REFORMA DE UN JARDÍN EN SARRIÀ-SANT GERVASI
Perro come perro y otros desmanes caninos en el Turó Park
Carlos Márquez Daniel
Periodista
Periodista especializado en Barcelona. En 'El Periódico' desde principios de siglo. Los últimos 15 años, dedicados a la información local: movilidad, urbanismo, infraestructuras, política municipal, barrios, área metropolitana y medio ambiente. Colaborador habitual en los programas de televisión 'Planta Baixa' (TV3) y 'Bàsics' (Betevé).
CARLOS MÁRQUEZ DANIEL / BARCELONA
Existen colectivos urbanos ciertamente combativos, capaces de cualquier cosa para salvar su parcela. Sucede con los perseguidos ciclistas o con los voluntariosos ecologistas. Y también con los propietarios de perros. A estos últimos les sienta muy mal cualquier gesto o actitud ajena que afecte a su mascota, a la que consideran un miembro más de la familia, a la que guardan un lugar de honor en las fotos de la cómoda. Pero luego están el civismo, la convivencia y la libertad del resto de ciudadanos, tengan o no una Luna, un Toby, un Rocky o un Frufrú durmiendo a los pies de la cama.
La decisión del ayuntamiento de vetar la entrada a los perros en el Turó ParkTuró Park ha sentado fatal en ciertos hogares de esta pudiente zona de ilustres apellidos. A los pies del parque vivía Samaranch, en cuyo garaje -fue un regalo del presidente del COI a la comunidad de vecinos- lucen los carteles de los Juegos del 92. A pocos metros, el piso de Tita Cervera. No muy lejos, la casa del exministro Jorge Fernández Díaz. Algo más arriba, la vivienda del exalcalde Xavier Trias. En sus salones, y en los de todo el barrio, se debatirá estos días con intensidad sobre el proyecto de reforma del jardín y sobre el destierro de los perros. También sobre el botellón o sobre los trabajadores que a mediodía comen sobre la hierba y lo dejan todo perdido. ¿Pero cómo se ha llegado a esta situación que no es ningún oasis y que, en diferente grado, se repite en muchos parques de la ciudad?
LA PRADERA CANINA
Los que menudean el Turó Park conocen bien cuál es aquí el papel de los canes. A ciertas horas del día, son amos y señores de algunos espacios, como la explanada de la parte oeste -conocida como 'la pradera'-, la que limita con las calles de Josep Bertrand y Pérez Cabrero. En una suerte de pacto vecinal no escrito, ha quedado claro que esa zona se usa para el adiestramiento, el disfrute y las peleas amistosas entre perros mientras sus dueños se ponen al día. Aunque no siempre los forcejeos entre razas han sido un 'jiji jaja', pues se tiene noticia de que al menos dos perros han muerto en el parque presas de la mandíbula de otro can de mayor tallaje.
Francesc es padre de tres niños pequeños y recuerda bien el día que tuvo que patear con fuerza el estómago de un animal de tamaño medio que estaba a nada de abalanzarse, y no en actitud cariñosa, sobre uno de sus hijos, de año y medio, que sostenía una bolsa de patatas. El propietario del perro le reprendió. "Pues que prohíban también a los niños". Quién sabe, todo llegará. Tampoco ayuda encontrar excrementos en el parque infantil de la parte sur, o que un montón de pelotas acaben en los dientes de un 'golden' juguetón sin culpa alguna. O que los perros se bañen en el lago exterior, el de la escultura de Pau Casals, o en el del interior, el de los nenúfares menguantes.
ATADOS, LOS MENOS
Así las cosas, la sobreexplotación canina (en cantidad y en modo) del parque parece ser la razón sobre la que se sustenta el proyecto municipal. Pero también lo es la falta de recursos para el mantenimiento, se quejan los residentes, y la ausencia de patrullas de la Guardia Urbana que hagan cumplir la ordenanza, como la obligatoriedad de llevar los perros atados en los parques públicos. Aquí, en el Turó Park, los que van atados son una minoría. Y además suelen ser los más chiquitines, aquellos cuyos propietarios ya no tendrían ánimo ni fuerza para perseguirlos en caso de huida.
Álvaro no vive lejos y tiempo atrás tuvo que interceder en el ataque de un pit bull a su podenco ibicenco, un espigado perro de caza. El de raza peligrosa iba sin atar y sin bozal, y su propietaria estaba al teléfono, despistada. Sucedió en el menudo 'pipican' del Turó Park. Pero a pesar de aquella mala experiencia, este amante de los canes comparte su "pena" ante la decisión del distrito. Admite que el incivismo es muy habitual, que pocos o ningún perro va atado (quizás para entrar y salir, pero no para correr por el interior), y que le habría gustado que este ayuntamiento, "tan partidario de la participación", les hubiera preguntado. Porque cree que hay margen para dialogar, para que la gente se dé cuenta de que si sus perros hacen un uso racional del parque, quizás no haya razones para echarles. No sería la primera vez que el ayuntamiento da marcha atrás. Casi 1.400 personas ya han firmado una petición en change.org para que se prohíba a los perros.
Ante toda esta polémica, viene al pelo rememorar lo sucedido en la pradera del Turó Park hace ahora 114 años. Se celebró, en el seno de una gran fiesta social que reunió a lo más granado de la ciudad, un concurso de perros. Ahí mismo se posó el jurado, ante el que pasaron ejemplares de lobo negro, pomerania, toi japonés, dogos rusos o bullterriers. Los premios, desde una lámpara eléctrica de plata hasta un jarrón. En nada, ese concurso, en la calle.
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