Bernardo, que estás en los cielos

Los artistas Miguel Garigliano y Lily Brik proyectan un grafiti gigantesco en homenaje al poeta de la Barceloneta

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OLGA MERINO / BARCELONA

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Pantalones blancos de campana, americana beige cruzada y un par de tallas más grande, un clavel reventón en la solapa, gafas de sol con montura metálica y una guitarra que parecía de juguete: Bernardo Cortés Maldonado, el poeta de la Barceloneta, ¿quién, si no? Vestido de esa guisa, en el lejano otoño de 1976, fue cómo lo conoció Miguel Garigliano, recién aterrizado entonces de los exilios argentinos; como estaba sin un mango, que se dice por su tierra, un amigo lo convidó a comer en El Salmonete, uno de aquellos añorados chiringuitos de paella, sangría y sillas que iban hundiendo sus patas en la arena. Y en estas, cuando el dibujante barruntaba si acaso no habría un sitio mejor para almorzar, emergió de la nada Bernardo guitarreando "me gusta cuando bala la ovejita, beeeeee", y su sola presencia lo persuadió de quedarse en la ciudad. 

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A medio camino entre el esperpento valleinclanesco y la ternura, un personaje como Bernardo, que parecía sacado de una película de Fellini, le ayudó a entender, dice Garigliano, "una Barcelona que, a mis ojos de sudaca recién llegado, se mostraba ingenuamente canalla". Una Barcelona que ya no será la misma sin la entrañable criatura, también conocida como Palomino por la imitación caricaturesca que el actor Oriol Grau había hecho de él en la tele, un ser irrepetible a quien le gustaba poner "rapsoda" y "polifacético" en las tarjetas de visita que repartía entre los comensales. Un tipo buena gente que había nacido en Jaén y llegó con las inmigraciones de los años 50. 

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Con el paso del tiempo, Garigliano hizo camino y pudo contratar a Bernardo como extra para un anuncio de helados italianos, y así una relación que había comenzado en anécdota acabará en homenaje. Porque, desde la nostalgia anticipada, el dibujante y publicista argentino lanzó una propuesta en las redes sociales al día siguiente del fallecimiento de Bernardo -el pasado 3 de marzo, a los 83 años, a consecuencia de una insuficiencia renal-, un proyecto que ya va tomando cuerpo y cuenta con el respaldo de la artista Lily Brik: se trata de un mural gigantesco con su retrato, de 20 metros de altura o más, en alguna de las paredes medianeras del barrio que tanto lo quiso y que le vio cantar, primero en los chiringuitos que las excavadoras olímpicas se llevaron por delante y, luego, en los restaurantes del Port Olímpic. "Corasón, corasón, no me quieras matar corasoooooón".

Ya ha habido un tanteo con responsables del área de cultura del Ayuntamiento, así como con grupos vecinales de la Barceloneta, que se han mostrado receptivos, cuando no entusiastas, ante la iniciativa de rendir pleitesía a un héroe del barrio que fue autor también de cuatro poemarios.

EL MUNDILLO

La mano de Garigliano ha trazado un primer boceto del cantante, al que faltan todavía los fondos, claro, el mundillo que rodeaba al personaje -la ropa tendida, las gaviotas cuando aún eran buenas, las bombas con alioli, el chancleteo, los guiris despistados de antes de la invasión, la brisa y la sal del barrio marinero-, que serán obra de Lily Brik, una artista nacida y afincada en Lleida, donde ha creado murales impresionantes. Una pintora que ha construido su alias artístico como un juego entre su espíritu grafitero -'brick' en inglés significa ladrillo- y el nombre de la musa de Vladímir Mayakovski, el poeta de la revolución soviética.

Con ganas de remangarse y subir al andamio, ambos artistas se reunieron este miércoles en la Barceloneta para seguir perfilando el proyecto y calibrar qué muros podrían acoger el grafiti, entre ellos una inmensa pared medianera de la calle Baluard. Porque la cosa ha de ir a lo grande. Un Bernardo imponente, colosal, titánico, un gigante que contemplará desde las alturas cómo a aquella ciudad que un día soñó con abrirse al mar ahora los especuladores quieren levantarle las faldas.