FLORA PUIG, 76 AÑOS EN EL RAVAL

"Esto es como una cebolla; van quitando capas"

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HELENA LÓPEZ / BARCELONA

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Cuando se instaló en el piso, unos bajos en el seis de la calle de Sant Bartomeu, el lugar era una trapería. "La arreglamos para hacerla vivienda", recuerda Flora Puig, nacida en la calle de L'Hospital hace 76 años y criada en un colegio de la Riereta, "encima de una fábrica de sopas". "Vivía en Aurora, pero era un tercero con entresuelo, pero me trasladé aquí par cuidar a mi madre", recuerda la mujer, sin pareja ni hijos. "Mis vecinos son mi familia. Llevo la medalla [de la teleasistencia] y Julio [el vecino de al lado] tiene la llave de mi casa, por si me pasa algo", prosigue la mujer mientras sujeta el burofax que recibió en noviembre en el que se le informaba de que su vivienda había cambiado de manos y que a partir de ese momento debería abonar los 257 euros mensuales del alquiler de renta antigua a un nuevo número de cuenta. "Esto es como una cebolla. Van quitando capas", prosigue la mujer, quien desde noviembre no ha recibido más noticias de los nuevos propietarios.

Sí las han tenido el resto de los vecinos que no disponen de un contrato de renta antigua como el suyo, lo que, en principio, no la blinda. Alí Mimun es vecino de Flora desde hace 27 años, desde que llegó de Melilla y se instaló en Barcelona. "Llevo aquí media vida. Aquí me he casado y han nacido mis tres hijas", explica este padre de familia, a quien en un segundo burofax se le comunicó que su contrato, firmado en 1991 y que le iban renovando automáticamente año a año, había expirado. "Me llamaron y, como a todos, me ofrecieron facilidades para irme, pero no me quiero ir. Mis hijas, de 13, 6 y 2 años van al colegio aquí, y yo ahora pago 400 euros, cómo está todo no voy a encontrar otro piso por ese precio", explica el vecino, dispuesto a batallar.

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"Aunque a mí, de momento, no me han hecho nada, voy a luchar por mis vecinos, como cuando era delegada sindical en el laboratorio donde trabajé 43 años como envasadora", asegura la mujer, quien también ha ido a informarse de sus derechos a la oficina de vivienda del distrito, donde le dijeron que al mínimo indicio de acoso inmobiliario acudiera.

"La vecina de al lado era muy mayor y su hijo prefirió coger el dinero que le ofrecían y llevársela. Pero cada uno conoce su situación. Yo quiero quedarme en mi casa, y quedarme con mis vecinos", añade Flora, indignada recordando un anuncio que oyó hace unos días por la radio -su gran compañía- en que una empresa aseguraba que compraba pisos "con o sin vecinos". "¿Cómo puede ser? ¿Todas las leyes son para las personas con dinero?", concluye.