BARCELONEANDO

La nariz perdida de Isabel II

El busto de la soberana rodó por la Rambla desde el Liceu hasta el mar durante la revolución de 1868, La Gloriosa

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zentauroepp40804885 barcelona 03 11 2017 barcelona barcelonenado b171106213940 / JORDI COTRINA

Natàlia Farré

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Hasta 1868 un busto de Isabel II firmado por Andreu Aleu presidía la escalera de honor del Liceu. Fue así hasta La Gloriosa, revolución que acabó con el reinado de la madre de Alfonso XII y con la estatua, o mejor, acabó con la nariz pétrea de la soberana. La reina puso pies en polvorosa camino de Francia, y el busto fue arrastrado Rambla abajo (con cuerdas, según unos, rodando, a juicio de otros) y tirado al mar. Sobre su inmersión submarina todo el mundo coincide. Sobre su recuperación las versiones son dispares. La romántica afirma que Rossend Nobas, discípulo de Aleu, decidió ir a recuperarla con una barca para llevársela a su maestro. La más realista cuenta que se encontró con motivo de unas obras en el puerto. Fuera como fuese el resultado es el mismo: en la actualidad dormita en las reservas del MNAC. Aunque hasta mediados de enero tiene permiso para estar en salas. Luce, sin nariz, en la exposición 'La caja entrópica', dando la espalda a la sala noble de la Casa Clarós o Casa Serra, como más guste, y mirando de reojo a las puertas originales de la Casa Batlló. 

La escultura se exhibe en el MNAC junto con otros vestigios de la ciudad mutilados por la historia

La muestra reúne aquello que nunca se ve: objetos destruidos por efecto de la religión, la política, el urbanismo, el puritanismo o la desidia. En resumen, por la mano del hombre. Y piezas que son más documentos de historia que hitos artísticos. Y en muchos casos, como este, son sobre todo vestigios de una Barcelona que ya no existe. Nada queda de la calle de la Riera de Sant Joan, arrasada en 1907 para construir la Via Laietana. Bueno, sí, algo hay. Unas pocas imágenes en el Arxiu Fotogràfic de Barcelona y un fantástico cuadro con las vistas del estudio de Pablo Picasso. Ahí lo tuvo el genio en dos ocasiones: 1900 y 1903. Era una calle con alquileres baratos y los días contados desde que Ildefons Cerdà proyectó enlazar el Eixample con el puerto, y por lo tanto atractiva para los artistas sin recursos.

Las pinturas de El Vigatà para la Casa Clarós se salvaron de la piqueta y ahora lucen del revés

Pero antes fue preciada por los comerciantes con posibles como Llorenç  Clarós, rico gracias al comercio de indianas, y que evidenció su poder construyendo una 'casa gran', que es como en Barcelona se llamaba a los palacios. Y como toda residencia que se preciara a finales del siglo XVIII, la de los Clarós, que luego por matrimonio se convirtió en la de los Serra, tuvo sus ciclos pictóricos. Esas pinturas murales propias de la época que desafiaban el 'horror vacui' llenando todo el espacio posible de los salones principales, techo incluido. Clarós se los encargó a Francesc Pla, 'el Vigatà', como lo hizo el barón de Savassona (actual sede del Ateneu Barcelonès) y el marqués de Moja (palacio homónimo). Fue el último pintor barroco de la escena catalana, y el peor tratado por la historiografía. Es lo que tiene ir por libre y no seguir los preceptos de la Academia. Tuvo su momento de reconocimiento, cuando, a raíz del paso de la piqueta por la parte vieja de la ciudad, muchas residencias señoriales desaparecieron y Joaquim Folch i Torres, desde la Junta dels Museus, intentó recuperarlas. Luego el olvido.

Las pinturas que El Vigatà hizo para los Clarós las rescató Eusebi Bertrand i Serra, uno de sus descendientes del comerciante. Primero llevándolas a la residencia que se hizo en la Bonanova (traslado sufragado por la Lliga, pues la casa actuó de sede del partido), y tras múltiples vicisitudes donándolas a la ciudad. Como el busto de Isabel II, han dejado las reservas por las salas del museo. Pero 'La historia de Roma', eso es lo que representa el conjunto, luce con una gracia añadida: del revés. El techo, por cuestiones logísticas, está en el suelo, así que las escenas de las paredes están de cabeza para abajo. Y amontonadas, de forma estudiada, eso sí, se pueden ver las puertas que Antoni Gaudí proyectó para la Casa Batlló. Cuando en 1957 se reformó el edificio para acoger a una compañía de seguros, el modernista no gozaba de la prédica de ahora, así que las puertas acabaron en la calle. Hubo suerte. Joan Ainaud de Lasarte, entonces director de los Museus d’Art de Barcelona, las vio y mandó recoger. Vestigios e historia de Barcelona.