BARCELONEANDO

El fútbol nuestro de cada día

Cuando Barcelona oscurece, centenares de hombres salen a la calle vestidos de corto: es su día sagrado de liguilla nocturna

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CARLOS MÁRQUEZ DANIEL / BARCELONA

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Muchos hogares en Barcelona viven en algún momento de lunes a jueves una experiencia similar. Un hombre llega a casa con una sonrisa inquieta. Si tiene hijos, agiliza la liturgia de los baños, la cena, el cuento y a la cama. Luego se retira a su habitación, todavía vestido de calle. Por el pasillo va desabrochándose la camisa o el cinturón, como Superman entrando en la cabina. A los cinco minutos aparece de corto, lozano, calcetines hasta las rodillas y ataviado con los colores de su equipo, que hoy no es ni el Barça ni el Espanyol. Luce la elástica del Aston Birra, el Drinking Team, el Water de Munich o el Picharreal. Sí, amigos, ese hombre (también puede ser esa mujer, y cada vez son más) tiene hoy liguilla nocturna de fútbol.

Suelen jugar sobre hierba artificial, aunque también sobre tarima o cemento. Por una razón lógica: a partir de los 30 años, ya no digamos los 40, las articulaciones, los músculos, los huesos y las fuerzas necesitan de cierto mimo para evitar que el cuerpo se parta en dos. Son multitud los que se hacen daño al estirar de más la pierna para cortar un centro (rotura inguinal), al arrancar a lo loco a por un balón dividido (adiós gemelo), al meter el pie donde no debían (uña del pie, gracias por todo), al torcerse el tobillo en un cambio de ritmo (hasta otra, ligamentos) o al saltar sin mirar qué hay detrás (puré de espalda).

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Al llamar a casa en busca de calor y empatía, y siempre que la cosa no revista gravedad, es habitual que la respuesta sea algo parecido a esto: “Te he dicho un millón de veces que ya no eres un niño”. Pero el caso es que esa noche sí lo son, ni que sea por un rato, porque muchas de estas pachangas futboleras se disputan en patios de colegios de la ciudad que sacan partido a sus instalaciones más allá de la jornada escolar. Y en muchas ocasiones, con equipos formados por amigos de la infancia que dieron las primeras patadas al balón en esas horas de recreo en las que se jugaban cuatro partidos a la vez en un mismo campo.  

DORSALES POR NOMBRES

Con los compañeros del trabajo, con los de la universidad, con los de la coral... O todo mezclado. Resulta curioso ver al abogado de defensa, al pintor de lateral, al administrativo de portero, al celador de mediocentro, al profesor de delantero y al fontanero de lateral. La profesión se queda fuera, como la vergüenza. Aquí juegas contra el Vodka Juniors (sorprendente tanto homenajes al alcohol y al sexo en los nombres de los equipos), el Estrella Coja, los Scrots o el Viejas Glorias, y da igual cómo te ganes la vida, de qué barrio vengas, la edad que tengas o lo que te quede por pagar de hipoteca. Juegas contra tipos que te doblan en edad o tamaño, contra chavales imberbes, contra un excuñado. La Barcelona de corto no tiene ni nombres ni apellidos; tiene dorsales. Pocas cosas tan democráticas como el fútbol nocturno.

Hay algo en lo que sí se parecen todos: es muy complicado encontrar portero. Incluso en Foro Coches hay demandas de guardametas, pues es una posición que requiere de un perfil muy concreto: básicamente, alguien que le guste ser portero y que quiera pagar por ello. 

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LA CERVEZA DE DESPUÉS

Algunos colectivos profesionales montan sus propias ligas, como los periodistas, que por cuestión de horario, suelen jugar a primera hora de la mañana. A las nueve, tampoco hay que abusar. Pero al margen del campeonato organizado, los que trabajan en la prensa escrita, disputan (casi) cada semana y desde hace más de 15 años el denominado ‘Basura’, cuyo capitán honorífico es el bueno de Kim Amor. Y sí, el nombre es un modo de avanzar lo que uno se encontrará en el terreno de juego. 

Pero tampoco nos vamos a engañar, a partir de una edad, es tan importante el partido como la cerveza y el bocata que uno se toma después. Quizás todas esas ligas nocturnas no sean más que una excusa para terminar la jornada entre amigos (o amigas) en un bar, con las botas desabrochadas y la camiseta sudada. El camarero ni pregunta porque siempre les sirve lo mismo. Quizás hayan perdido, pero qué más da, la semana que viene hay otro partido.