Extremoduro y la Barceloneta

La ropa tendida en los balcones identifica al barrio, es inspiración de artistas y espejo de un verso famoso de la banda extremeña

Ropa tendida en balcones de la Barceloneta, ayer.

Ropa tendida en balcones de la Barceloneta, ayer.

MAURICIO BERNAL

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Según informa la página web del Museo del Prado, Nicolás Raurich Petre fue un «pintor e ilustrador español que cultivó la temática del paisaje», «comendador de la orden de Alfonso XII» que «comenzó su formación en la Escuela de La Lonja de Barcelona», «discípulo de Antonio Caba, Luis Rigalt y Eliseo Meifrén». La pinacoteca madrileña destaca de su obra 'Tristeza de otoño' y 'Pantano de Nemi', óleos sobre lienzo, pero en ninguna parte menciona 'Ropa tendida, la Barceloneta', que pintó en 1918 y que el 2 de octubre del 2008 fue subastada en Christie's por la considerable cifra de 37.000 euros. La obra es la entronización pictórica de un fenómeno que es a la vez idiosincrasia de barrio y estética urbana, es decir: una parte de folclore y una parte de belleza. Representa una calle del barrio de los pescadores surcada de lado a lado por cuerdas de tender la ropa -como se estilaba entonces- y ropa tendida encima de ellas. Teniendo en cuenta que un siglo más tarde uno de los signos de distinción del barrio sigue siendo la ropa tendida en los balcones -y turistas, y pisos turísticos, y playa, y restaurantes caros, pero ropa tendida también-, el cuadro de Raurich Petre produce una sensación entre desasosegante y confortante -depende del momento, probablemente- de que hay ciertas cosas que nunca van a cambiar.

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No es extraño que el pintor e ilustrador barcelonés hallara estética en la ropa ondeando al viento, de extremo a extremo de alguna calle del barrio, no se sabe muy bien cuál. Hoy en día sigue siendo considerado un motivo pictórico, y los acuarelistas que van con su paleta y su caballete pintando rincones de la ciudad no se han hurtado al placer de hacer su propio 'Raurich'. «Es un espectáculo precioso y colorido», dice Jose Mari Larrañaga, acuarelista veterano, autor de 'Ropa tendida al viento en la Barceloneta', que vendría a ser una visión actualizada del mismo añejo espectáculo, con los coches de ahora y las calles pavimentadas, incluso con una señal de prohibido el paso. No se puede culpar a la ciudad turística, la que ve por doquier atractivos para el viajero, por encontrar que las sábanas, las medias y los calzoncillos que toman el sol en los tendederos son un reclamo seductor: para Airbnb, la ropa tendida tiene tanta entidad turística como la playa, los chiringuitos y el mar. La vecina de toda la vida sale y tiende la ropa en el balcón como ha hecho siempre, y la imagen de sus prendas íntimas acaba en algún caso en internet. Se supone que es la manera en que la modernidad entroniza la belleza.

UNA ESPECIE DE BANDERA

Al que canta de memoria las canciones de Extremoduro las sábanas mecidas por el viento le recuerdan una parte de la letra de 'Malos pensamientos', ese verso que dice con supina sencillez que «las banderas de mi casa son la ropa 'tendía'». Si las banderas de la Barceloneta no fueran las banderas de la Barceloneta, esas enseñas azules y amarillas que Francisco López Tey diseñó en tiempos de los Juegos Olímpicos -el pabellón que ondea en, quizá, un balcón de cada cuatro-, si no fueran esas serían la ropa tendida, que ondea más, y quizá mejor -y en un balcón de cada dos-.

Y desde tiempos de Raurich Petre.

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Tal vez ha cambiado el diseño de la ropa; con toda seguridad, en tiempos del pintor barcelonés no colgaban de los balcones bikinis, como ahora; quién sabe incluso si -eran tiempos de pudor- ropa interior. Se habrá modificado el paisaje a ras de suelo, pero ese detalle casi de idiosincrasia no ha cambiado. En la Barceloneta, como en los demás barrios de Ciutat Vella, el ayuntamiento aplica con razonable laxitud el artículo 24 de la Ordenanza sobre el uso de las vías y los espacios públicos, que prohíbe expresamente tender la ropa «en las fachadas que dan directamente a la vía pública». Es de sentido común: las manzanas del barrio carecen de patios interiores, y los pisos suelen ser minúsculos; y algo habrá de respeto a la tradición. No sería la Barceloneta sin la ropa tendida afuera. Quizá inspirados por internet, quizá porque es sencillamente vacacional colgar la toalla y el bañador en el balcón, los turistas, que son o serán mayoría en el barrio de aquí a poco, adoptan en esto las costumbres de la población local. Ahí les sale lo mimético.