¡Marchando 50 gentrificaciones más!

Roger de Flor 209 se suma al sarampión de fincas vendidas al mejor postor en las que se quiere echar a los vecinos

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Carles Cols

Carles Cols

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Aviso a navegantes. Esta será un noticia habitual en los meses venideros. Ya lo es, en realidad, desde hace semanas. En esta ocasión los protagonistas (víctimas, sería más adecuado) son cincuenta vecinos del número 209 de la calle de Roger de Flor. La dueña de la finca falleció, o eso creen, el pasado noviembre. Los herederos han vendido ya el inmueble o están en tratos para hacerlo. Tanto da. El caso es que el administrador, Finques Casademont, que rehúsa confirmar o desmentir los datos, puso en marcha a mediados de abril los mecanismos de lo que es un clásico proceso de gentrificación. La mayoría de los afectados caminan por el tablón del barco pirata. A media mañana y en la calle, frente al portal de la finca, han contado los pormenores de su situación para que se sepa cómo las gastan quienes navegan bajo la versión inmobiliaria de la Jolly Rogers.

Aviso a navegantes. El primer indicio de que se surcan aguas poco seguras suele ser una carta del administrador a los más ancianos de la finca. Se les pide una fe de vida, no sea que el arrendatario titular haya fallecido y el resto de la familia siga en el piso. Cartas con ese contenido llegaron al 209 de Roger de Flor. De entrada, no extrañaron. Pareció una petición razonable. No había ningún caso, eso sí, fuera de la ley. Todo en orden. Sin embargo, visto lo que sucedió después, habría sido un buen momento para llamar a zafarrancho. El siguiente aviso fueron ya los tristemente cada vez más habituales burofax, en los que el propietario, del que se desconoce incluso el nombre, informa de que ante la próxima extinción del contrato entregue las llaves del piso en la fecha indicada. No se da opción a renovar el contrato. Ni siquiera a negociar un incremento. Es un adiós muy buenas más seco que el de Rhett Butler.

VECINOS CON FECHA DE CADUCIDAD

En el número 209 de Roger de Flor hay 28 apartamentos y dos locales. En los pisos ya desalojados, cuatro, el administrador ha colocado alarmas. Están vacíos. Del resto de arrendatarios, cinco familias tienen contratos indefinidos. Los demás, desde la perspectiva del dueño de la finca, tienen fecha de caducidad. Entre julio y noviembre se extinguirán la mayoría de los contratos. El primero, Rafael, este mismo sábado, que de momento ni se plantea mudarse.

“Somos gente de barrio, que no quiere problemas, trabajadores, jubilados y criaturas con una proyección de vida concreta que se ha visto destruida de forma externa y sin previo aviso, y todo en nombre de unos intereses nada claros, en brazos de una nueva burbuja inmobiliaria. Somos un caso claro de gentrificación y especulación inmobiliaria”. Es solo uno de los párrafos de la queja que los afectados han leído frente a la que es todavía su casa, no en términos de propiedad, pero sí su casa. El encargado de la lectura, Víctor, lleva allí desde 1985.

REFORMA LEGISLATIVA

La cuestión es que a fuerza de tantos golpes, los barceloneses afectados por la gentrificación van puliendo sus argumentos y estrategias. Los vecinos del 209, por lo pronto, ya mantienen una fluida comunicación con como mínimo siete fincas más de la misma zona del Eixample en idéntica situación, aunque les consta que hay muchas más, tal vez 30, en un radio no superior al kilómetro. Su plan no es solo cosechar adhesiones. También ponen remedios sobre la mesa. Por ejemplo, que ahora que la oposición parece que pretende reformar la ley de los alquileres de 1993 (origen de buena parte de los males inmobiliarios de Barcelona), una medida paliativa podría ser que en caso de venta de una finca completa con inquilinos se prorroguen automáticamente cinco años los contratos de alquiler.