle es interesante. La Unesco no consideró todo el templo expiatorio una obra de Gaudí, pero sí la totalidad de la Casa Vicens, así que hace menos de cuatro años ahí estaba García, en el despacho del que entonces era concejal de Cultura, Jaume Ciurana, explicándole que había que descatalogar parte del edificio para poder retirar ornamentos impropios. Parece que Luke Skywalker se quedó menos pasmado cuando supo que Darth Vader era su papá.

La Casa Vicens, en resumen, abre por fin al público entre pintadas de turismofobia. Todas las visitas son guiadas. Serán menos de 1.000 personas por día. A lo mejor es una buena ocasión para reconciliarse con Gaudí.