Muñecas contra el Holocausto

El libro 'La fàbrica Lehmann' rastrea la historia de la factoría abierta por una familia judía en el corazón del Eixample

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OLGA MERINO / BARCELONA

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Ciertos edificios se impregnan de tal modo de las vivencias contenidas que, por muchas lluvias y siglos que les caigan encima, visitarlos implica un viaje involuntario en el tiempo. Sucede, por ejemplo, en la vieja fábrica Lehmann (Consell de Cent, 159), que produjo muñecas de porcelana desde 1893.

Nada más recorrer el pasadizo empedrado que conduce al patio interior de la factoría, el visitante se empapa de lo que debió de ser el pulso de la Barcelona industrial y obrera en cuanto avista la chimenea de 25 metros y el avejentado rótulo, pintado a mano, que prohíbe el estacionamiento de vehículos, e incluso, si aguza el oído, hasta podría escuchar la sirena que anunciaba el fin de la jornada laboral. Parece casi un milagro que, ante la gentrificación que viene transformando la piel de la ciudad, se haya preservado en medio del Eixample una joyita del patrimonio fabril, que, este sábado, celebra una jornada de puertas abiertas. Merece la pena asomarse.

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Coincidiendo con la jornada festiva, se presentará el libro 'La fàbrica Lehmann' que, de la mano de la editorial Comanegra, no solo rastrea la historia del recinto, gracias a las investigaciones de las historiadoras Mercè Tatjer y Susana Sánchez y la bibliotecaria Maria Lluïsa Camarero, sino que también da cuenta de cómo el espacio se ha convertido en la última década en una especie de colmena creativa. Sin saber bien el porqué, allí se han ido concitando, como arrendatarios, el diseñador de moda Josep Abril, el arquitecto Josep Llobet, la sede de la editorial Comanegra, que dirige Joan Sala, y así hasta una veintena de espíritus inquietos. Ceramistas, joyeros, pintores, fotógrafos, carpinteros.

UN PASADO INESPERADO

El capítulo más jugoso del libro que se bautiza esta tarde lo firma la escritora Dory Sontheimer (Barcelona, 1946), descendiente del fundador de la fábrica matriz en Nuremberg, Max Lehmann, un industrial alemán de origen judío; ella es su sobrina nieta. Lo alucinante del caso es que ni su abuelo, Max Sontheimer, cuñado del anterior y responsable de abrir la filial barcelonesa, ni sus padres le explicaron una sola palabra acerca del devenir de la fábrica tras la guerra civil. Es más, ni ella misma conocía la existencia del recinto hasta hace bien poco, gracias al circuito del 48h BCN Open House.

En su domicilio, Dory conserva una de las muñecas fabricadas en la sucursal de Barcelona, que lleva grabadas en la nuca una estrella de David y las iniciales K. y R., que coinciden con las de sus progenitores. Fue un descubrimiento rocambolesco, gracias a unos coleccionistas que la habían adquirido en un anticuario de Londres y que ha narrado en 'La octava caja' (Circe).

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En realidad, Dory todavía no sale de su asombro. Durante un encuentro en la fábrica Lehmann cuenta que, cuando cumplió 18 años, sus padres le confiaron: “Somos judíos, pero no se lo digas a nadie; es peligroso”. Nada más. Fue educada en el secretismo y el miedo en el seno de una familia fugitiva del nazismo y el Holocausto que se había creído a salvo en Barcelona hasta que la victoria de Franco, y su conjura contra judíos, masones y comunistas, perpetuó el mutismo. Sus padres, Kurt Rosl, se transformaron en Conrado Rosita en la Barcelona de 1939, acortaron el apellido a Sont, que hasta suena catalán, y se hicieron católicos.

Silencio sepulcral hasta que tras el fallecimiento de su madre ya viuda, en octubre de 2002, Dory halló siete cajas ocultas en el domicilio paterno, en un altillo de incómodo acceso, y comenzó a escarbar en la historia familiar a través de cartas, fotos y documentos: averiguó que 40 de sus parientes murieron en los guetos o asesinados en las cámaras de gas. Una historia apasionante que relató en 'Las siete cajas' (Circe) y que tendrá continuidad: ahora mismo se encuentra inmersa en el rodaje de un documental sobre la tragedia familiar, dirigido por Carles Canet,  para avivar conciencias, para recordar que, mientras la Historia acontece, algunos permanecen sentados.