Con sus libros a otra parte

El lobo feroz inmobiliario obliga al escritor Ricard Ruiz Garzón a sacrificar un tercio de su preciada biblioteca

Ricard Ruiz Garzón en su biblioteca, sentado sobre libros de los que tiene que desprenderse, en Santa Coloma de Gramenet.

Ricard Ruiz Garzón en su biblioteca, sentado sobre libros de los que tiene que desprenderse, en Santa Coloma de Gramenet.

MAURICIO BERNAL

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Muchos suscribirían que lo más cercano a un tesoro en el mundo del escritor es su biblioteca: que arda la casa, dirían algunos, pero que se salven los libros. Hay bibliotecas de escritores sistemáticamente ordenadas por géneros, lenguas, etapas históricas, por geografía o según el alfabeto, porque son sagrados lugares de consulta, y hay que saber dónde está cada cosa, pero las hay también majestuosas en el caos -u ordenadas de acuerdo con un código secreto- donde un capitán obcecado con la caza de una ballena comparte rincón con un hombre que vuelve a un pueblo donde todos están muertos. Son residencias donde la palabra soberana es esa, libro. Suelen ser miles de volúmenes -son años, décadas de lectura-, y cuando hay mudanza demuestran su importancia incontestable: pesan mucho y ocupan muchas cajas, exigen mimo, hacen subir la factura, obligan a pronunciar varias veces la frase: «Cuidado con eso que es delicado».

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Todo lo cual viene a cuento porque este junio de 2017 está teniendo lugar ese fenómeno de la literatura: hay un escritor de mudanza. Ricard Ruiz Garzón abandona su hogar de los últimos cuatro años en Santa Coloma de Gramenet y se muda a… No lo sabe aún. No se muda porque quiere, ese es el problema: se muda porque lo echan. En otro sitio -una ciudad pequeña, el campo, un pueblo, otro país- se enfrentaría a la misma empresa cansada que ha sido siempre la búsqueda de otro techo, y la mudanza, y la organización del nuevo hogar; aquí se enfrenta a una pesadilla. En otro sitio conseguiría muchas cajas para sus libros y los empacaría con mimo y diría varias veces: «Cuidado con eso que es delicado», mirando celosamente el interior del camión; aquí tiene que desprenderse de ellos. Renunciar a una parte de su tesoro.

ESA COSA ENFERMIZA

A finales de mayo, Ruiz Garzón recibió un aviso de su casero. «Me dijo que iba a poner en venta el piso y que tenía hasta el 1 de julio para irme». Todo apunta a que el propietario cambió en algún momento de opinión, pues un día el escritor descubrió que lo había puesto de nuevo en alquiler, con un anuncio en el que pedía 1.600 euros por la mensualidad -a él le cobraba 1.000-. Tenía que irse, pues. Disponía de poco más de un mes para la búsqueda, pero rápidamente se dio de frente con esa cosa enfermiza, esa demencia que se enseñorea por Barcelona y su área metropolitana, esa cosa que es carcajada / escupitajo en la cara cuando un ciudadano pretende vivir en un lugar razonable por un precio razonable. ¡Ja! La carcajada le dolió en muchos sitios, pero en uno en particular: sus libros. No encontraría un lugar donde cupieran todos, no por lo que está dispuesto a pagar, no si quería seguir viviendo más o menos por aquí. «Más allá de Sabadell, tal vez, en el Pirineo, seguro, pero aquí no, aquí definitivamente no».

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«Desde siempre, o al menos desde que Caín fue obligado a trashumar como lo hacía su hermano Abel, hemos llevado con nosotros nuestras palabras -nuestros libros, nuestras bibliotecas- para acompañarnos en nuestros peregrinajes», escribe Alberto Manguel. En su vida de escritor, periodista y crítico literario, Ruiz Garzón ha dado vida a una respetable biblioteca de 15.000 volúmenes, 15.000 «queridos» volúmenes que habrían tenido que acompañarlo -todos- en este nuevo peregrinaje. Pero no. Se apoderó de él una tristeza del orden de lo libresco cuando hizo cuentas y vio que tendría que renunciar a un tercio de su colección, 5.000 amigos, y como a algunos en su entorno les costaba entender la congoja, escribió en facebook para explicarse, básicamente viniendo a decir que lo que dejaba atrás era un tercio de sí mismo. «Ese tercio de mis libros me define, tanto o más que un tercio de mis fotos, un tercio de mis películas o discos, un tercio de mi ropa o de todo aquello que construye mi identidad». El texto, otra perspectiva sobre el absurdo inmobiliario, cobró vida propia en internet.

10 DÍAS ESCOGIENDO

No es el fin del mundo, y Ruiz Garzón es perfectamente consciente del tamaño de su tragedia: «Por supuesto que esto no tiene nada que ver con la gente a la que expulsan de su hogar, eso sí que es grave, pero lo que me pasa a mí es lo que le está pasando a toda una clase media que está pasando a la precariedad y que probablemente un día deje de existir». El escritor se ha pasado 10 días encerrado escogiendo uno por uno los libros que iba a dejar atrás. Diciendo adiós, en cierto modo. Esta ciudad obliga a decir adiós.